domingo, 22 de diciembre de 2013

La San Silvestre

     Mi hijo el mayor, el cachondo mental, me propone participar en la San Silvestre Vallecana de este año. Él es un atleta consumado y yo no sé realmente si tomármelo en serio o debo pensar que se quiere reír de mí. Evidentemente, pienso que está de guasa. Le sigo la broma, pero poco a poco el asunto va tomando un cariz más serio y profundo. Tanto es así que finalmente amenaza con ser definitivo e inamovible. Ya ha comprometido a su tía “Mon-t-se”, a su marido, a su novia, a mi Santa -a la que disfrazará de árbol porque le da vergüenza que la reconozcan- y a no sé quién más. La va a liar parda.
     Yo me defiendo como puedo; me disculpo diciendo que ya no tengo años para ello. Insiste una y otra vez, es más pesado que una vaca en brazos. No cede. Intenta liar a todo el mundo.
     Yo no sé cómo escabullirme, pues está muy pelmazo. Alego en mi defensa que hace mucho tiempo que no hago ejercicio físico, que estoy mayor (pretendo dar pena). Digno hijo de su madre, no me escucha, no me hace caso y va a la suya. Insiste. Insisto. Lucho para defenderme y evitar el imposible: escaquearme. Así que, finalmente, en un postrer intento por evadirme, aseguro que iré en taca-taca.
     - Genial –responde. Hay un apartado para el humor –dice con gran gozo. Yo iré con un gorrito de Papá Noël y de tu manita si hace falta. Tú ya sabes que lo importante es participar.
     - ¡Cría cuervos!

     Nota del autor
     Queridos seguidores:
    Os dejo una temporadita tranquilos mientras disfrutáis de unas merecidas vacaciones sin mis  historietas. Sin embargo, regresaré el 12 de enero. Espero que hayáis sido buenos y que los Reyes os hayan traído muchos regalos a todos.
     Que paséis unas felices Navidades y tengáis un próspero Año Nuevo y todo eso.

domingo, 15 de diciembre de 2013

La Susi ha desaparecido

     La Susi hace algún tiempo que está desaparecida. La crisis también ha llamado a su puerta. Ella, que es una chica desenvuelta, decidió, como tantos otros "JASP" -jóvenes aunque sobradamente preparados- hacer las maletas y partir en busca de un futuro más esperanzador que el presente que aquí tenía. Así, un buen día en que estábamos todos reunidos nos comunicó con su habitual desparpajo, como que no quiere la cosa, -y sin anestesia- que se iba a “hacer las Américas”.
     Como es natural, nos quedamos muy sorprendidos y repentinamente enmudecimos todos. Sentí que se mascaba la tragedia. El silencio fue total.
     El primero en reaccionar fue Pablo, su padre. Tan solo fue capaz, por un instante, de inspirar lenta y profundamente el aire enrarecido de la salita y dar un fuerte resoplido después. Luego se llevó la mano a la boca, apoyó el codo en la mesa y miró a ninguna parte. Estaba desolado.
     Yo lo observaba, entristecido. Sabía el terrible mazazo que suponía que la niña de sus ojos se marchara de casa. Ya hace algún tiempo, cuando estuvo de Au Pair, primero en Austria y después en Irlanda, costó trabajo acostumbrarse. Ahora, América... Demasiado lejos.
     Así estábamos: absortos y traumatizados por el anuncio de la Susi hasta que, finalmente, tras lo que parecía un inacabable silencio, mi mujer preguntó inquisitiva, en su estilo habitual, realizando una batería incesante de preguntas que disparaba infatigable, como una ametralladora:
     - ¿Qué? ¿A Argentina? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Por qué? ¿Nos escribirás? ¿Quieres que hable con Puri? Fabio, su marido, es argentino. Ya sabes que lleva muchos años aquí... y la verdad es que no le va mal del todo, ¿no?
     (Mi mujer en estado puro. Todos abatidos por el sorpresivo anuncio y, ella, en cambio, ¡como siempre!, a lo suyo).
     - Ya, pero es que Fabio vive en España y ella se va de España -recalcó Pablo con cierto retintín. Además, nadie ha hablado de Argentina – prosiguió. Allá tampoco están para tirar cohetes, dijo finalmente.
     - Irá a la América de habla hispana, tal vez a algún lugar de Sudamérica –supuse yo. Ahora muchos jóvenes están empleándose en Chile, un país que está alcanzando un cierto desarrollo económico y social.
     - La verdad es que... -titubeó la Susi- me gustaría poner en valor mis conocimientos de inglés y vivir en un país grande, acogedor, donde las oportunidades existieran realmente. Un país donde nadie se sintiera extraño... ¡¡¡Estados Unidos!!! -exclamó con energía.
     Bueno... Esta chiquilla siempre haciendo locuras -pensé yo. Ahora nos quedamos todos un poco huérfanos. Hasta mi Santa estaba preocupada por su porvenir.
     Ciertamente, una cosa era vestir vaqueros, tomarse una hamburguesa en un McDonald’s o en un Burger y beber CocaCola, y otra muy diferente era irse tan lejos para revivir "el sueño americano".
     ¿Triunfará la Susi en América? 
     Who knows!

