domingo, 27 de octubre de 2013

Seguidores por el mundo

        Queridos amigos de este humilde blog:
       Hoy estoy feliz, hoy estoy henchido de gozo. Hoy ha llegado a mi humilde morada una hermosísima tarjeta postal procedente de la India. Me la escribe y envía alguien cuya firma no logro descifrar. Sin embargo, debe de tratarse de algún fiel extremo al que no puede calificarse de follower -seguidor- sino más bien de fan -admirador- lo cual, sin duda alguna, ya es otro nivel.
     Disculpad mi emoción, pero estoy como un niño (de los de antes) con zapatos nuevos.
       Mi seguidor, mejor mi fan, hace alarde de ser el seguidor (recalco: el seguidor, -no un seguidor cualquiera- más internacional).
        Permitidme, -¡oh, seguidores!- la pequeña licencia de que copie algunos párrafos:

Antón Hernández y “la Susi”
Varanasi, 10 de octubre de 2013 (después de comer)
Estimado Antón:
Te escribe tu seguidor más internacional (por favor, permíteme que te tutee). [Esta forma de expresión ha calado en mí. Yo, que debo dar las gracias a este enorme público que me lee y soporta cada domingo]. Aprovecho un momento de sosiego al borde del Ganges para dejar volar mis pensamientos y compartirlos contigo y con nuestra querida y entrañable Susi ” (1). [Sublime, simplemente sublime].

Me habla del bien y del mal, de lo que hace, de cosas tan simples como cortarse el pelo y recortarse la barba por 1 €; de su próximo viaje a Nepal...
También me habla del mar, la mar. Cual “marinero en tierra” echa de menos su mar: Un mes... y ya va para dos sin ver el mar... Y luego, añade algo muy bonito: por más lejos que te vayas, los pensamientos no se alejan. A veces es mejor no pensar y hacer las cosas despacito. Aquí la gente se toma la vida con mucha calma; no llenan el día de cosas. Hay mucho tráfico, sí; pero eso es sólo cuestión de supervivencia.
Además me envía un pequeño dibujo a modo de resumen en el que plasma su cotidianeidad

(1)      Hago constar que en ningún momento se refiere para nada a mi Santa.
-         ¿Por...?
-         No, por nada, je,je.





domingo, 20 de octubre de 2013

Mi cumpleaños

     Hoy celebro mi cumpleaños. Como cada año, recibo las habituales felicitaciones de familiares y amigos: Pablo, la Susi, mi Santa, mis cuñados/as, mis sobrinos/as, mis seguidores/as, mis hijos... ¿Mis hijos? ¡Ah, pues va a ser que no! Solo he recibido la felicitación de uno de ellos: la del liberal, la del que va por libre. Pero no ha venido a casa a celebrarlo y a comer con nosotros porque estaba muy liado ¡Mira tú por dónde! Del de tendencias perroflautiles no me extraña mucho, no. Va a su bola, ya se sabe. En cambio, su novia, sí ha tenido el detalle de mandarme un correo electrónico con su correspondiente postalica. ¡Qué “ilu”! (En fin, vaya lo uno por lo otro).
     Yo siempre he dicho que calladito estaría más guapo a veces. Y es que se me ha ocurrido hacerle un comentario, así, como de pasada, a mi mujer, en plan “pues qué pena que no estemos todos...” o “el de Barcelona no se ha acordado...” y tal, cuando mi Santa me ha saltado al cuello en defensa de sus hijos, como no podía ser de otra manera (?).
     -Eres un egoísta, -me echa en cara. Solo piensas en tus cosas. ¿Qué crees?, ¿que no te quieren? Pues que sepas que siempre te tienen en su pensamiento y bla, bla, bla.
     - Pero si yo... solo era un simple comentario... –replico sin mucha confianza en ser escuchado (y aún menos de ser tenido en cuenta). ¿Es que uno ya no va a tener derecho ni a protestar siquiera un poquito, aunque sea en plan “light”? ¡Que es mi “cumple”!, ¡que es mi día...!
     Ni por esas. Además, con muy mala sombra, ya se ha encargado de recordarme que soy un año mayor, aunque he de reconocer que me lo ha dicho en plan suave y cariñoso, pues me ha cantado el Cumpleaños Feliz mientras sacaba del frigorífico una tarta de fresas con nata y almendra (mi favorita), aunque no ha olvidado poner una sola vela -bien grande, por cierto- en el centro.
     En verdad, más bien era un cirio. 


