domingo, 23 de diciembre de 2012

     Echo de menos aquellos tiempos en que viajabas en tren como en familia. Los trenes de aquel entonces no eran como ese pájaro genérico que vuela bajito a 300 Km/h. Había trenes con máquinas de carbón en los que, al entrar en un túnel, más te valía subir la ventanilla si no querías morir intoxicado por el humo. Eran tiempos de economías restringidas en que sacabas billete para el vagón de tercera, que tenía asientos corridos de madera.
     ¡Jo! La gente era muy maja y enseguida te daba conversación y, al final, a veces descubrías que aquella persona era pariente lejana de una prima segunda de tu cuñada Agustina, la de Valladolid, que se había casado con Agapito, el muchacho aquel que estuvo haciendo la mili con un primo tuyo en La Bañeza. Y te dabas cuenta de que el mundo es un pañuelo.
     Oye, entonces te daba una alegría enorme retrotraerte a aquellos tiempos y prometías llevarle recuerdos de su parte. ¡Qué emoción sentías! Y qué satisfacción la del deber cumplido cuando, finalmente, le transmitías esos recuerdos a la citada persona. Ella te los devolvía llena de fervor y cariño y te encomendaba la misión de devolvérselos pero, claro, eso ya era más complicado por razones obvias.
     ¡Bueno (je, je)! Y cuando un desconocido bajaba del compartimento de las maletas aquella cesta enorme de mimbre, que era algo así como un cajón de sastre lleno de comida de todo tipo: chorizo del pueblo, -de la matanza, naturalmente; salchichón, bocadillo de tortilla de patatas, la tartera con pimientos (que el “tupper” aún no se había inventado), la hogaza de pan hecho a mano y la navaja de Albacete y, tras apuntarte con ésta, como si te estuviera atracando, te decía: ¿Ud. gusta?
     ¡Y a ver quién era el guapo que le decía que no! ¡Oh…! A ver quién podía resistirse a tamaña tentación.
     Luego de un traguico de la bota de vino, en animada conversación o echando una partidica de cartas y, tras fumarnos un cigarrillo recién liado, sellábamos una eterna amistad.
     ¡Qué tiempos!


Nota del autor: Durante estas vacaciones navideñas no publicaré nada. Os concedo un pequeño descanso. Mientras, prepararé alguna nueva tontería de esta entrañable familia.
Nos vemos puntualmente el 13 de enero de 2013. Que paséis una feliz Navidad, que tengáis unos buenos Reyes y, lo dicho, hasta entonces.

domingo, 16 de diciembre de 2012

     Mi hijo, el de Barcelona, es un tipo feliz, pero últimamente está enfadado con el mundo. Resulta que sus amigos se van casando. Su “pandi” se va reduciendo lenta e inexorablemente y ya solo se ven de tiempo en tiempo y, cada vez menos. En el último año se le han casado dos “coleguis”, y otro está a punto.
     Y, claro, esto produce en él y en su chica, una especie de desasosiego existencial porque se van dando cuenta de que poquito a poco van quedándose solos. Así que, en nuestro último encuentro, con mucha calma, nos planteó que estaban pensando en cambiar su estado civil.
     A mí, que a veces me dan ataques cachondos mentales, es un decir, le solté algo así como:
 - ¿Vas a hacer el servicio militar ahora?
 - Papá… No te quedes conmigo –respondió visiblemente enojado. Te estoy hablando en serio.
 - Pues hijo, no lo entiendo -mentí . Tú te has mostrado toda la vida como una persona liberal y siempre has predicado que lo importante es que las personas se quieran, no sus papeles.
- Ya, -responde un poco dubitativo- pero es que siento que la sociedad me estafa. Si te casas, tienes todos los parabienes sociales. Si no lo haces, te miran como a un tipo simpático, un poco loco, que va a su aire; pero no tienes ningún derecho social, ninguna prerrogativa. Ni siquiera tienes derecho a heredar o recibir una pensión en caso de fallecimiento de tu pareja. Por otra parte, ¿por qué tenemos que perder 15 días de vacaciones pagadas por un papel? Eso no es justo –confirma.
     La verdad es que me parece que no deja de tener su lógica, pero sigo chinchándole:
- ¿Y tus principios? –le acorralo. ¿Tienes más si no me gustan estos? –le lanzo como pulla.
- Ya, bueno… -se excusa. La gente evoluciona, las ideas se adaptan a las nuevas situaciones… No hay que ser inmovilistas.
-  Bien, bien, replico conciliador (no vale la pena hacer sangre).
De repente, mi mujer empieza a llorar. La miramos sorprendidos.
- No, no me pasa nada –hipa. Es que estoy muy contenta. Esa chica… parece tan maja… Te hace tan feliz…
(A mí, esta mujer –la mía, claro- es que me desespera. Cuando no es por una cosa es por otra. ¡Siempre igual!)
- Mamá, que tampoco es seguro que nos casemos… -la anima.
Pero ya hace rato que mi mujer no escucha. Ha dicho lo que tenía que decir y sigue gimoteando, a lo suyo. Al cabo de un rato cesa repentinamente en sus lloriqueos y pregunta muy seria y solemne:
- Hijo, tengo una duda: ¿Te vas a cortar el pelo? ¿Te vas a casar con esa camiseta? ¿Te vas a adecentar un poco? (ver el episodio del 24 de junio).
     A mí me asaltan un montón de dudas, ya que, conociendo a mi hijo y sabiendo cuáles son sus gustos, no lo veo claro del todo. El día de la boda (si finalmente esta llega) mi mujer y yo iremos muy elegantes. Ella, madrina, del brazo de su hijo. Y su novia y él, ¿camiseta de tirantes con agujeros y pantalones “Aladdin”? ¿De Prada o de Armani? Las sandalias, ¿unos “Manolo’s? (Blahnik, of course)”. Las rastas, ¿“chez” Llongueras, quizás? ¿O tal vez de Rachel Zoe? El piercing  y los aretes, ¿de Tiffany, NY city?
     ¡Ah!, Chi lo sa.

domingo, 9 de diciembre de 2012

     Ya sé que las poesías que robo de los diarios de la Susi, no pasarían de la primera fase eliminatoria en un concurso literario de poesía de pueblo pero, os las traigo aquí porque sé que sois almas sensibles y puras como la de ella y las apreciáis en lo que valen, siquiera sea por el cariño con que las escribe y por el desgarro doloroso que hay en alguna.

domingo, 2 de diciembre de 2012


     Mi Santa es de esas mujeres tradicionales, de las de toda la vida, que ya, desgraciadamente, no se llevan. De gustos sencillos, coqueta, pero descatalogada. Se pasea por la vida a la antigua usanza. Viste con naturalidad, se adorna con lo justo y siempre va emperifollada cuando sale a la calle. En casa se relaja y prepara su aspecto exterior. Es muy apañada y le gusta tener los rulos siempre puestos para que su peinado esté a punto. La laca se la compra por bidones, creo yo. Desde luego, no se le mueve un pelo de su sitio, ya haya vendaval en la tierra o galerna en el mar. Se pasea por la casa con su bata de boatiné y duerme con redecilla. De esta guisa no presenta un aspecto muy glamuroso, ciertamente. Sus modelitos son de estilo clásico. A veces se los corta y cose ella misma con una vieja “Singer”; y otras, le ayuda una amiga que hizo un cursillo de corte y confección con CEAC, creo. Es frecuente escuchar a cualquier hora del día el clásico ritmo mecánico de la vieja máquina de coser.  Pero también se los compra “prêt-à-porter” con el dinero que me sisa todas las semanas. Duerme con camisón en verano o con pijama de franela en invierno y con los bigudíes puestos, lo cual invita a soñar con prontitud con los angelitos.
     El pelo lo tiene rubio, a mechas, y confieso que realmente no sé de qué color es en verdad, porque siempre se lo he conocido así. En alguna parte escuché que la mayoría de los hombres, a partir de los 40 somos calvos y, las mujeres, en cambio, son todas rubias. Ella, desde luego, es una precursora en esto de teñirse el pelo.
     Se empolva la cara con mucho mimo y dedicación y, reserva, generalmente, un viernes al mes por la tarde para ir a la peluquería. Allí está en su ambiente. Coincide con sus amigas, cotillea las revistas de moda (aunque no la siga nunca), se entera de los chascarrillos y de la vida social de los famosetes del momento y critica todo lo que se le pone por delante. Son los dulces momentos en que aprovecho para hacer mis cosas y ser yo mismo.
     ¡Libre, al fin!