domingo, 8 de diciembre de 2013

Pensará el lector...

     Pensará quizás el lector que -con tanto hablar de mi Santa y de mi azarosa vida de pareja   - ésta se halla plena de desaires provocados por nuestra relación tormentosa (?). Quizás el avispado lector sospeche que nuestra vida está vacía y que ya nada nos une. Nada más lejos de la realidad. ¡Ah, las fabadas y los postres contundentes que prepara! ¡Y luego, los regímenes de hambre a que me condena para compensar los excesos previamente cometidos! Tanto lo uno como lo otro unen muchísimo, os lo digo yo.
También une mucho dormir en una cama redonda y giratoria. Tengo vértigo, me mareo y me abrazo a lo que puedo. Así que me pego a ella para no caerme al suelo. Ahí, en ese momento, en el lecho del dolor, se aprovecha de mí y me somete a un tercer grado con sus innumerables preguntas: ¿me quieres..., [...], me amas...? Yo, en tal situación, digo a todo que sí, más que nada por acabar pronto y ver si me pudiera dormir y se me pasara el mareo. Pero ella insiste en seguir haciéndome el amor, aunque yo preferiría dormir o en todo caso algo de sexo. Pero, no; como siempre, ella, a lo suyo. 
     Quiero a mi esposa.
     - ¿?
     ¡¡¡Sí, qué pasa!!! Sí, la quiero. Es cierto que a veces lo que quiero es no verla. Ella tiene sus defectos, como todo el mundo, pero me quiere. Ella también me quiere... Unas veces lejos, muy lejos; otras, aunque no lo parezca, amarrado a su vera; las más -indiferente- me deja hacer lo que yo quiera (siempre y cuando esté dentro de sus esquemas teóricos de la libertad, pues en caso contrario me lo hace saber. ¡Y cómo!).
     A veces, para demostrarme que me quiere (digo yo que es para eso) me abraza muy fuerte, muy fuerte. Tan fuerte y con tanto sentimiento que casi me ahoga. Por eso yo rehúyo el combate cuerpo a cuerpo: porque me gana. Fijo.
     Creo que en un par de ocasiones he tratado en este blog de la posibilidad de deshacerme de mi Santa, tal era la desesperación que tenía en aquellos momentos. Una de ellas fue con la película “El crimen perfecto” y la siguiente con el suicidio sugerido, que casi se me vuelve en contra. Recordáis que también pensé en el divorcio. Y luego, como vi que era muy caro, en la espantada, es decir, en el “ahí te quedas”.
     En una ocasión, viendo que todos los supuestos contemplados para deshacerme de ella eran inútiles, le dije muy serio aquello que había oído en una película: “Aquí sobramos uno de los dos”. Ella, presta, me abrió la puerta y me invitó a salir. Yo, decidido, fui a la habitación y cogí la maleta que tenía preparada hacía tiempo y me dirigí a casa de mi madre.
     A las dos horas oí el timbre de la puerta, observé por la mirilla y vi que era ella. Abrí y, con la sonrisa de quien se sabe vencedor del pulso, le pregunté:
     - ¿Al fin te has dado por vencida?
     Me miró muy seria, de arriba abajo, hizo una mueca de desprecio, me cogió de la oreja y me dijo:
     - Anda, arrea para casa, que te has llevado mi maleta.
     (Si es que...)

