domingo, 30 de septiembre de 2012

Ayer acudí con la Susi al ginecólogo. La pobre estaba sola y me pidió que la acompañase. A mi mujer, recelosa como siempre de mis compañías femeninas, no le hizo demasiada gracia. Si no hubiera tenido hora con su “estilista”, como dice ella, nos habría acompañado en calidad de carabina. Y total, ¿para qué va a la peluquería si siempre viene con unos pelos “que pa qué”...  y con el bolsillo maltrecho? Pero ella se empeña en que está guapa:
-         ¿No me notas nada, cari? –acostumbra a preguntarme, coquetuela.
-         Chica..., la verdad... –le respondo con aire despistado. Así... de repente... –continúo, ingenuo. Pues... Déjame ver... ¡Ah, ya...! –digo dispuesto a acabar con tanto misterio. Los pendientes son nuevos, ¿eh? –añado con aire cómplice.
-         ¡Qué va, tontorrón...! –me responde ella, melosa. Vengo de la “pelu”. ¿A que estoy guapa?
-         Cla..., cla..., ¡claro! –tartamudeo azorado. ¡Qué tontorrón! ¡Mira que no darme cuenta...! Pero, ahora que lo dices, estás guapísima. ¡Vaya! ¡Gua-pí-si-ma!
-         Aaanda, trolerooo... ¡Eso se lo dirás a to-das! –termina triunfal.

Pues a lo que iba, que como tenía “pelu”, -muy a su pesar- no pudo acompañarnos. De modo que allí estábamos los dos esperando en la salita de la policlínica a que nos llamara la enfermera. Estaban con nosotros otras tres mujeres. Dos de ellas, que al parecer eran amigas, hablaban sin parar. Al rato salió la enfermera, quien se dirigió a una de ellas en tono familiar:
-    Paqui, pasa. Y añadió: ¿Hay alguien más para la ginecóloga?
-    Yo, dijo la Susi.
-    Ahora enseguida la llamo, dijo aquélla.
 Y la enfermera desapareció.
  Aquellas dos mujeres distraídamente despreocupadas llevaban largo rato contándose la receta para hacer un bizcocho. Que si mi madre, la pobre –que en gloria esté-, lo hacía así; que si la harina se añade poco a poco hasta que la mezcla se haga homogénea y que cuando se despega del bol ya tenemos la mezcla perfecta; que…Y así hasta que se dieron cuenta de que la enfermera, tras preguntar algo que no habían oído, se había metido de nuevo en la consulta.

-         ¿Qué ha dicho? – nos preguntó resuelta una de ellas.
Y la Susi respondió:
-         Pregunta por los pacientes para ginecología.  
Y aquellas, muy ofendidas, empezaron a a llamar a la enfermera de todo, menos bonita.
-         ¿La tonta esta no tiene una lista? –preguntó nuevamente la más guerrera.
-         Pues estamos bien, coreó su compañera.
La Susi no sabía dónde meterse del ataque de risa que le dio.
-         ¿Que si hay alguien para ginecología? -volvió a terciar la más habladora. Y continuó: ¿Te das cuenta? ¡Si ha pasado de nosotras! Pero, ¿será borde la tía? –insistió.
-         Pero, ¿será posible? ¿Cómo es posible que no tenga una lista? Por Dios, ¡qué barbaridad, qué desatino!
-         Más inútil no se puede de ser –confirmó la otra. ¿Uds. lo han visto, verdad?
-         Bueno… la enfermera preguntó si… -intentó decir la Susi, cuando rápidamente, la primera cortó:
-         Pues eso es una falta de seriedad y de profesionalidad, porque aquí todos pagamos impuestos y “bla, bla, bla”…
-         Y “bla, bla, bla”… repitió la otra.
-         “Bla, bla, bla”… -confirmó la primera
-         Pues “blablablá, bla, blablá”… -intervino nuevamente la marisabidilla.
-         Ah, Claro… “blablablá, bla, blablá”… -corroboró su acompañante.
-         ¡Natural! “Blabla, blablá, bla”… -acordaron finalmente ambas, tras unos veinte minutos de protestas y críticas.

