La Susi es indescriptible, inefable, inenarrable. A veces, insufrible. Y cursi, muy cursi. Pero yo la quiero un montón, con permiso de mi mujer. La Susi no es de este mundo. Y, sin embargo, a veces es tan tierna, tan cercana, tan…¿extraña? Le gusta el fútbol con locura, pero yo me malicio que lo que realmente le pirran son los jugadores. Se pasa largas tardes pegada a la pantalla del televisor y no pierde detalle de los partidos.
Sé que está mal. Sé que nunca debí hacerlo. Sé que si se enterase no me lo perdonaría nunca. Me acuso de haber leído su diario. Lo siento profundamente, pero no pude refrenar mi impulso. Lo que leí me estremeció:
“Querido diario…-comenzaba- no puedo dejar de pensar en … (no diré su nombre, por caridad. Pongamos… Braulio). Sus piernas, sus largas piernas velludas son dos firmes pilares que sostienen ese cuerpo perfecto, tan bien torneado, trabajado con la paciencia de un santo varón franciscano en los potros de tortura moderna del gimnasio. Sufriendo día a día, formando bíceps, tríceps, cuádriceps, dorsales, pectorales y toda clase de músculos. Negándose los placeres mundanos para sacralizar ese maravilloso templo de la vida y del amor. Ayer, tras marcar un gol, se quitó la camiseta para celebrarlo (ahora, por tonto, lo sancionarán) y mostró su modelado torso. Pura fibra. No puedo evitarlo. Me estremezco pensando en él. ¡Cómo me gustaría que me estrechara entre sus poderosos brazos! ¡Hombretón! Sé que no se ha fijado en mí. Ni siquiera me conoce, pero tengo la esperanza de que la suerte o el destino nos crucen en el camino y, entonces, sé que será mío” […]
La Susi, como ves, es pura inocencia. También un pozo oceánico de ignorancia. Pero es tan buena…, tan tierna..., tan sincera…, tan dulce…
Susi, te quiero.