domingo, 25 de noviembre de 2012


     Tuve también, en mis tiempos mozos, otra novieta. Fue durante la época del servicio militar. Duró poco más de lo que tardó en pasar aquel tiempo de obligado cumplimiento. La relación que mantuvimos fue la que cualquiera de vosotros se puede imaginar: escasa y a base de cartas y llamadas telefónicas, mayormente (pocas estas últimas, que no estaba la economía para derroches). También hubo algunas visitas gracias a los rebajes y permisos varios que nos daban en el cuartel para ahorrarse gastos de comida y alojamiento de los soldados. Cualquiera podría pensar que yo era entonces un donjuán empedernido. Nada más lejos de la realidad. Yo era más bien retraído, pero me dejaba querer. ¿Es malo eso? Yo creo que no. Esta chica no era tan esplendorosa como aquella vasca de la que os hablé, pero tenía su encanto, qué duda cabe. Era riojana. Una chica maja, extravertida y charlatana. Hablaba casi más con los ojos y con las manos que a través de sus palabras. He de confesar que, a veces, podía llegar a ser un poquito cargante.
     No sé qué tienen algunas personas que enseguida parece que tratan de liarte presentándote a su familia. Escarmentado como estaba de la relación con la vasca y con su padre, huía de toda maniobra de aproximación a aquélla. Nunca me había contado gran cosa de los suyos y solo aquel aciago día comprendí dónde me estaba metiendo.
     Su padre era un hombre corriente, de aspecto normal, serio, con cara de pocos amigos, pero correcto en el trato. No diré que tenía un aire siniestro, pero había algo en él que me mantenía alerta. Nunca supe a qué se dedicaba hasta una tarde en que mi novia y yo paseábamos acaramelados por las cercanías del parque de La Florida. Lo vimos venir desde lejos, acercándose lentamente. A medida que se aproximaba, mi cara debía de ir cambiando de color. Cómo sería aquello que se me cortó la inspiración poética. Paloma, mi novia, corrió hacia él y lo besó, con cariño, en la frente. A mí me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Me pasó lo que a cierto grupo étnico que tiene, por naturaleza, aversión a determinados uniformes. El suyo era de color verde oliva, con botonadura dorada y sombrero acharolado. Fue un arrebato. Fue un instinto irreprimible. Eché a correr y ya no volví.
     No lo pude remediar.

domingo, 18 de noviembre de 2012


     Los mercadillos y, en general los lugares transitados, son buenos sitios para la observación del género humano, pues nos proporcionan pequeños chascarrillos diarios.     
     Hay una mujer que acude semanalmente a nuestro lugar de compra. Es pequeña, menuda, vivaracha y muy habladora. Recorre el puesto arriba y abajo un montón de veces hasta que termina de comprar. Lo toca todo. Aprieta los melones con energía para ver si están en su punto, toquetea la fruta sin piedad, elige los albaricoques y las cerezas previa cata. A todo le saca defectos, sin embargo.
     - Jose, hijo, ¡pero qué naranjas tienes hoy! ¡Si da pena verlas! –le reprocha la mujer.
     - Consuelito –añade con temple el tendero- son las últimas… Vienen de la cámara.     Mejor no te las lleves, que seguramente la semana que entra vengan nuevas.
     - Pues, hijo, no sé para qué las vendes, si no están buenas –replica garbosa.
     - Mujer…, buenas, están. Lo que ocurre es que son de cámara, porque si no, en esta época… ya me dirás.
     Ni le escucha. Ha dicho lo que tenía que decir y ha vuelto a sumirse en sus pensamientos.
     - Joseee… -vuelve a la carga- tienes que darme dos melones. Pero buenos, ¿eh? Que la otra vez me soltaste dos pepinos de campeonato. Que a mi marido le gustan más pasaos. Ah, y ponme media sandía de la rayada y otra media de la negra; pero dámelas buenas, que te conozco – le advierte con el dedo.
     Increíble la capacidad de esta mujer para hablar tanto en tan poco tiempo. Yo no pierdo detalle. El tendero se da cuenta de ello y me hace un guiño cómplice. Luego se pone a cantar a media voz por otro lado del puesto “Si tú fueras mi mujer… Si tú quisieras…Todo sería distinto… De otra manera” (una vieja canción de Lorenzo Santamaría http://www.youtube.com/watch?v=feR_3GHJicI&feature=related)
     Consuelito parece no oír y sigue a lo suyo.
     - Jose -insiste- dame también otro para Amparín, mi hija, que ya sabes que le encantan. Ah, y ponme también pepinos y patatas. Pero, no sé…, porque aún las tengo de la semana pasada, que me sobraron algunas. Chico, ponme un par de kilos, añade sin mucha convicción. A ver, ¿qué te parece? –pregunta de forma retórica.
     Consuelito prosigue sin dar tregua.
     - Huy, Jose, las cerezas están riquísimas (¡menos mal que hay algo bueno! –pienso yo). Pero están carísimas (¡vaya, hombre! –rectifico). ¡Ni que fueran percebes, hijo! –exclama enojada. ¿Que son del Jerte? –se pregunta. Pues para mí, las de aquí, de la montaña, son mucho mejores –se responde. Bueno, bueno, bueno, no me digas nada, que “ya sé que tus productos son los mejores del mercado” –explica con cierto retintín. Ponme cuarto y mitad. Pero dámelas buenas, que luego me toca tirar la mitad. Y así.
     Felizmente, pide la cuenta.
- ¿Tanto? –pregunta extrañada. Pues sí que tienes caros los precios, hijo, refunfuña al despedirse.
- ¡Hale!, Consuelito, hasta el viernes. Que tengas buen día – anima Jose.
(Tanta paz lleves…). 

domingo, 11 de noviembre de 2012


     Ya no se escribe. Creo que se ha perdido totalmente el gusto por la relación epistolar. La vida cambia, la rapidez se impone y la relación interpersonal se ha hecho instantánea y más efectiva. Los contactos se hacen a base de móvil, sms, mms, chat o videoconferencia. La carta es un “emilio” urgente, sin encabezamiento, sin saludo, sin despedida, sin posdata, sin orden ni concierto; aderezado con faltas de ortografía, hijas del desconocimiento y de las prisas, donde no se cuidan ni las formas ni el estilo.
     Aún quedamos, sin embargo, románticos de la comunicación a la antigua usanza, cuando hablar por teléfono era casi poner una conferencia desde el otro mundo, con las grandes limitaciones que ello tenía. A mí me hacía muchísima ilusión mandar y recibir cartas. Escribir en el sobre la dirección era un ritual de buena letra y de composición artística. Introducir la carta en el sobre, motivo de gran emoción. Y luego, añadir el remitente. Ah, eso era la consagración del inicio de una gran aventura que tenía el punto álgido cuando, tras pegar el sello, la introducíamos cuidadosamente en el buzón.
     Después de viajar durante días por intrincados caminos, sorteando innumerables peligros, llegaba, por fin, a su destino. Aquella correspondencia pareciera que se la llevaran personalmente al destinatario de tanto como tardaba. Pero ahí estaba finalmente. Había cartas de varios tipos: comerciales, que eran cartas muy aseadas, con sobre de ventana, y que en mi caso eran pocas y no demasiado bienvenidas; luego, las manuscritas, cuyo remitente yo intentaba adivinar por la letra. También estaban las tarjetas postales, que tenían un plus, porque solían ser de familiares o amigos viajeros desde el lugar de vacaciones, lo que le daba cierto empaque social a la comunicación y nos ponía los dientes largos. Además, las coleccionábamos.
     Me gusta escribir. Confieso que pertenezco a la vieja escuela. También reconozco que me he adaptado sin problemas a la forma actual de comunicación y al uso de los correos electrónicos y de todos los medios modernos actuales. A veces, sin embargo, la morriña me invade y vuelvo al ritual clásico.
     Escribir es para mí toda una aventura. Las cartas (hablo de las personales) se extienden a lo largo de varios folios manuscritos de cuidada letra, de estrictos márgenes y de presentación exquisita. Empiezo la carta y paso horas y horas ante ella. Puedo comenzarla hoy y tardar varios días en completarla. Y no es por falta de ideas o de cosas que contar, sino porque escribo, corrijo, borro, tacho, rehago, rectifico, ordeno, leo, releo, imagino… Sobre todo, disfruto. Es verdad que hay un componente egoísta, pero eso nos ocurre en todas las actividades que realizamos voluntariamente en la vida, so pena de que seamos masoquistas. Y aún así, también disfrutamos.
     Hoy me ha dado por escribir estas tonterías porque la Susi ha recibido una carta de las de verdad, con sello y toda la pesca. Venía emocionadísima, excitadísima, no cabía en sí de gozo, porque la criatura, de esas cosas sabe bien poco, pues ella es muy de este mundo.
     Y a mí, que en el fondo soy un gran sentimental, me ha retrotraído a mis tiempos de juventud.
     Le he hablado de mis años de mili, cuando -ansiosos- esperábamos impacientes la carta de la familia o de la novia. Cada día nos reuníamos en torno a la mesa del cabo de guardia y, este, con un gran fajo de cartas en su mano, subido sobre ella, iba desgranando los nombres de los ansiosos y esperanzados compañeros.
-         Parra, López, Fernández…
-         Aquí, aquí -gritaba cada uno con su emoción contenida.
     Y el cabo las lanzaba con gran precisión a la zona de donde procedía la voz.
     Buenas y malas noticias, que de todo había, pero generalmente, buenas. Nos gustaba comentar con los amigos las misivas recibidas. Era como si también nos hubieran escrito a nosotros.
     Por la tarde, en tiempo de siesta o de relax, tratábamos de cumplir con nuestros correspondientes contándoles cómo iban transcurriendo aquellos –mayoritariamente- insulsos días.
     Algunos enamorados perfumaban las cartas con su loción del afeitado. Otro, que yo recuerde, le envió a su prometida un mechón del pelo que le cortaron tras un arresto.       Otros, emulando a un pintamonas, llenaban el sobre de cursis corazones atravesados por flechas y sonoros besos que apenas permitían descubrir la dirección.
     Faltos de recursos económicos, muchas de las veces, cuando escribíamos a algún amigo que hacía la mili en algún otro acuartelamiento del país, no poníamos sello. En un lugar bien visible escribíamos aquella tontería de “De soldado a soldado, paga el Estado”. Puedo asegurar que, por increíble que parezca, muchas de las cartas llegaban felizmente a su destino. Sería que los carteros sabían de nuestras estrecheces porque también ellos fueron soldados de reemplazo y se solidarizaban con nosotros.
     Otras veces, si poníamos sello, le dábamos la vuelta. Era nuestra forma tonta y pacífica de protestar contra el “abuelito”.
     Me ha emocionado la Susi. Parecía una niña de las de antes con un par de zapatos nuevos de charol y su carta en la mano.
     ¡Qué bonito que aún haya gente así!