Ya, la Susi no oía; hacía un rato que había desconectado y daba fe de sus buenas maneras.
Por fin… ¡¡¡Siguiente…!!!


domingo, 23 de septiembre de 2012

     Es posible que alguno de mis amables lectores eche de menos a mi “Santa” y alguna de sus historias. Pues bien, hoy tengo que contaros que estoy harto. Sí, como suena: harto. Resulta que no le basta con ser una especie de ser omnisciente, sabelotodo. Encima, es cruel conmigo y me castiga. Hoy, concretamente, sin postre. Total, por una travesura de niño chico, de nada.
     Sabéis –y si no, os lo digo yo- que le gusta bastante pasear. Nadie piense que es porque quiere estar en forma, rebajar esos michelines indómitos que se le ponen a modo de cinturón… (chincha, rabia, que yo tendré barriguita cervecera, como tú dices, pero lo tuyo es un flotador homologado. ¡Toma ya!) sino que lo hace por puro cotilleo, por tomar el pulso de la calle, por curiosear (yo digo que es por ver la tele en directo). El caso es que sufro con ello, porque a mí, lo que me gusta en mis ratos de ocio, que son bien pocos, es estar tranquilo leyendo o haciendo alguna de las manualidades a las que soy bastante aficionado o escribir en este blog, claro. Pero ella se empeña en salir, vivir la vida… “Porque, ¡hijo!, se te queda una cara de membrillo todo el día metido en casa… Hay vida fuera de estas cuatro paredes -me dice. Hay que salir, ver gente, tomar contacto con la realidad...”
     Y eso fue lo que yo hice el otro día, que casi me sacó de casa a empellones: tomé contacto con la realidad.
    Íbamos amarraditos los dos, como le gusta a ella, “espumas y terciopelo” y apretujados la otra contra el uno cuando, de entre la gente surgió la figura de una joven escultural y de aspecto jacarandoso moviendo alegre sus caderas. No pude resistirme y toqué, con un sonoro y alegre palmoteo, donde no debía. Claro, se lio, aunque tuve la habilidad de hacer que pareciera que había sido ella. La otra, con los brazos en jarras y expresión malhumorada, la puso “cual no digan dueñas”, como os podréis imaginar, aunque no pasó a mayores.
     Y yo, muy digno, disimulando.

