Creo que el mundo se ha vuelto muy
materialista y ha perdido el rumbo. Ahora te invitan a cualquier boda, bautizo,
comunión o sarao de no importa qué índole, te conozcan o no, para que les hagas
el consabido regalo. Con un descaro sin par te dicen abiertamente que desean dinero,
que los muebles se los regalan los padres y demás familia. Si hay un poco de
suerte se pagarán ampliamente el cubierto que te ofrecen y sufragarán parte del
viaje de novios a vaya Ud. a saber dónde.
Claro que todo tiene su lado bueno y su
lado malo, una especie de yin y yang. Así que, con tanta profusión de
invitaciones, ¿saben los novios quién es quién y a quién han invitado
realmente?
Conocí en cierta ocasión a un tipo –un
caradura profesional-, que se apuntaba a cualquier tipo de acontecimiento
social, más o menos por la patilla.
Tenía cierta simpatía y una buena dosis de desvergüenza (el consabido morro de
los cien negros cantando el “Only you” le quedaba chico).
Tal era su osadía que se fotografiaba
-incluso- con los novios: ahora con ella, luego con el otro y siempre con los
dos. Como era tan natural y tan dicharachero, y como los momentos de felicidad
de los contrayentes les mantenían alejados de todo pensamiento que inspirara
duda, nadie reparaba que pudiera ser un fraude. Todo lo más darían por supuesto
que era un invitado de la otra parte.
A veces rizaba el rizo y se reunía con los
suegros de ambas familias y departía amistosamente con ellos. En aquellos
momentos de gozo podía obtener todo tipo de datos de los contrayentes que usaba
después en beneficio propio.
Un buen día, mientras alternaba en la mesa
de invitados y, tal vez por los efectos etílicos de las bebidas espirituosas
ingeridas o porque no era su día (tal vez por ambas cosas) dio en gritar un
sonoro “vivan los novios” que dejó enmudecida a la feligresía:
Se trataba de un divorcio.
Nota a mis queridos lectores:
Al igual que el pasado año, he decidido concederos unas merecidísimas vacaciones. Más que nada porque habéis sido capaces de seguirme hasta aquí, sin pestañear, a pesar de las tonterías que escribo.
Nos vemos de nuevo el 1 de septiembre. Que no cunda el pánico, queridos.