domingo, 4 de noviembre de 2012


     Las calles de las zonas costeras se animan en verano. La gente se relaja, pasea tranquila, sin prisas. Se sienta en las terrazas de los cafés, vive la vida a cuentagotas, despaciosamente, para saborearla Y un murmullo sordo se escucha en las calles peatonales más transitadas. A mi mujer le encanta mezclarse entre la gente para después, cotillear. A mí, no demasiado, la verdad; pero como tiene esa obsesión casi enfermiza por “poner un pie delante del otro”, como dice ella, casi no paramos en casa. He intentado por todos los medios buscarle amigas con las que salir de paseo. Más que nada para que me deje en paz, pero dice que sus amigas son muy de “té con pastas”, del “cinquillo” y de “sillón-ball” y que eso está bien de vez en cuando, pero que no es para todos los días y que a ella le gusta ver el sol y la luz del día.
     El caso es que yo no sé si le estoy cogiendo gustillo últimamente o qué pasa, pero creo que me cuesta menos que antes salir a la calle. ¿Será porque es verano? Será, será. Y lo peor de todo es que no sé disimular y, claro, ella que es bastante observadora, ya se ha dado cuenta de que a veces soy yo quien tiene la iniciativa. Y ya no sé si es por fastidiar o porque prefiere salir un poquito más tarde, se me hace la remolona. Y yo: “que se nos va a hacer tarde” y ella: “que aún es pronto y todavía hace calor”. Total, que cuando me saca (a mí me empieza a dar ya la neura de que soy el perrito zalamero que cuando presiente que es la hora de pasear coge la correa y se la lleva a su amo como diciéndole: vamos, que ya toca) no me lleva por calles concurridas por donde caminan ociosos los viandantes mirando escaparates, charlando en reducidos grupos de tertulianos, etc. Nooo…, se coge de mi brazo, con fuerza, para que no me escape; así, con ganas, mientras en la otra mano sujeta el bolso o se lo cuelga del antebrazo y me dice con suave energía, dando un tirón de arranque: “Vamos, cariño”. Y, entonces, tira por la avenida más ancha y menos transitada en sentido inverso al centro de la ciudad. A mí, eso, es que me desmotiva totalmente, porque no tengo intención de presentarme a unas olimpiadas, ni quiero ganar ninguna maratón.
     -“Lo que a ti te gusta es ver a las chicas guapas, descastado. ¡No sé lo que tenéis los hombres en la cabeza! Si tenéis algo, debe de ser un batiburrillo de hormonas”.
       ¡Cielos, mi mujer! Ya me ha interceptado el pensamiento.

domingo, 28 de octubre de 2012


     La Susi, ese ser tan maravilloso con quien tengo la gran fortuna de compartir multitud de experiencias, me ha proporcionado la alegría de poder estar con ella nuevamente.
-   Antón, -me susurra tiernamente- me han invitado a una boda y, como todos llevan pareja, voy a sentirme muy sola. Acompáñame, anda; vente conmigo –dice melosa.
     Y yo, que soy de corazón débil, me dejo convencer por su voz dulce y por sus carantoñas. Armas de mujer de las que no he sabido jamás defenderme. Y así me va en la vida.
     Hacía tiempo que no iba a una boda. Casi desde que me casé, si exceptuamos la de Pablo. Y es que hoy en día casi nadie se casa. En fin, a lo que iba. Aquello no era una boda, era algo espectacular, mezcla de Pasarela Cibeles  y actuación circense, aunque finalmente devino en bodorrio por lo desordenada y ruidosa que resultó.
     Parecía una competición –por la elegancia, unas veces; por la chabacanería y ostentación del mal gusto las más- de modelos, modelitos, tocados, peinados, escotes, piernas y figurantes en general. Me fue difícil, al principio, reconocer a la novia, ya que entre los asistentes había una soterrada lucha por ser, estar y parecer. Yo, que soy un clásico pertinaz, buscaba de entre la gente un traje de novia de color blanco pureza, pero al rato salí de dudas cuando, de un Buick descapotable, modelo años 50, de la factoría USA, desembarcó una joven enfundada en un espectacular vestido negro.
     En mi desconocimiento total de las tendencias actuales, más me pareció un oscuro vaticinio de lo que podría depararle el destino al novio, quien comparado con la hermosura de su prometida, me recordó a la mantis religiosa, que tras la noche de amor devorará a su compañero.
     La Susi, que es más de este mundo, me sacó de mi ignorancia y me explicó que estas eran las nuevas tendencias y me hizo sentir un troglodita de la moda; pero como tiene esa gracia al decir las cosas, no pude enfadarme con ella.
     Mientras en el bando de las chicas todo era colorido, competencia, exageración, diversidad, generosidad en los escotes (tipo barco, Berta, palabra de honor –¡os lo juro!- hombros caídos, cuadrado, en uve, falsa modestia…), ellos llevaban unos trajes aburridos, monocromáticos, insulsos, todos con el mismo corte.
     Tengo que deciros que la Susi causó sensación entre los asistentes con su vestido corto de cóctel rojo-pasión, escote te lo juro y sus imponentes zapatos de tacón de aguja que lucía con gran elegancia. Entre la gracia de su porte y la plataforma en la que se hallaba subida, parecería yo un escolar al que su mamá acompañara -cogido de la mano- al cole, si no fuera porque puedo ser su padre. Pero la Susi es esa chica desinteresada y desprendida que va con su amiga a todas partes y a quien no le importa que ésta sea fea.
     Así iba yo con la Susi: dando la nota.

domingo, 21 de octubre de 2012


     Hoy es viernes y, como cada viernes, voy con mi mujer al mercadillo a hacer la compra de verduras, hortalizas y fruta para toda la semana. Vamos muy tempranito porque hay menos gente, los puestos están recién montados y la mercancía se encuentra en todo su esplendor. Así que ahí estábamos a las 7 de la mañana.
     Tengo la costumbre, desde hace muchos años, de acompañar a mi mujer todas las semanas. Ella es quien se encarga de la intendencia, la que compra la comida; y yo soy su porteador servicial y sufrido. También ella es la que paga con los 40 € que me pide cada jueves, insistente.
     - Ay, cielo –me dice cariñosa-  tienes que sacarme dinero del cajero para mañana, que hay mercadillo. Ya sabes, cuarenta eurillos –me pide.
     Yo, me sorprendo y le pregunto:
     - Pero, ¿no te di 40 € la semana pasada? ¿Te lo has gastado todo?
     - ¡Huy, no sabes bien tú cómo está la vida! –exclama entre enojada y desconfiada.
     Me sorprendo, pero no digo nada. Pues sí que está cara la vida, sí -pienso.
    En fin, mi mujer va comprando el género. Lo mira, lo calibra, lo toca, rechaza alguna pieza, las mete en bolsas, las pesa y me va dando órdenes de cómo colocarlo en el carrito de la compra.
     - No, no, no… Así, no. No pongas los tomates con los pepinos, que se van a aplastar.   El gazpacho, "ya si eso", lo hacemos en casa. ¡Ay! Las naranjas ponlas aparte, que ocupan mucho espacio y no me cabe nada. La sandía hay que llevarla en la mano. Haz el favor: los plátanos, que vayan separados, que están maduritos. No me mezcles las patatas con la uva, ¡hombre! ¿No ves que se van a despachurrar? ¡Estos hombres, qué torpes que son! –le comenta, cómplice, a una vecina del puesto.
     Entonces, yo miro con gesto serio y adusto a la mujer y, esta, hace solo una mueca y baja la cabeza. Luego, añade tímidamente un “es que…”
     Finalmente, al pagar entrega un billete de 20 €. Su mirada y la mía se cruzan un instante. No digo nada. Ella comprende que la he pillado “con el carrito del helado”, en plena sisa; mas, con la tranquilidad de quien está preparado para estos casos, suspira profundamente y  -campanuda- añade:
     - ¡Huy, hijo mío. No veas cómo está la vida! ¡Qué cariSÍsimo que está todo!
     Y como que no va con ella, coge las vueltas y me dice, mandona:
     -Anda, nene, que nos vamos. Recoge las bolsas y tira para el coche.
     Obediente, la sigo como puedo. Ella, empujando alegremente el carrito de la compra. Yo, cargado con las bolsas: en la mano izquierda una sandía como un globo terráqueo. En la derecha, los tomates, en una bolsa; y en otra, las naranjas, “que ocupan mucho espacio”. A la espalda, una pequeña mochila con dos melones de la Mancha, para equilibrar. Me veo hecho un pobre porteador negro del África tropical siguiendo a mi bwana.  
     Mientras, voy comprendiendo el porqué y el cómo de algunos modelitos.

domingo, 14 de octubre de 2012

   
     No sabía yo que en aquella época la Susi estuviera tan enamorada (ni siquiera un poquito). Aunque creo que la conozco bastante bien, esta criaturilla no deja de sorprenderme y emocionarme cada día un poco más. Ahora se nos ha puesto romanticona y cual insigne vate nos deleita con estos versillos que robé de su diario.






