Que me perdonen los gordos, que los pobrecitos bastante tienen con llevar esa pesada carga consigo todo el día. Cuando hablo de gordos me refiero a esos individuos de peso descomunal, enfermos, sin duda alguna. Como el que me tocó en suerte (?) no hace mucho tiempo.
Con el pasaje casi completo, surgió de la zona delantera del avión la figura de un hombretón de un metro ochenta de altura y unos ciento treinta kilos de peso aproximadamente, digo yo. No sé por qué, nada más verlo, me estremecí. Sería porque era consciente de que a mi lado había un asiento vacío. A medida que avanzaba torpemente por el pasillo dando capirotazos a diestro y siniestro -ora con la gabardina, ora con su portafolios- sentí, con ese extraño instinto de ganador, que me iba a tocar el gordo, pero no el de la lotería. Gané, efectivamente, desasosiego y nerviosismo. Me tocó el gordo y, curiosamente, perdí mi buen humor y la tranquilidad que tenía hasta ese momento.
Tardó el buen hombre lo indecible en colocar su gabardina y su portafolios en el compartimento de equipajes, pues casi no quedaba sitio. Finalmente, se sentó (es un decir) al dejarse caer sobre el asiento; se arrellanó, estiró los brazos para subirse las mangas del jersey y cruzó las manos sobre el pecho en actitud beatífica. La azafata le notificó que debía abrocharse el cinturón. Lo buscó por todos lados, pero no podía encontrarlo ya que lo había aplastado con su cuerpo. Intentó sacarlo, pero no pudo. Decidió levantarse y tirar de él. Misión imposible. Colocó sus manos sobre los reposabrazos laterales y trató de levantarse nuevamente. Nada. Decidió, finalmente, sujetarse en el respaldo del asiento delantero con una mano y tratar de alzarse apoyando su mano libre en aquel. El intento tuvo éxito, pero el pasajero de delante se llevó un susto morrocotudo con la repentina y violenta sacudida hacia atrás que experimentó su cuerpo. Después quiso colocarse el cinturón de seguridad, pero aquel artilugio no daba más de sí y la azafata, solícita, hubo de traerle una extensión.
Agobiado como yo estaba con tanto trajín y semejante susto, me acurruqué contra la ventanilla y recé para que todo acabara lo más pronto posible.
NOTA: Me voy de vacaciones, queridos y sufridos seguidores de este blog. Voy a tomarme un merecido descanso y a preparar tranquilamente nuevas tonterías de estos -para mí- entrañables personajes.
Nos vemos el primer domingo de septiembre. Puntualmente.
Un abrazo, hermosos/as.
Antón