domingo, 1 de diciembre de 2013

Novios

     María Antonia y Juan Luis se quieren. Están muy enamorados. Y como todas las parejas, salen juntos los domingos, pasean por el parque, van al cine, se hacen arrumacos y dejan ver su amor por donde quiera que van. Y, como todas las parejas de enamorados, planean su futuro. Ellos, tras un largo periodo de noviazgo, han decidido –por fin- casarse. Ahora tendrán que comunicárselo a sus respectivas familias. Les asaltan las dudas sobre si les aceptarán mutuamente. Como son tan conservadores, ¿se lo tomarán bien? Ella es algo mayor que él y esto puede ser un obstáculo según su opinión. Él no es de “buena” familia, así que tal vez sea rechazado por la de ella. Lo peor quizás sea el golpe emocional que recibirán sus hijos al saber la noticia de la boda. Claro que, estos, con casi sesenta años de edad, no deberían sorprenderse de nada.
     -“Teníamos que regularizar nuestra situación por el bien de los niños, no queríamos darles ningún disgusto” -han dicho los novios para justificar el retraso de su decisión. Todo sea por el bien de ellos –han añadido finalmente.
     Era una decisión muy seria, ciertamente.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Quien te entienda, que te compre o, ahí la tienes: báilala

     Confieso que no entiendo a la gente. Yo, como Pablo Neruda, “confieso que he vivido” (aunque menos) y que he visto muchas cosas (menos aún). Incluso he conocido a gente normalita. Pero, o soy muy limitadito, o no acabo de entender a cierto sector del público. Sin ir más lejos, las mujeres.
     Mi mujer, mi Santa, ese pedazo de monumento que Dios (“perdonadme, heterodoxos”, que diría Sábato, D. Ernesto) me impuso como castigo (todo el mundo tranquilo, que ahora está echando la siesta y, por tanto, no es peligrosa) tiene sus cosillas.
     En fin, dicho lo que antecede, paso a explicaros el porqué de lo que procede, de mi estado de ánimo.
     Vivir con mi mujer es vivir en un clima permanente de ansiedad, en estado de sitio, ¡cómo no!  Es una guerra incruenta que vivimos a brazo partido (casi siempre es ella quien me lo parte) luchando por imponer nuestras ideas (es el caso de ella) o por no perder las pocas que me quedan (me defiendo como puedo).
     El viernes pasado me llevó de “rebajas” (¿alguna novedad?... ¡Ah, por eso!). De rebajas aquí y allá  y al “cortinglés”, y se gastó una pasta. ¡¡¡Menos mal que era para ahorrar!!!
     Y digo yo: si era para ahorrar, ¿por qué no nos quedamos en casa viendo la tele como hace el común de los mortales? Y entonces, a lo mejor se fija en mí y me dedica un ratico.  
     Total, se compró dos vestidos (de los cuales uno, mejor desnuda, -con perdón- y el otro, lo va a devolver -¡seguro!-, porque le queda como a un santo dos pistolas).
     Los zapatos – porque también se compró zapatos- los descambiará, pues se empeña en meterse con calzador un 36 (que es una muestra) cuando lo suyo, de normal, es un 38-39.
     Y al final, la cuenta, una “bagatela”, un dinero que, en el mejor de los casos, amortizaré parcialmente con las devoluciones que lo permitan. Y con el resto haremos un monumento a los deseos de lo que pudo ser y no fue por culpa de mi amorcito (creo que se está despertando, así que termino).
     En fin, una pasta gansa.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Mi infancia (4)