domingo, 7 de octubre de 2012



     Va a ser cierto eso de que casamiento y mortaja del cielo baja, que decía mi abuela Asunción, a quien Dios tenga en su gloria (en fin, tras 94 años de azarosa vida de santidad, la buena mujer se lo tenía merecido). Pues a lo que iba: ¿quién me iba a mí a decir que mi primera novia iba a ser vasca? Porque, la verdad, servidor es de Zamora. Además, ni soy ligón, ni guapo, ni mujeriego, aunque he tenido algunos affaires amorosos. Bueno, amorosos, amorosos -en sentido estricto- tampoco muchos que digamos; pero affaires, sí. De todos modos, sin querer presumir mucho, uno tenía su parroquia de seguidoras. Y hete aquí, que un día, tonteando, tonteando, pues lo que pasa, que parece que fulanita te cae más simpática que las demás y todo eso. Y así, como decía, a lo tonto, se te complica la vida.
     Era la tal fulanita una rutilante moza con buenos motivos para agradar a un chico tontorrón y bobalicón como yo (guapa, inteligente, dicharachera, simpática…y tenía unos preciosos ojos azules, ¡malpensados!). Se llamaba (y supongo que aún seguirá llamándose) Garbiñe Astiasuainzarra Orobiourrutia. Y era de Bilbao, “oyes”. Por eso había nacido en una aldeíta cercana a San Sebastián, provincia de Guipúzcoa (y es que “Los de Bilbao nacemos donde nos da la gana” -me decía entre carcajadas).
     Lo que pasa con estas cosas es que poquito a poco te vas metiendo en la familia, sin darte cuenta. "Mira, aquellos son mis padres". Y así. Al final me los presentaron.
   La madre era una mujer grande, sin excesos, muy callada. El padre, un chicarrón del norte, “metro ochentaidós”, boina (perdón, chapela-txapela) que no se la quitaba ni para dormir (yo me preguntaba si “ello” no sería el gorro de dormir, el cual olvidaba quitárselo por las mañanas), y cuerpo de leñador o levantador de piedras. Tenía un acento vasco cerrado-cerrado, como los de los vascos de los chistes de vascos. Su sentido del humor era un tanto peculiar: me daba unos “golpecitos” en la espalda que me crujían, al tiempo que decía entre risotadas “majeteee…”. También tenía un RH negativo. Muy negativo. Más negativo que el del “Padre Arzallus”. Y eso, a mí, que lo tenía positivo y era muy maqueto, me podía. Recuerdo que un día que habíamos tomado un par de vasos de chacolí, me miró muy serio y fijo a los ojos, sin pestañear. Luego, se rascó la boina, carraspeó, acomodó la voz y, en un tono quedo, apenas percetible, me soltó: Oiga, joven, ¿cuáles son sus intenciones con mi hija?
     Me asusté mucho y no volví nunca más.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Ayer acudí con la Susi al ginecólogo. La pobre estaba sola y me pidió que la acompañase. A mi mujer, recelosa como siempre de mis compañías femeninas, no le hizo demasiada gracia. Si no hubiera tenido hora con su “estilista”, como dice ella, nos habría acompañado en calidad de carabina. Y total, ¿para qué va a la peluquería si siempre viene con unos pelos “que pa qué”...  y con el bolsillo maltrecho? Pero ella se empeña en que está guapa:
-         ¿No me notas nada, cari? –acostumbra a preguntarme, coquetuela.
-         Chica..., la verdad... –le respondo con aire despistado. Así... de repente... –continúo, ingenuo. Pues... Déjame ver... ¡Ah, ya...! –digo dispuesto a acabar con tanto misterio. Los pendientes son nuevos, ¿eh? –añado con aire cómplice.
-         ¡Qué va, tontorrón...! –me responde ella, melosa. Vengo de la “pelu”. ¿A que estoy guapa?
-         Cla..., cla..., ¡claro! –tartamudeo azorado. ¡Qué tontorrón! ¡Mira que no darme cuenta...! Pero, ahora que lo dices, estás guapísima. ¡Vaya! ¡Gua-pí-si-ma!
-         Aaanda, trolerooo... ¡Eso se lo dirás a to-das! –termina triunfal.

Pues a lo que iba, que como tenía “pelu”, -muy a su pesar- no pudo acompañarnos. De modo que allí estábamos los dos esperando en la salita de la policlínica a que nos llamara la enfermera. Estaban con nosotros otras tres mujeres. Dos de ellas, que al parecer eran amigas, hablaban sin parar. Al rato salió la enfermera, quien se dirigió a una de ellas en tono familiar:
-    Paqui, pasa. Y añadió: ¿Hay alguien más para la ginecóloga?
-    Yo, dijo la Susi.
-    Ahora enseguida la llamo, dijo aquélla.
 Y la enfermera desapareció.
  Aquellas dos mujeres distraídamente despreocupadas llevaban largo rato contándose la receta para hacer un bizcocho. Que si mi madre, la pobre –que en gloria esté-, lo hacía así; que si la harina se añade poco a poco hasta que la mezcla se haga homogénea y que cuando se despega del bol ya tenemos la mezcla perfecta; que…Y así hasta que se dieron cuenta de que la enfermera, tras preguntar algo que no habían oído, se había metido de nuevo en la consulta.

-         ¿Qué ha dicho? – nos preguntó resuelta una de ellas.
Y la Susi respondió:
-         Pregunta por los pacientes para ginecología.  
Y aquellas, muy ofendidas, empezaron a a llamar a la enfermera de todo, menos bonita.
-         ¿La tonta esta no tiene una lista? –preguntó nuevamente la más guerrera.
-         Pues estamos bien, coreó su compañera.
La Susi no sabía dónde meterse del ataque de risa que le dio.
-         ¿Que si hay alguien para ginecología? -volvió a terciar la más habladora. Y continuó: ¿Te das cuenta? ¡Si ha pasado de nosotras! Pero, ¿será borde la tía? –insistió.
-         Pero, ¿será posible? ¿Cómo es posible que no tenga una lista? Por Dios, ¡qué barbaridad, qué desatino!
-         Más inútil no se puede de ser –confirmó la otra. ¿Uds. lo han visto, verdad?
-         Bueno… la enfermera preguntó si… -intentó decir la Susi, cuando rápidamente, la primera cortó:
-         Pues eso es una falta de seriedad y de profesionalidad, porque aquí todos pagamos impuestos y “bla, bla, bla”…
-         Y “bla, bla, bla”… repitió la otra.
-         “Bla, bla, bla”… -confirmó la primera
-         Pues “blablablá, bla, blablá”… -intervino nuevamente la marisabidilla.
-         Ah, Claro… “blablablá, bla, blablá”… -corroboró su acompañante.
-         ¡Natural! “Blabla, blablá, bla”… -acordaron finalmente ambas, tras unos veinte minutos de protestas y críticas.

Ya, la Susi no oía; hacía un rato que había desconectado y daba fe de sus buenas maneras.
Por fin… ¡¡¡Siguiente…!!!


domingo, 23 de septiembre de 2012

     Es posible que alguno de mis amables lectores eche de menos a mi “Santa” y alguna de sus historias. Pues bien, hoy tengo que contaros que estoy harto. Sí, como suena: harto. Resulta que no le basta con ser una especie de ser omnisciente, sabelotodo. Encima, es cruel conmigo y me castiga. Hoy, concretamente, sin postre. Total, por una travesura de niño chico, de nada.
     Sabéis –y si no, os lo digo yo- que le gusta bastante pasear. Nadie piense que es porque quiere estar en forma, rebajar esos michelines indómitos que se le ponen a modo de cinturón… (chincha, rabia, que yo tendré barriguita cervecera, como tú dices, pero lo tuyo es un flotador homologado. ¡Toma ya!) sino que lo hace por puro cotilleo, por tomar el pulso de la calle, por curiosear (yo digo que es por ver la tele en directo). El caso es que sufro con ello, porque a mí, lo que me gusta en mis ratos de ocio, que son bien pocos, es estar tranquilo leyendo o haciendo alguna de las manualidades a las que soy bastante aficionado o escribir en este blog, claro. Pero ella se empeña en salir, vivir la vida… “Porque, ¡hijo!, se te queda una cara de membrillo todo el día metido en casa… Hay vida fuera de estas cuatro paredes -me dice. Hay que salir, ver gente, tomar contacto con la realidad...”
     Y eso fue lo que yo hice el otro día, que casi me sacó de casa a empellones: tomé contacto con la realidad.
    Íbamos amarraditos los dos, como le gusta a ella, “espumas y terciopelo” y apretujados la otra contra el uno cuando, de entre la gente surgió la figura de una joven escultural y de aspecto jacarandoso moviendo alegre sus caderas. No pude resistirme y toqué, con un sonoro y alegre palmoteo, donde no debía. Claro, se lio, aunque tuve la habilidad de hacer que pareciera que había sido ella. La otra, con los brazos en jarras y expresión malhumorada, la puso “cual no digan dueñas”, como os podréis imaginar, aunque no pasó a mayores.
     Y yo, muy digno, disimulando.

