Nicolás, ese seguidor incondicional que
tengo y que comenta en público (¿entendéis la indirecta -seguidores silentes-,
que como mucho me mandáis correos privados para compadecerme?), me escribe
categórico: “Ya sabes que el crimen perfecto es el suicidio”. Me
pongo reflexivo y deduzco si no será porque no hay culpable al que perseguir. Sí, me
confirmo al cabo de un rato. Debe de ser por eso.
El caso es que, pensándolo bien, creo que
es muy complicado. Hay que tener valor para hacerlo. La gente creerá que los
suicidas son cobardes. No, ni mucho menos. Hay que tener agallas. Así que no,
no es por falta de coraje, que de eso me sobra, sobre todo por el hartazgo
mental que tengo a veces (¡cuánta razón llevo!), sino porque es complicado suicidar
a una persona que quizás no lo desee. Tampoco es cosa de preguntarle, ¿no?
- Cariño, ¿quieres que te suicide? No te
va a doler –podría decirle utilizando la más seductora de mis sonrisas.
No sé, no me convence. Además, estaría el
problema de la carta, porque ha de haber una carta dirigida al juez en términos
claros y rotundos. Sr. Juez: (ya sabes)... Ha de ser desgarradora, supongo. Que
inspire piedad, lástima, compasión sin límites. Y que parezca veraz. Que la
gente se conduela y diga cosas tristes como “llevaba muy mala vida, la pobre. Sus
hijos la habían abandonado y, aunque su marido estaba permanentemente a su lado
y la consolaba... el pobre se ha quedado tan solo...”
Además, tendría que convencerla para que
la escribiera de su puño y letra. ¡Uf, demasiadas complicaciones!
Temo, sin embargo, que la gente, a estas
alturas del blog conozca nuestras disputas y cargue contra mí. Me acusarían sin
piedad, me acorralarían como a una hiena herida, querrían sangre, sin duda.
-Soy inocente, Sr. Juez, yo... en
realidad... no quería... –me excusaré sin ninguna convicción. Fue ella. Lea Ud.
el blog, empápese de él, compruebe cómo me zahería constantemente, ante propios
y extraños. Sr. Juez, ahora ha llegado el momento y ha ejecutado su venganza.
Sería más fácil si el suicidio me lo
perpetrara a mí mismo.
No tendría que dar explicaciones.