domingo, 16 de septiembre de 2012

     Hace unos días la Susi vino de lo más divertida de la piscina. Había entablado amistad en el vestuario con una viejecita muy simpática y agradable, según parece. La conocía de antiguo, pero su contacto con ella no había pasado de un cortés “buenos días” y poco más. Sin embargo, parece ser que se encontraban las dos a solas en ese momento y a aquella venerable señora le dio por soltarse el pelo y comenzó a contarle cosas.
   Según le dijo, tenía 76 años –muy bien llevados, por cierto- y estaba casada. Su marido no participaba del interés deportivo de su señora, que deseaba llevar su vejez lo más en forma posible y que estaba decidida a morirse con una salud de hierro cuando le llegara su hora.
     Los hijos parece ser que vivían en Holanda y el matrimonio disfrutaba de su jubilación en España desde hacía unos cuantos años.
     Ella era una mujer pequeña, menuda, de pelo muy blanco y corto, y con pocas arrugas en la cara. Su aspecto sólido indicaba que llevaba una vida de ejercicio. Tenía un marcado acento extranjero.
    Dice la Susi que la abuela le recordaba muchísimo a la actriz Estelle Getry, que interpretaba el personaje de Sophia Petrillo (la abuela) en la serie de TV “Las chicas de oro”.
     La Susi, una vez que la mujer inició la conversación, muy educadamente le siguió la misma y se interesó por ella, por su familia (sin ánimo de cotilleo, que quede claro)… En fin, ya se sabe: por todas esas cosillas que no tienen más interés que el de relacionarse y hacer amigas que, la Susi, en esas cuestiones, además de educada y cortés, es muy sociable.
    En esos escarceos primeros de la conversación se encontraban cuando, de repente, la viejita, indignada, le comentó que estaba cansada de su marido.
-  Mi marido no me comprende. Se queja de todo y por todo. Estoy harta.
       La Susi, confusa, no sabía por dónde salir. Solo acertó a decir, al fin, en un tono balbuciente:
-  Mujer…
-  Sí, sí… cortó la anciana con rotundidad. Y añadió:
- Ese viejo gordinflón no quiere moverse del sofá en todo el día –prosiguió con energía su compañera. Es como el perro del hortelano, que ni vive ni deja beber.
-  No, no, no -interrumpió la Susi viendo que la mujer equivocaba el dicho- que ni come ni deja comer -corrigió.
-   Mi acento no es muy bueno -continuó la mujer- pero llevo en España muchos años y conozco bien el idioma. Mi marido sí come ¡y mucho! Ya le han dado dos infartos y le han implantado un marcapasos. Dice que si viene a la piscina tiene miedo de que se le moje y le haga un cortocircuito. Y mi marido no vive la vida porque se la pasa encerrado todo el día en casa y tampoco quiere que yo beba ni una copa de anisete.
-        Además es un celoso increíble. No quiere que venga a la piscina porque teme que ligue.
     La Susi apenas pudo contener la risa a pesar de morderse la lengua con fuerza.
     - ¿A qué vas a la piscina?- me pregunta mi marido. ¿No los conoces ya a todos? –prosigue. Ud. me dirá –termina la anciana.
-   La Susi: (con aire picarón) Eso es que tiene miedo de que ligue. Eso es que la ve joven, mujer; eso está bien.
-  La anciana: (con aire sorprendido) ¿Ud. me ve a mí…? Quita, quita. Y se pone a cantar a viva voz: “Hace tiempo que no siento nadaAa…”
     A la Susi casi le da un ataque de risa.
-   La Susi: (tranquilizándola) ¡Quién sabe, mujer, quién sabe! Igual le gusta.
-   La anciana: (sonriendo con malicia) ¡Anda que si va y me gusta…!
-   La Susi: (socarrona) Pues ya sabe: entonces invita a su marido a que se alegre la vida.
-   La anciana: (con aire divertido) ¡Pero que dices, con el montón de pastillas que se toma al día!
-   La Susi: (a punto de explotar) Pues mujer, una viagra entre medias y…
-   La anciana: (riendo con franqueza) ¡Pero si tiene un marcapasos!
-   La Susi: Bueno, morir de felicidad tampoco está mal. (Y estalla en una sonora carcajada).
-  Quite, quite -dice con cierta vergüenza la anciana. Me voy a la piscina a ver si me desaparecen los dolores.
    

     P.D.: Me duele que la Susi tenga ese comportamiento con la gente, porque ella ha recibido una educación muy esmerada y rigurosa. Yo creo que son defectillos de juventud. Por otra parte, tampoco quiero darle demasiada importancia porque conociendo a la Susi, no me extrañaría que esta historia se la hubiese inventado para darse pisto.