domingo, 16 de septiembre de 2012

     Hace unos días la Susi vino de lo más divertida de la piscina. Había entablado amistad en el vestuario con una viejecita muy simpática y agradable, según parece. La conocía de antiguo, pero su contacto con ella no había pasado de un cortés “buenos días” y poco más. Sin embargo, parece ser que se encontraban las dos a solas en ese momento y a aquella venerable señora le dio por soltarse el pelo y comenzó a contarle cosas.
   Según le dijo, tenía 76 años –muy bien llevados, por cierto- y estaba casada. Su marido no participaba del interés deportivo de su señora, que deseaba llevar su vejez lo más en forma posible y que estaba decidida a morirse con una salud de hierro cuando le llegara su hora.
     Los hijos parece ser que vivían en Holanda y el matrimonio disfrutaba de su jubilación en España desde hacía unos cuantos años.
     Ella era una mujer pequeña, menuda, de pelo muy blanco y corto, y con pocas arrugas en la cara. Su aspecto sólido indicaba que llevaba una vida de ejercicio. Tenía un marcado acento extranjero.
    Dice la Susi que la abuela le recordaba muchísimo a la actriz Estelle Getry, que interpretaba el personaje de Sophia Petrillo (la abuela) en la serie de TV “Las chicas de oro”.
     La Susi, una vez que la mujer inició la conversación, muy educadamente le siguió la misma y se interesó por ella, por su familia (sin ánimo de cotilleo, que quede claro)… En fin, ya se sabe: por todas esas cosillas que no tienen más interés que el de relacionarse y hacer amigas que, la Susi, en esas cuestiones, además de educada y cortés, es muy sociable.
    En esos escarceos primeros de la conversación se encontraban cuando, de repente, la viejita, indignada, le comentó que estaba cansada de su marido.
-  Mi marido no me comprende. Se queja de todo y por todo. Estoy harta.
       La Susi, confusa, no sabía por dónde salir. Solo acertó a decir, al fin, en un tono balbuciente:
-  Mujer…
-  Sí, sí… cortó la anciana con rotundidad. Y añadió:
- Ese viejo gordinflón no quiere moverse del sofá en todo el día –prosiguió con energía su compañera. Es como el perro del hortelano, que ni vive ni deja beber.
-  No, no, no -interrumpió la Susi viendo que la mujer equivocaba el dicho- que ni come ni deja comer -corrigió.
-   Mi acento no es muy bueno -continuó la mujer- pero llevo en España muchos años y conozco bien el idioma. Mi marido sí come ¡y mucho! Ya le han dado dos infartos y le han implantado un marcapasos. Dice que si viene a la piscina tiene miedo de que se le moje y le haga un cortocircuito. Y mi marido no vive la vida porque se la pasa encerrado todo el día en casa y tampoco quiere que yo beba ni una copa de anisete.
-        Además es un celoso increíble. No quiere que venga a la piscina porque teme que ligue.
     La Susi apenas pudo contener la risa a pesar de morderse la lengua con fuerza.
     - ¿A qué vas a la piscina?- me pregunta mi marido. ¿No los conoces ya a todos? –prosigue. Ud. me dirá –termina la anciana.
-   La Susi: (con aire picarón) Eso es que tiene miedo de que ligue. Eso es que la ve joven, mujer; eso está bien.
-  La anciana: (con aire sorprendido) ¿Ud. me ve a mí…? Quita, quita. Y se pone a cantar a viva voz: “Hace tiempo que no siento nadaAa…”
     A la Susi casi le da un ataque de risa.
-   La Susi: (tranquilizándola) ¡Quién sabe, mujer, quién sabe! Igual le gusta.
-   La anciana: (sonriendo con malicia) ¡Anda que si va y me gusta…!
-   La Susi: (socarrona) Pues ya sabe: entonces invita a su marido a que se alegre la vida.
-   La anciana: (con aire divertido) ¡Pero que dices, con el montón de pastillas que se toma al día!
-   La Susi: (a punto de explotar) Pues mujer, una viagra entre medias y…
-   La anciana: (riendo con franqueza) ¡Pero si tiene un marcapasos!
-   La Susi: Bueno, morir de felicidad tampoco está mal. (Y estalla en una sonora carcajada).
-  Quite, quite -dice con cierta vergüenza la anciana. Me voy a la piscina a ver si me desaparecen los dolores.
    

     P.D.: Me duele que la Susi tenga ese comportamiento con la gente, porque ella ha recibido una educación muy esmerada y rigurosa. Yo creo que son defectillos de juventud. Por otra parte, tampoco quiero darle demasiada importancia porque conociendo a la Susi, no me extrañaría que esta historia se la hubiese inventado para darse pisto.

domingo, 9 de septiembre de 2012


     Todos los años la misma canción. Cuando llega la época estival, empiezan las famosísimas rebajas de verano bajo diversas denominaciones. Rebajas, saldos, ofertas, outlet … Da igual el nombre que tengan; para mi mujer siempre han sido un trofeo muy codiciado.
       -Anda, amorcito -me dice. El lunes comienzan. ¿Me acompañarás?
     Y yo, que por naturaleza soy un poco comodón, me excuso de mil maneras posibles. En el fondo, porque para mí es un martirio visitar decenas y decenas de comercios. Pero no me sirve de nada, porque finalmente me convence con sus armas de mujer de las que todavía no he aprendido a defenderme bien.
     ¿Decenas y decenas de comercios? Pues sí; aunque parezca exagerado es la verdad. No hay más que multiplicar la sección “zapatos” por el número de tiendas de mi ciudad (porque os juro que se las zapatea –nunca mejor dicho- todas, todas, todas, buscando el modelito que vio -sabrá ella dónde y cuándo- por el que pretende ahorrarse la ferolítica cantidad de 20 o 30 euros). A continuación, añadiremos la sección “ropa” y visitaremos los Zara, Mango, Berska, Cortinglés, Pull & Bear, Don Algodón, DKNY…  Además, tras agotar las tiendas de su localidad y de localidades cercanas, acudirá también a las rebajas de la ciudad capitalina de la provincia.
     Pero -por desgracia- aquí no acaba todo, ya que no hay que olvidar que las rebajas también están en la ropa de casa (sábanas, edredones, toallas, cortinas…), electrodomésticos, menaje, alimentación... Y a ella le falta de todo. Es un mes de peregrinación infatigable a la caza de no se sabe muy bien qué ofertas.
     Luego, en casa, me castigará dándome un pase de modelos privado. Todo un lujo que yo no sé agradecer, la verdad. En fin, no sé si porque pongo poco entusiasmo en las prendas que me enseña o, porque ella, en el fondo, es una mujer muy mirada, finalmente se queda con muy poquitas cosas y devuelve las restantes.
     Y esa es otra, porque ahora toca hacer el mismo recorrido de tienda en tienda, pero a la inversa.
     ¡Señor, qué cruz!

domingo, 2 de septiembre de 2012



       La necesidad que tengo de viajar por cuestiones laborales hace que utilice mucho los aviones. No voy a explicaros que es un medio rápido y seguro. Sí os diré, en cambio, que ya no son lo que eran gracias a la popularización del transporte aéreo.
     Tengo para mí que las compañías aéreas desprecian profundamente al pasajero (sobre todo las de low-cost), ya que lo agreden constantemente sin recato ni disimulo alguno, ya sea a través de retrasos continuados, cancelaciones u otros subterfugios más sibilinos.
     Antiguamente viajabas hecho un señor: te daban la comida a bordo, te ofrecían periódicos y revistas y, entre los asientos, la separación permitía estirar cómodamente las piernas y descansar. Actualmente, las distancias entre estos son mínimas Hoy, salvo que te refugies en la clase bussines, viajas estabulado. La comida corre por tu cuenta. Revistas o periódicos, los que tú lleves. Si viajas en el asiento de en medio no sabrás cómo colocar los brazos ni dónde ponerlos. Es posible que tu vecino delantero recline el asiento para estar más cómodo, lo cual te sitúa ante la tesitura de echarte también hacia atrás o quedar condenado a no poder moverte. ¿Y los olores corporales? De eso, mejor no hablar. Algunos compañeros de travesía, inmisericordes, se descalzan (¡oh, qué alivio! -para ellos, naturalmente) y te atufan con el perfume embriagador de sus pinreles.  Los hay que se quitan la chaqueta y te ofrecen su particular visión de la sudoración axilar, que hay gustos para todo, y te aromatizan con su  “Eau de Sobac” demoledor.
     Naturalmente, deseas que el viaje llegue pronto a su final y para ello pretendes echar una cabezadita que acorte el tiempo de espera. Es posible que, cuando estés en lo mejor de tu reparador sueño, tu vecino de asiento tenga pipí y te pida, cortésmente, que le permitas salir. Tampoco será de extrañar que sea el vecino de detrás quien tenga necesidad de salir, para lo cual se apoye en tu respaldo y te dé el meneíto correspondiente.
     Las azafatas, por su parte, son muy crueles con el pasajero. Pero hay que reconocer que se trata de un sadismo fino, muy estudiado -pero hiriente, al fin- aunque adobado con una amplia sonrisa. Tras haber realizado el vuelo en las condiciones antes mencionadas, te transmiten por megafonía su deseo de que hayas tenido un vuelo agradable y esperan verte nuevamente a bordo.
     Viajar es un placer.