domingo, 13 de octubre de 2013

El gimnasio

     Desde que mi Santa se junta con sus nuevas amigas, se ha apuntado al gimnasio. Así que, para la ocasión, se ha equipado con todo un conjunto deportivo de última moda: camisetas y sudaderas transpirables de llamativos colores, culotte deportivo negro (que hace más delgada, según ella) y mallas ceñidas (que le sujetan y oprimen a modo de faja y le resaltan y exhiben  públicamente sus redondeces, ¡qué ordinariez!), zapatillas deportivas con cámara de aire y carbón activado que controla la sudoración y evita los malos olores. Y para rematar, cinta en la cabeza para recoger su pelo y darle un aire más deportivo, que así se lo parece a ella.
     Pero todo esto no tiene otro objetivo que el muy loable de perder esos kilitos rebeldes que le sobran y tratar de ponerse en forma.
     Pero solo tratar, porque conseguirlo ya es harina de otro costal, ya que, -la verdad- la pobre tiene muy poca fuerza de voluntad, y después de una agotadora sesión de gimnasia, se premia los esfuerzos que realiza con sabrosos homenajes en forma de yogures “bajos en calorías” con frutas del bosque, nueces y miel. Se empeña en argumentar que ese tipo de alimentos no engorda, que come sano y natural y que la vida es muy injusta con ella porque, a pesar de sus esfuerzos y sacrificios, no hay manera.
     A mí me recuerda a las lustrosas vacas del pueblo de mi mujer, a las vacas del tío Miguel, que viven junto a nuestra casa.
     -Ellas se alimentan de hierba -¡fíjate tú!- y la hierba, que yo sepa, no tiene muchas calorías pero, sin embargo, están muy hermosas –argumenta cuando se siente deprimida.
     Claro, lo que no explica es que estos animalitos se pasan el día come que come y, que finalmente, muchos pocos hacen un mucho.
     Como le ocurre a ella.

domingo, 6 de octubre de 2013

Mis hijos

     Tengo unos hijos que no me los merezco: cariñosos, simpáticos, buenas personas, generosos, colaboradores, amantes de sus padres y con sentido del humor. Mi mujer también tiene sus cualidades. Por ejemplo, es buena ama de casa, buena administradora de la economía familiar, buena..., buena... , esto..., em..., (tic, tac, tic, tac), ..., am ..., este..., es buena administradora..., eee..., (creo que ya lo he dicho), bueno... y me quiere, claro.
     Y aquí estoy yo, de “chico para todo” y para arreglarlo todo. Que si “cámbiame la bombilla, nene, que se me ha fundido”, que si “mira a ver qué le pasa a la puerta, que hace ruido”, que si “desatáscame el fregadero”, que si “llévame el carrito de la compra, que pesa mucho”, que si “tiéndeme las sábanas”... En fin, supongo que lo normal en una familia. Pero lo suyo -¡ay!- no es la mecánica, claro. Así, por ejemplo, ayer me encomendó la tarea de cambiarle la batería al coche.
     De modo que, como uno es un manitas consumado, decidí ponerme de inmediato manos a la obra. En ello andaba cuando llegó mi hijo el liberal, ya sabéis, el que va por libre, que es un “cachondo mental” y me dijo que aquella no era tarea para un anciano padre que lo había dado todo en la vida, que ya se merecía un descanso. Así que, con un cariñoso empujoncito, me apartó del vehículo y dijo algo así como “dejarme zolo” y “anda, páaapa, pásame la herramienta, que te lo vi a dejá niquelao”. No me enfadé con él porque quisiera retirarme de la vida laboral a tan temprana edad, sino porque me llamara anciano. Pero, bueno, a un hijo se le pueden perdonar ciertas cosas, aunque no sean muy acertadas.
     Me pidió todo tipo de herramientas. A mí se me hacía excesiva tanta parafernalia para sustituir una simple batería: llave inglesa, llaves allen, llaves de tubo, llaves fijas... Ya ves, demasiadas herramientas para dos tuercas y poco más.
     Estaba el chico en plena faena cuando, de repente, me dio la noticia que nunca me habría gustado oír:
     - Páaapa, me hace falta la llave 13-14; pásamela, porfa  -me pidió.
     - Mira a ver si está en ese montón, que ya te he dado todas las que tengo -le respondí.
     - No, no está ahí, esa no me la has dado y es justo la que necesito -terminó.
  Entonces regresé a mi armario de herramientas y busqué frenéticamente la dichosa llave. Había herramientas por doquier y justamente faltaba aquélla. También era mala suerte, porque haberlas, las había de todos tipos, tamaños y colores, producto de los regalos que mi mujer y mis hijos me habían hecho a lo largo de todos mis cumpleaños. Pues bien, aquella maldita llave no estaba. ¿Dónde la habría puesto? En fin. Yo que soy hombre eminentemente práctico, decidí ir a comprarla. Visité una ferretería, pero no la encontré. Luego, otra. Y una tercera. Así, no sé cuántas. Decidí, finalmente, que lo mejor sería acudir a mi mecánico de confianza y preguntarle dónde podía conseguir la dichosa llave.
     Cuando le conté lo que me pasaba me miró muy serio a los ojos. Hizo un mohín con la boca; luego, otro y otro. No dijo nada. Apretó los labios y, nuevamente hizo un intento de contención con todas sus fuerzas. Al fin, entre lágrimas por tanto esfuerzo, y poniéndome cariñosamente una mano sobre el hombro, me dijo:
    -Antón, esa llave no existe. Es una broma que se les ha gastado toda la vida a los aprendices de mecánico.
     Mi hijo aún estará riéndose.