domingo, 9 de septiembre de 2012


     Todos los años la misma canción. Cuando llega la época estival, empiezan las famosísimas rebajas de verano bajo diversas denominaciones. Rebajas, saldos, ofertas, outlet … Da igual el nombre que tengan; para mi mujer siempre han sido un trofeo muy codiciado.
       -Anda, amorcito -me dice. El lunes comienzan. ¿Me acompañarás?
     Y yo, que por naturaleza soy un poco comodón, me excuso de mil maneras posibles. En el fondo, porque para mí es un martirio visitar decenas y decenas de comercios. Pero no me sirve de nada, porque finalmente me convence con sus armas de mujer de las que todavía no he aprendido a defenderme bien.
     ¿Decenas y decenas de comercios? Pues sí; aunque parezca exagerado es la verdad. No hay más que multiplicar la sección “zapatos” por el número de tiendas de mi ciudad (porque os juro que se las zapatea –nunca mejor dicho- todas, todas, todas, buscando el modelito que vio -sabrá ella dónde y cuándo- por el que pretende ahorrarse la ferolítica cantidad de 20 o 30 euros). A continuación, añadiremos la sección “ropa” y visitaremos los Zara, Mango, Berska, Cortinglés, Pull & Bear, Don Algodón, DKNY…  Además, tras agotar las tiendas de su localidad y de localidades cercanas, acudirá también a las rebajas de la ciudad capitalina de la provincia.
     Pero -por desgracia- aquí no acaba todo, ya que no hay que olvidar que las rebajas también están en la ropa de casa (sábanas, edredones, toallas, cortinas…), electrodomésticos, menaje, alimentación... Y a ella le falta de todo. Es un mes de peregrinación infatigable a la caza de no se sabe muy bien qué ofertas.
     Luego, en casa, me castigará dándome un pase de modelos privado. Todo un lujo que yo no sé agradecer, la verdad. En fin, no sé si porque pongo poco entusiasmo en las prendas que me enseña o, porque ella, en el fondo, es una mujer muy mirada, finalmente se queda con muy poquitas cosas y devuelve las restantes.
     Y esa es otra, porque ahora toca hacer el mismo recorrido de tienda en tienda, pero a la inversa.
     ¡Señor, qué cruz!

domingo, 2 de septiembre de 2012



       La necesidad que tengo de viajar por cuestiones laborales hace que utilice mucho los aviones. No voy a explicaros que es un medio rápido y seguro. Sí os diré, en cambio, que ya no son lo que eran gracias a la popularización del transporte aéreo.
     Tengo para mí que las compañías aéreas desprecian profundamente al pasajero (sobre todo las de low-cost), ya que lo agreden constantemente sin recato ni disimulo alguno, ya sea a través de retrasos continuados, cancelaciones u otros subterfugios más sibilinos.
     Antiguamente viajabas hecho un señor: te daban la comida a bordo, te ofrecían periódicos y revistas y, entre los asientos, la separación permitía estirar cómodamente las piernas y descansar. Actualmente, las distancias entre estos son mínimas Hoy, salvo que te refugies en la clase bussines, viajas estabulado. La comida corre por tu cuenta. Revistas o periódicos, los que tú lleves. Si viajas en el asiento de en medio no sabrás cómo colocar los brazos ni dónde ponerlos. Es posible que tu vecino delantero recline el asiento para estar más cómodo, lo cual te sitúa ante la tesitura de echarte también hacia atrás o quedar condenado a no poder moverte. ¿Y los olores corporales? De eso, mejor no hablar. Algunos compañeros de travesía, inmisericordes, se descalzan (¡oh, qué alivio! -para ellos, naturalmente) y te atufan con el perfume embriagador de sus pinreles.  Los hay que se quitan la chaqueta y te ofrecen su particular visión de la sudoración axilar, que hay gustos para todo, y te aromatizan con su  “Eau de Sobac” demoledor.
     Naturalmente, deseas que el viaje llegue pronto a su final y para ello pretendes echar una cabezadita que acorte el tiempo de espera. Es posible que, cuando estés en lo mejor de tu reparador sueño, tu vecino de asiento tenga pipí y te pida, cortésmente, que le permitas salir. Tampoco será de extrañar que sea el vecino de detrás quien tenga necesidad de salir, para lo cual se apoye en tu respaldo y te dé el meneíto correspondiente.
     Las azafatas, por su parte, son muy crueles con el pasajero. Pero hay que reconocer que se trata de un sadismo fino, muy estudiado -pero hiriente, al fin- aunque adobado con una amplia sonrisa. Tras haber realizado el vuelo en las condiciones antes mencionadas, te transmiten por megafonía su deseo de que hayas tenido un vuelo agradable y esperan verte nuevamente a bordo.
     Viajar es un placer.