domingo, 29 de julio de 2012

     Que me perdonen los gordos, que los pobrecitos bastante tienen con llevar esa pesada carga consigo todo el día. Cuando hablo de gordos me refiero a esos individuos de peso descomunal, enfermos, sin duda alguna. Como el que me tocó en suerte (?) no hace mucho tiempo.
     Con el pasaje casi completo, surgió de la zona delantera del avión la figura de un hombretón de un metro ochenta de altura y unos ciento treinta kilos de peso aproximadamente, digo yo. No sé por qué, nada más verlo, me estremecí. Sería porque era consciente de que a mi lado había un asiento vacío. A medida que avanzaba torpemente por el pasillo dando capirotazos a diestro y siniestro -ora con la gabardina, ora con su portafolios- sentí, con ese extraño instinto de ganador, que me iba a tocar el gordo, pero no el de la lotería. Gané, efectivamente, desasosiego y nerviosismo. Me tocó el gordo y, curiosamente, perdí mi buen humor y la tranquilidad que tenía hasta ese momento.
     Tardó el buen hombre lo indecible en colocar su gabardina y su portafolios en el compartimento de equipajes, pues casi no quedaba sitio. Finalmente, se sentó (es un decir) al dejarse caer sobre el asiento; se arrellanó, estiró los brazos para subirse las mangas del jersey y cruzó las manos sobre el pecho en actitud beatífica. La azafata le notificó que debía abrocharse el cinturón. Lo buscó por todos lados, pero no podía encontrarlo ya que lo había aplastado con su cuerpo. Intentó sacarlo, pero no pudo. Decidió levantarse y tirar de él. Misión imposible. Colocó sus manos sobre los reposabrazos laterales y trató de levantarse nuevamente. Nada. Decidió, finalmente, sujetarse en el respaldo del asiento delantero con una mano y tratar de alzarse apoyando su mano libre en aquel. El intento tuvo éxito, pero el pasajero de delante se llevó un susto morrocotudo con la repentina y violenta sacudida hacia atrás que experimentó su cuerpo. Después quiso colocarse el cinturón de seguridad, pero aquel artilugio no daba más de sí y la azafata, solícita, hubo de traerle una extensión.
     Agobiado como yo estaba con tanto trajín y semejante susto, me acurruqué contra la ventanilla y recé para que todo acabara lo más pronto posible.


NOTA: Me voy de vacaciones, queridos y sufridos seguidores de este blog. Voy a tomarme un merecido descanso y a preparar tranquilamente nuevas tonterías de estos -para mí- entrañables personajes.
Nos vemos el primer domingo de septiembre. Puntualmente.
Un abrazo, hermosos/as.
Antón

domingo, 22 de julio de 2012

     Sobre los viajes en avión, tampoco esto que os voy a contar es lo peor que os puede ocurrir, aunque confieso que es duro encontrarse en un vuelo completo con el asiento contiguo ocupado por un dipsómano inveterado del que es muy difícil desembarazarse.
     El que me tocó a mí aquel aciago día era un individuo español, lenguaraz, representante de una destilería segoviana de tres letras, de nariz brillante y ojos vidriosos, con los carrillos colorados, sudoroso, que bebía para olvidar, pero que se acordaba de todo ¡y encima me lo contaba quisiera que no!
     En casos como este, tendrás suerte si tu acompañante finalmente cae en brazos de Morfeo. Si no, tal vez te pases el tiempo recorriendo el pasillo de una punta a la otra o en el aseo.
     En un principio le seguí el rollo por aquello de que uno procura ser educado. Luego, me arrepentí, porque se ve que el hombre me cogió cariño y también del brazo (no sé a ciencia cierta si lo hizo para no caerse al suelo o para que yo no pudiera escaparme). El caso es que se aferró a mí como una lapa a la roca. Una vez que me tuvo entre sus brazos comenzó a contarme mil historias desordenadas con elevadas dosis de halitosis gratis incluida.
     Aduje que tenía necesidad de acudir urgentemente al baño y, tras algunas dificultades iniciales, finalmente logré alcanzar el pasillo. Busqué a la azafata que había en la parte posterior y le expliqué el caso. Ella, casi con lágrimas en los ojos (tengo mis serias dudas aún si no sería del ataque de risa reprimido que le dio) me dijo:
- ¡Cuánto lo lamento, señor. Estamos completos!
Luego de un breve silencio, añadió:
- Si quiere, puede ocupar uno de nuestros asientos aunque, al aterrizar, deberá regresar al suyo.
Que nunca os pase esto, queridos.
Así sea.

domingo, 15 de julio de 2012

     Los viajes en avión nos proporcionan multitud de situaciones pintorescas, curiosas o al menos, dignas de recordar.
     Viajar en un avión repleto y que te toque al lado una familia con niños pequeños, maleducados, mal educados o, simplemente, asilvestrados, es de las peores cosas que te pueden ocurrir.  Nótese bien que he dicho “de las peores cosas que te pueden ocurrir”, que no la peor porque, que los niños se peleen, griten, lloren, te empujen el asiento a base de golpes, patadas y demás -cada dos por tres- es desagradable, qué duda cabe. No obstante, siempre tienes la posibilidad de solicitar de los progenitores un poco de atención hacia sus hijos, hacerles notar tu malestar y tu desagrado o ponerles cara de póker (lo escribo con “k”, porque me parece a mí que así es más duro e impresiona más) a los simpáticos papás de tan desmadrados retoños como diciéndoles “si suelto el animal que llevo dentro…”.                                   
     Como último recurso también puede uno chivarse a la azafata, aunque en este caso dejas patente que lo de la cara de póker era tan solo un farol y te han guipado la jugada. Puede ser que, después de todo, no te hagan mucho caso y al cabo de un rato vuelvan a la carga pero, al menos, te habrán dado una tregua.
     Hay otro caso nada baladí: que te toque cerquita un bebé llorón. Aquí no vale ninguna de las estrategias anteriores. Toca aguantarse y rezar para que se duerma pronto. Generalmente la paciencia tiene su recompensa al poco tiempo, pues el infante acaba finalmente agotado y duerme plácidamente el resto del viaje. Si no, escuchar una buena dosis de música de tu mp3 puede ser el remedio a tanto desasosiego.
         

domingo, 8 de julio de 2012

     No me gusta llegar tarde a ninguna parte. Debo de ser un bicho raro porque, en general, la gente se retrasa muchísimo. Y si no, para muestra, no un botón, sino toda una colección. Para hacer justicia habría que excluir a mi mujer. Su caso es un caso aparte. No es impuntual, ya que siempre está en el sitio a la hora convenida. Para quien no la conoce es más exacta que un reloj suizo. Pero, en realidad, adelanta que es una barbaridad, pues siempre llega media hora antes. Vivir a su lado es estar bajo presión continua. ¡Qué agobio, Señor, qué agobio!
     Viajar con ella en avión es una experiencia totalmente prescindible. Dos semanas preparando las maletas. Tal cual. ¿Para qué, si luego se olvida de la mitad de las cosas y parte de las que lleva no se las pone? Es tan apañada que prepara su maleta… ¡y la mía! Y eso me da una rabia… Es que no sé lo que llevo en ella.
     Tenía yo gusto por ponerme el bañador tipo speedo, que últimamente he rebajado mi barriguita cervecera y quería lucir mi palmito en la playa. Pues, no; me encontré con el bañador tipo meyba, “que ahora se lleva mucho”.
     Hace ya algunos unos años celebramos las bodas de plata. Quisimos volver a Tenerife, que fue donde estuvimos de viaje de novios. En fin, lo típico. Sacamos los billetes a través de una agencia de viajes. Yo habría preferido hacerlo por internet, desde casa, pero mi mujer, empeñada en que “con la agencia es mejor, ellos te lo solucionan todo, si algo falla tienes detrás a unos profesionales como la copa de un pino resolviéndote los problemas…” Por no oírla…
     Luego, la guasita del personal: “¿Qué, a recordar viejos tiempos?” –más como una evidencia que para informarse. “Radio nostalgia, ¿eh abuelos”? –bromeaba otro. “Canal melancolía”, -remataba un tercero con evidente tono de cachondeíto.
     El día de la partida, ¡qué nervios! Y si solo hubiera sido eso… La noche anterior no pegamos ojo. En mi casa tenemos la costumbre de compartirlo todo. Si mi mujer no duerme porque está nerviosa, nadie descansa (como se ve, somos muy solidarios entre nosotros). Y como le da la neura antes de los viajes, todos de imaginaria.
     Al día siguiente, agotados, claro.
     En el extremo opuesto se situaría mi hijo pequeño. Siempre tiene que haber un contrapeso. A este le pasaría un camión por encima y no se movería.
     - ¡Ay, que llegamos tarde, que perdemos el vuelo, que solo falta…! -interviene, angustiada, mi mujer.
     - Tampoco exageres, que hay tiempo de sobra -animo yo. Sí que es necesario que nos sobre un poquito de tiempo por si hay algún contratiempo –puntualizo en plan previsor.
     - Chist… -serena mi hijo con pasmosa dicción. Y prosigue con gesto lento y calmado aleteando las manos: Tran-quis, trons… No pa-sa ná… Hay tiem… -dice sin inmutarse. Y se queda tan tranquilo.
     Mi mujer, se sofoca, se excita:
     -Ay, que me da; que me da –repite nerviosa. Se tumba en el sofá y se abanica la cara con las manos.  ¡Que me da algo! –grita, en vista de que no le hacemos demasiado caso.
     - Nene –intervengo- haz el favor, apúrate una miajilla, anda, corazón.
     - Vaaa… -replica acelerando el silabeo. Cómo os ponéis, colegas. Mira a la mama –dice en tono de reproche.   Va, anda, hazle una tilita –concluye.
     - ¿Quién? ¿Yo? –me enfado. ¡Pero si está así por tu cachaza! ¡Que parece que te has fumado algo! –le digo excitado.
     - Sa-bes que no fu-mo –replica despacito, silabeando y en voz baja, displicente.
     - Mmm… -gruño, finalmente.
     - ¿Me vais a hacer caso de una dichosa vez? –gimotea nuevamente mi mujer. ¡Que estoy muy malita…!
     - Ya voy corazón -contesto solícito. Y tú, (a mi hijo) date prisa, que así no vamos.
     - Desde luegooo…, entre la mama y tú vais a acabar es-tre-sán-do-me. Qué vida más agitada –sentencia.
     (Jo, ¿qué habré hecho yo para merecer esto?)

