domingo, 25 de marzo de 2012

La Susi es indescriptible, inefable, inenarrable. A veces, insufrible. Y cursi, muy cursi. Pero yo la quiero un montón, con permiso de mi mujer. La Susi no es de este mundo. Y, sin embargo, a veces es tan tierna, tan cercana, tan…¿extraña? Le gusta el fútbol con locura, pero yo me malicio que lo que realmente le pirran son los jugadores. Se pasa largas tardes pegada a la pantalla del televisor y no pierde detalle de los partidos.
Sé que está mal. Sé que nunca debí hacerlo. Sé que si se enterase no me lo perdonaría nunca. Me acuso de haber leído su diario. Lo siento profundamente, pero no pude refrenar mi impulso. Lo que leí me estremeció:
“Querido diario…-comenzaba- no puedo dejar de pensar en … (no diré su nombre, por caridad. Pongamos… Braulio). Sus piernas, sus largas piernas velludas son dos firmes pilares que sostienen ese cuerpo perfecto, tan bien torneado, trabajado con la paciencia de un santo varón franciscano en los potros de tortura moderna del gimnasio. Sufriendo día a día, formando bíceps, tríceps, cuádriceps, dorsales, pectorales y toda clase de músculos. Negándose los placeres mundanos para sacralizar ese maravilloso templo de la vida y del amor. Ayer, tras marcar un gol, se quitó la camiseta para celebrarlo (ahora, por tonto, lo sancionarán) y mostró su modelado torso. Pura fibra. No puedo evitarlo. Me estremezco pensando en él. ¡Cómo me gustaría que me estrechara entre sus poderosos brazos! ¡Hombretón! Sé que no se ha fijado en mí. Ni siquiera me conoce, pero tengo la esperanza de que la suerte o el destino nos crucen en el camino y, entonces, sé que será mío” […]
La Susi, como ves, es pura inocencia. También un pozo oceánico de ignorancia. Pero es tan buena…, tan tierna..., tan sincera…, tan dulce…
Susi, te quiero.

viernes, 23 de marzo de 2012

     Querido Pablo:

     Me cuenta la Susi que acudió a la piscina municipal, de la que es socia, una mañana. Cuando estaba en el vestuario acicalándose tras su ejercicio matinal, apoyada en una columna de la zona de los lavabos, escuchó una conversación entre dos mujeres tal que así:

     La Yeni: ¡Jo, tía, qué fuerte!
     La Yesi: ¿?
     La Yeni: ¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte!
     La Yesi: Ya, tía, pero… ¿qué? ¡Me tienes en ascuas!
     La Yeni: Pos ná, que no va la tía, la muy cabrona, y me pone un correo cuando me estaba durmiendo…
     La Yesi: ¿Quién? ¿La Choni?
     La Yeni: ¡Vaya! ¡Un SMS!
     La Yesi: Y tú, ¿qué hiciste?     
     La Yeni: Le contesté: ¿Qué pasa, zorra? ¿Te has tomado un redbull? ¡Pues te jodes!
     La Yesi:  ¡Qué fuerte, tía! ¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte!
     La Yeni: Ya te digo.

     Y en ese justo momento, la Susi estornudó, que estaba un poco resfriadilla. ¡Qué fuerte, tío! ¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte! Imagínate la cara que se les quedó.


     Nota: La Susi no es persona grosera, pero cuenta las cosas que oye, lo que le dicen y, comprenderás que La Yeni, la Yesi y la Choni son un tanto arrabaleras. Yo, incluso, me decepcioné cuando transcribí sus nombres. En mi ignorancia, escribí Jenny, como diminutivo de Jennifer; Jessy, como sustitutivo de Jessica y ¡Asunción! por Choni. Rápidamente hube de rectificar a petición de las propias interesadas. En fin, a cada cual, lo suyo.


Historias de la Susi

Who the fuck is Susi? ¿Quién diablos es Susi? Un ser adorable (?) con el que discuto muchísimo. Llevamos un montón de años soportándonos y, sin embargo, estamos dispuestos a seguir haciéndolo durante otros tantos años más. Ella es mi alter ego, mi otro yo. Bueno, en realidad tal vez sea yo su otro ella. En fin, un lío. Me quiere, me ama, me mima, -dice- pero no es mi mamá, que para desmadres, sólo una (y a ella la encontré en la calle). Así fue, exactamente.
     La encontré en la calle, una mañana de septiembre, hace... buf, no me acuerdo (debe de ser porque ha pasado mucho tiempo).
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A MODO DE PRESENTACIÓN

Me presento. Como es preceptivo y de buena educación, supongo. Me llamo Antón Hernández. Claro que, este no es mi verdadero nombre. ¿Entonces? Me explico: soy un ser normal y, como la mayoría de los mortales, vanidoso. Sin embargo, el pudor me supera. Quizás sea una dosis excesiva de timidez. En fin, dejo esto para los psicólogos y analistas varios. Como mortal vanidoso, he sido picado por la tentación de una joven, muy joven amiga (¿he dicho amiga? –ya hablaré de ella más adelante) que me supo tocar (cada cual que se imagine lo que quiera) adecuadamente el orgullo y la vanidad de machito presuntuoso y me incitó a escribir a base de dulces cantos de sirena. Por fin, heme aquí transmutado y travestido en otra personalidad en la confianza de no ser descubierto.
Releo lo anteriormente escrito y sospecho que es una solemne tontería porque, si espero no ser descubierto, ¿qué sentido tiene escribir? ¿No es cierto que se escribe con la esperanza de que a uno lo lean siquiera? Imagino que para un escritor (?) como yo –juntador de palabras sería más correcto decir- no hay mayor castigo que el desprecio a lo que escribe.
Como decía, me llamo Antón Hernández. Tengo 58 años (supongo que es una edad bastante correcta, equilibrada, que denota una cierta madurez, aunque no sea cierta). Trabajo como administrativo en una multinacional de importación-exportación (una actividad que no me hace sospechoso de nada especialmente). Mi vida es bastante gris, sin grandes acontecimientos ni experiencias relevantes que destacar (se me antoja pensar que es casi la única verdad de lo escrito hasta ahora), aunque tengo un amigo –Pablo- que trabaja en un instituto de enseñanza secundaria y me proporciona habitualmente algunos chascarrillos que en mi opinión son dignos de ser contados. Lástima que mi pluma sea tan limitada. Me consuela, no obstante, saber que la gente tiene la libertad de leer cosas mejores.
Pues bien, gracias a este amigo, voy a plasmar aquí algunas cogitaciones y sucedidos para aquel lector que sea capaz de sufrirme.