domingo, 1 de julio de 2012

     Hace muy poquito publiqué la opinión de la Susi acerca del verano. Realmente, el sexo débil –nosotros- no quedó muy bien parado. Así pues, me veo en la obligación de salir en defensa del sufrido y denostado macho ibérico.
     Mira, Susi, yo creo que la llegada del verano produce en todos nosotros cambios en las costumbres y también en el atuendo. Comprendo que aborrezcas a ese terrible “homo antecessor” colgado de la barra del vagón del metro/bus; o al inveterado metrosexual descatalogado, luciendo sobaquera y contraviniendo las normas de la ética odorífera.
     Habrás de reconocer conmigo que, en lo tocante a las mujeres, también tenéis lo vuestro. Porque, mira, aunque aquí alguien me trate de machista, tengo que defender a nuestro agraviado grupo social. No te falta razón en lo que dices, pero te has olvidado de las féminas.
     Acudir a la piscina municipal o a la playa es tropezarse con una ingente masa de egocéntricos modelitos -y otros, piadosamente, no tanto- embadurnados de penetrantes cremas pestilentes, patéticamente expuestos y achicharrados al sol, ansiosos de quedárselo para sí solos –si ello fuera posible. La rubicundez es norma general en esos cuerpos atormentados por la Santa Inquisición de la moda, santo y seña que demuestra vuestra ansia desmedida por lucir el moreno más rutilante frente a vuestras competidoras cueste lo que cueste. La elegancia no está instalada exclusivamente en nosotros. Vuestros bañadores: monopiezas clásicos, biquinis mínimos, -muy mínimos algunos- triquinis, los espectaculares biquinis “XXL” tipo braga-faja y, –en fin- otras prendas imposibles, adornan vuestros cuerpos en extraña competición por el asado personal.  
     ¿Consideras que cualquier trapillo que cubra vuestro cuerpo es digno de ser elevado a la gloria de la casa Christian Dior?  Pareos y enormes camisetas-bata sin costuras, entronizan vuestros cuerpos. Las de lunares y rayas son, verano tras verano, número 1 en el “Hit Parade de la moda” de playas, piscinas y lugares aledaños.
     Como tú  bien apuntabas en tu anterior entrada, que Dior nos libre de tanta hortera.
     Amén.

domingo, 24 de junio de 2012

Este fin de semana ha venido a casa mi hijo pequeño, el que vive en Barcelona. Se ha presentado con su novia -¡cómo han cambiado los tiempos!- su nueva novia. Nosotros, cuando nos echábamos novia era para siempre. Y nos casábamos. Para siempre. Hoy, se juntan. Y no se casan. Y cuando ya no se aguantan, lo dejan. Y así.
Ella es una chica maja, de sonrisa fácil. Parece feliz. Creo que se quieren y por eso viven juntos: para compartir su vida, sus experiencias… Sin embargo hay algo que no acaba de gustarme: su atuendo, su aspecto. Viste con ropa del mercadillo; bueno, no, del rastrillo más bien (no pasa nada, que cada uno sabrá lo que le gusta y el dinerillo que tiene. Solo era una pequeña puntualización). Lleva pantalones amplios, -con cinturilla de goma- van ceñidos al tobillo y permiten llevar los “dodotis” puestos, sin que se noten. Creo que les llaman pantalones/bragas Aladdin, pantalones/bragas globo o algo así. Su atuendo se complementaba con una camisetilla de tirantes finos, de color fucsia que dejaba al aire su vientre plano con una pequeña estrella prendida del ombligo. Por calzado, unas alpargatas.
Los pelos (no me atrevo a llamar a eso “pelo o cabello”) eran rastas mal cortadas de varios colores desteñidos. También llevaba un pasador a modo de caracola. De cada una de sus orejas colgaban sendos trozos de alambre por pendientes.
En la ceja izquierda tenía prendido un “piercing”. También en la lengua llevaba otro, pero este muy discreto y pequeñito. En el labio, cerquita de la comisura, tenía atravesado un arete. Se adornaba el brazo izquierdo con una muñequera de cuero tachonada y con varias pulseras multicolores realizadas con hilos trenzados. En el tobillo, una pulsera con abalorios de colores.
Hemos pasado juntos dos días. Ya digo, una chica simpática, extravertida, muy natural, relajada, que infundía tranquilidad (en algún momento llegué a pensar, -sólo a pensar, que conste- si no se habría fumado algo). Para ella, todo era muy místico, natural, espontáneo y pragmático, según dice. “Se inspira en la filosofía Zen”- apunta mi hijo. Tocaba muy bien la flauta, pues al parecer tenía estudios en el conservatorio.
Mi hijo, muy a tono con su novia, llevaba camiseta negra de tirantes con agujeros, -de la que asomaba un mechón de pelo negro, hirsuto, - y pantalón vaquero desgastado, raído y sucio. Las chanclas, de cuero; y un solo pendiente de arete. Su pelambrera, abundante, parecía cortada a mordiscos.
Perro no llevaban.
En fin, después de todo hemos pasado un fin de semana agradable. A ratos he tenido que morderme la lengua y hacer grandes esfuerzos para no soltar la carcajada cuando me acordaba de aquel anuncio de televisión que decía: “Paz, amor… y el plus pal salón”.
Que no, que las cosas ya no son lo que eran.

domingo, 17 de junio de 2012

     Querido Pablo:
     Este es un país cotilla, lleno de morbosos. Me llegan cartas, decenas de cartas, centenares… ¡miles de cartas! (¡hala, halaaa…!) de admiradoras/es interesándose por mí, por saber cómo soy de verdad, qué edad real tengo, si verdaderamente trabajo en esto o me dedico a aquello. Alguna/o me pide -incluso- una foto dedicada y todo. También quieren fotos de la Susi (ya he dicho, claramente, que no, que habrán de conformarse con imaginarla). Hay, incluso, quien, en un acto heroico de masoquismo atroz me ha pedido la de mi mujer. Mira, no había pensado en ello, pero no estaría mal que la conocieran, no estaría nada mal. Así sabrían lo que yo tengo.
     Se empieza escuchando cantos de sirena lisonjeros cuando te haces novio y se acaba de galeote al servicio de un cómitre despiadado con el paso de los años. Así es la vida.
     Llevo casi treinta años de casado. “Una situación muy sólida y duradera” -pensará alguno (intenta romperla y verás).
     Mi hijo pequeño, el de Barcelona, presume de novia, no sin razón; de lo que se quieren y del tiempo que llevan juntos.
-   Papá, cinco meses.
-   Papá, siete meses…
     Y así.
     Me alegro mucho de que tenga novia  y de que esté como loco de contento y ya veo que las enseñanzas del profesor particular que le puse en Matemáticas han sido provechosas, pues noto que lleva muy bien la contabilidad. Espero que no le pase como a mí que -al cabo de los años, bien por desidia, aburrimiento, rutina o inercia- no sé si llevo 30 años y un día de vida en común con mi señora o esto es una condena que me ha impuesto algún juez. La verdad, como vida de pareja se me empieza a hacer muy larga, y más me parece lo segundo. Vivir así no es vivir, es morir un poco cada día. Me nota, me siente, me controla a cada instante… Y yo percibo su casi omnipresencia y omnisciencia a cada minuto, su aliento en la nuca. Aunque a veces se relaja, confiada, y puedo ser, por un breve tiempo, yo mismo. Cuántas veces he pensado poner un anuncio en el periódico o en el tablón de anuncios de una gran superficie: “Cambio pantera (experimentada) de 50 por dos de 25”. No sé si colaría, la verdad. Pero algo habrá que hacer al respecto.
     También he pensado divorciarme, pero esta opción tengo que descartarla “porque ella nunca lo haría” y eso es cosa de dos. He aprendido a hacer como con las hemorroides, a sufrirla en silencio. A ver, ¿a quién le contarías tú que tienes hemorroides? Aparte de ser algo personal y muy íntimo, es escatológico y de mal gusto hablar de ciertos asuntos. Así, resulta poco apropiado hablar de algunos temas con la gente. Para eso están los programas televisivos que todos sabemos.
     ¡Ah, cómo echo de menos aquellos tiempos en que en España no existía el divorcio, pero teníamos “la espantá”! ¡Qué tiempos aquellos! Hoy te cuesta un ojo de la cara y la mitad del otro divorciarte. Así que, mejor no intentarlo.
     Fugarse es otra opción, pero creo que no es demasiado rentable porque, si te acusa de abandono del hogar, la llevas clara. Darle a beber alguna pócima o ponerle algo en la comida, tampoco me parece demasiado seguro, pues según la policía no hay crimen perfecto, aunque ello dé mucho juego en las novelas policíacas.
     ¿Y si le diera un soponcio? Vaya, esa opción me parece más factible. Pero, ¿cómo hacerlo? Matarla a disgustos podría ser, aunque tengo serias dudas, ya que si no surte efecto rápido, su venganza podría ser terrible.
     Podría empezar por olvidarme de su cumpleaños. A ella, eso le dolería muchísimo. Por otra parte, creo que es una crueldad innecesaria y de efecto bumerán.  
     - “Ya no me quieres… Ya no te parezco atractiva… Ya no me abrazas ni me dices cosas bonitas como cuando éramos novios… ¿Hay otra?” –me diría constantemente. Así que, mejor dejarlo. Creo que, recordarle que cada año es un año mayor, es castigo suficiente.
     Ya, apenas tenemos sexo. En cambio, ahora quiere que le haga todas las noches el amor:
   - Dime que me quieres –me pregunta. ¿Te parezco atractiva? –se insinúa. Abrázame –exige. ¿Verdad que para ti soy la única? –duda.
      ¡Nadie sabe lo que yo tengo, Pablo!


domingo, 10 de junio de 2012

     Ya sabéis cómo es la Susi: sensible, fina, elegante... Le aterroriza el verano. ¡Y mira que es una estación bonita, llena de luz, sol y calor! –exclama. Pero es terrible. La luz hiere mi retina. El sol me aja la piel. El calor me provoca una sudoración excesiva -concluye.
     No lo puede soportar. Si, en sí misma es una estación hermosa, según mi opinión, todos mis convencimientos se me vienen abajo cuando escucho sus argumentos.
     Mira, -me dice solemne- cuando llega el buen tiempo, aparece una legión de horteras. El calor parece que sea una buena excusa para sacar lo que cada uno lleva dentro. Verás –continúa- la ropa mengua y las carnes asoman y se derraman por doquier. Aparecen las camisetas de tirantes para hombre, tipo jugador de baloncesto, con amplias aberturas laterales que permiten ver las axilas sudorosas. ¡Qué ordinariez! No hay desodorante que en esas condiciones no eche a correr, por mucho que digan los anuncios. En la hora punta del metro o en el autobús es un castigo insufrible tener a tu lado a uno de estos émulos de la NBA sujetándose de la barra superior del transporte público mientras le canta el sobaco. El conjunto se adereza con los respectivos calzones deportivos que dejan ver unas peludas piernas.
     En la playa, el panorama puede ser aún más desolador. Orondas barrigas cerveceras, bañadores insólitos marcapaquetes y chanclas que se arrastran con pereza insultante. Como complementos, que no falten una buena cadena al cuello y una riñonera. También tenemos a ese grupito de fashion people que considera que la toalla alrededor del cuello es la máxima expresión de la elegancia.
     Que Dior nos libre de tanto hortera.

domingo, 3 de junio de 2012

Queridos seguidores de este blog:
Hoy os envío un texto que me remite mi amigo Pablo sobre la redacción que una profesora de su instituto propuso a los alumnos de psicología sobre el psicoanálisis.

“Por lo que yo sé, el psicoanálisis es un método que fue creado por un médico austriaco a finales del siglo XIX y que consiste en la aplicación de varias técnicas que tienen como objetivo el tratamiento clínico de diversos padecimientos psíquicos de la persona.
El psicoanálisis hizo furor en el pasado siglo y tuvo multitud de adeptos. Sin embargo, hoy está en desuso, ya que el famoso diván sobre el que se reclina al paciente para que hable de todo aquello que siente, piensa o le traumatiza, conlleva que, en un gran número de casos, este termine durmiéndose.
En consecuencia, el psicoanálisis pierde su capacidad para descubrir los problemas de los enfermos. Sí trata -en cambio- sus fantasías oníricas, sus sueños. Por tanto, el psicoanálisis, tal como se conocía hasta ahora, se muestra como un rotundo fracaso.
Hay, sin embargo, una versión española de este asunto que ha sido probada en todo el mundo y es considerada en la actualidad como una de las mejores técnicas para la resolución de los conflictos y padecimientos psíquicos de una persona. El método, a pesar de su sencillez, no había sido considerado científico hasta hace relativamente bien poco.
¿En qué consiste? El médico, ante todo, ha de deshacerse de la consulta y del clásico sofá y recibir al paciente en un bar. En este lugar la atmósfera es mucho más relajada y, tanto paciente como médico, podrán iniciar la terapia de una manera más distendida y lúdica, bien sea echándose una partidilla a las cartas, a los dados, jugando a los dardos o tomándose unas cervezas si ese es su gusto. Médico y paciente pueden establecer una relación más personal, más fraternal, más íntima, más humana… Todo ello creará el ambiente necesario para lograr una mayor empatía. De este modo, ambos podrán hablar de todo con total relajación. Después de dos o tres copas más, el paciente estará totalmente desinhibido y será capaz de expresarse libremente despachándose a gusto y exteriorizando todas sus neuras y conflictos interiores. Si el médico es un profesional que sabe estar a la altura de las circunstancias, en algunos casos acompañará al paciente en la ingesta de sustancias etílicas. La catarsis, así, será bidireccional y completa”.

domingo, 27 de mayo de 2012

     Siempre es gratificante recibir comentarios y correos de los lectores de este blog. Evidentemente, no han de ser siempre estupendísimas glosas ni rigurosísimas disquisiciones. De cualquier modo, toda anotación, análisis o puntualización -sea del signo que sea- será siempre bienvenido, porque este es un escenario abierto a todo aquel que quiera aportar algo que considere de interés para esta comunidad.
     Me escribe Nicolás que teme que tal vez sea él el único seguidor de mi –magnífico, lo llama- blog, ya que le parece que es el único que me hace comentarios (aparte de algún anónimo). Gracias, Nicolás. No merezco tal honor.
     Quisiera puntualizar, cariñosamente, que no eres -ni mucho menos- el único seguidor en el sentido estricto de la palabra, porque también están los otros seguidores, los silenciosos: mi clac, entre los que sitúo a mi familia en pleno, a mis amigos, a algunos compañeros de trabajo y a una serie de curiosos que se asoman –morbosos- por aquí, de tanto en tanto.
     Ahora bien: sí es cierto que se echa en falta un poco más de activismo y proselitismo en el grupo. Pero comprendo que, a veces, el desconocimiento o la lasitud son elementos coadyuvantes en la inacción y en la desgana para “afiliarse” a este grupo. Permitidme que desde aquí haga un llamado a esos perezosillos que me leen con fruición y no se apuntan como seguidores: Pablo, Iker, Laura, Aitor, Nieves, Lucía, mi mujer, Mar, Montse, Maldomada, Mónica, Luis, Pepa, Miguel Ángel, José Vicente, Lorena… -“lore-al”- guapa…haced el favor y no me dejéis desangelado.
     He de añadir que existe una seguidora que se autodenomina “La Susi” y que se reconoce como una fan tan desaforada que, posiblemente contemplándose en las breves historias de aquella, adoptó tal seudónimo y me remitió un cariñoso correo amparándose en el anonimato.  Está mal que yo lo diga aquí, en público, pero no me resisto a omitirlo. Después de traicionar a la Susi leyendo su diario íntimo y tras publicar alguno de sus escritos, reconozco haber perdido mi honor y la escasa vergüenza que me quedaba. Decía así:
    
     Querido Antón:
     Te escribo porque quiero decirte que he leído tu blog desde los inicios. Casi entré por casualidad, por recomendación de un amigo mío y compañero tuyo de trabajo (el mundo es un pañuelo), al que habías anunciado la publicación del mismo. Pensé que sería uno de esos blogs, uno de tantos que, gente aburrida o necesitada del aplauso ajeno, se dedica a escribir para llenar sus ratos de aburrimiento. Pensaba que escribirías muy de tarde en tarde pero, tras observar que lo hacías con regularidad semanal, contando tontas y divertidas historias de esos personajes tan simples, tan cercanos, tan comunes, me enganché a tu blog. Hoy puedo confesar sin rubor que soy tu blogadicta principal, con permiso de ese Nicolás, que se me anticipó (imagino que trabaja contigo). En fin, me da igual. Esa Susi que pintas soy yo, estoy segura y, si no, lo parece. Creo que a veces tiendes a la exageración desmedida, que eres un poco pedante y rebuscado en el vocabulario, que sobreactúas, que te crees –sin embargo- los personajes que interpretas y los gozas pasionalmente. Porque, dime la verdad, tú eres Pablo y también la Susi, ¿no? No sé por qué me da en la nariz que esto es como la Santísima Trinidad, que tú eres a un tiempo Pablo, la Susi y Antón... y que tomas diferentes apariencias. Eres como los tres mosqueteros.
     Si tomamos la Trinidad como modelo, sois tres en uno. Y si los tres mosqueteros, entonces sois todos para uno y uno para todos. Y además, no eran tres, sino cuatro, porque también anda tu mujer por ahí. Eres como el aceite tres en uno: lubricante, limpiador e inhibidor de la oxidación.
     Lubricante, porque tus historias fluyen alegres, semana tras semana.
     Limpiador, porque tus cosas, las de Antón, la Susi o quienquiera que aparezca, te dejan relajada y como nueva.
     Inhibidor de la oxidación, es decir, no permiten el aburrimiento, como el aceite lubricante no permite el óxido.
     Y, mira, como mujer que soy, me apuesto –además- que lo mejor está aún por llegar, con tu mujer…sin ella, con permiso de la Susi y de Pablo.
     Me encantan tus historias. No quiero que pienses que soy una fresca por haberte escrito a tu correo electrónico. Ya te he dicho que me lo ha dado un amigo tuyo, un compañero de trabajo. Yo seré discreta y callaré su nombre.
     Antón, te juro que me tienes en vilo. Espero ansiosamente las nuevas aventuras, las ingenuas historietas y las más disparatadas ocurrencias de tus personajes. Sigue escribiendo, hermoso. Sigue contando tus batallitas. Para mí, que no hay ni media verdad en lo que escribes. Y, sin embargo, me gustan tus mentiras. Ya no sé qué creerme. No desmayes y continúa, semana tras semana, animando nuestros corazones.
     Te sigo apasionadamente.
     Susi, “la otra”.