      Pasé muchos días castigado en mi casa sin poder salir con la pandilla debido a mis travesuras.
     De ahí vino un poco mi afición a leer. Como no teníamos televisión (muy poquita gente en mi barrio la tenía), ni se habían inventado las videoconsolas, ni había ordenadores ni forma de divertirse, a ratos me dio por la lectura, y otras, por poner en marcha “efervescentemente” mi efervescente mente. Cuando esto último sucedía, malo: tarde o temprano habría de ocurrir algo catastrófico. También la mayor parte de las veces mis lecturas iban encaminadas a poner en práctica ciertos experimentos de química que había en la “Enciclopedia Álvarez”, que era el “veintiúnico” libro que utilizábamos en la escuela. En ese pozo del saber que era mi libro de texto, encontraba uno de todo: desde cómo diseccionar una rana hasta cómo fabricar un electroimán o realizar la electrólisis.
     Supongo que en aquella época quise emular a Thomas Alba Edison. Me leí su biografía de cabo a rabo (ese fue el período de mayor tranquilidad en mi hogar) e hice posteriormente todo tipo de experimentos con la luz eléctrica. Logré realizar cortocircuitos que pusieron en peligro la integridad de mi casa y las del vecindario, conseguí fundir los plomos una y mil veces en un solo día, me explotó alguna bombilla, quemé el frigorífico por sobrecarga en la red, me dieron mil bofetones por atrevido...
     En definitiva, mis padres no hacían carrera conmigo. Así, pues, yo no sé qué les tenía más cuenta: que me quedara castigado en casa por mis múltiples fechorías y fundiera los plomos, que provocara un cortocircuito de aúpa, etc. o que saliera a la calle y liara una de las mías. Por eso, a veces me castigaban sin salir durante semanas y al poco me condonaban el castigo y lo sustituían por la libertad condicional, advirtiéndome muy seriamente que, si incumplía el acuerdo, el castigo sería aún mayor.
     Yo era de cabeza dura y las gamberradas me podían. Esta fue la razón por la cual -finalmente- mis padres me llevaron interno a un colegio.
      Pero esto es otra historia y aún habría de transcurrir mucho tiempo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Fittipaldi

      Querido Pablo:
     Ya sabes que mi Santa se sacó el carné de conducir hace algo más de un año. La verdad es que estoy muy satisfecho con los progresos que ha hecho durante este tiempo. Ya no va pegada al volante, que parecía que quería asomarse al parabrisas como si fuera al balcón de su casa. Por fin ha desaparecido la “L” de principiante del cristal trasero del coche y ahora tiene una seguridad en sí misma que para mí la quisiera yo en algunas ocasiones. Tiene un manejo del vehículo nada comparable al de un piloto de fórmula 1, evidentemente, aunque ya les gustaría a algunos tener su aplomo y su eficiencia en la conducción.
     El peinado no se le mueve mucho porque usa laca en proporciones exageradas pero, aunque así no fuera, tampoco se le alteraría gran cosa debido a los nervios tan templados que exhibe -incluso con la ventanilla bajada.
     Cualquiera diría que ha conducido toda la vida, cualquiera pensaría que nació con un volante entre las manos. Ni que fuera descendiente directa de Juan Manuel Fangio, aquel mítico piloto de los tiempos de Maricastaña ¡Qué desparpajo muestra, qué naturalidad, qué confianza, qué aplomo, qué dominio, qué seguridad...! ¡Qué todo!
     ¡Qué tiempos aquellos en los que no sabían cómo deshacerse de ella en la autoescuela! Aquel dicho machista de los años 70 “Mujer al volante, peligro constante”, no va con ella.
     Si me permites la expresión, te diré que “le he comprado” un cochecillo de segunda mano por su cumpleaños, para su uso exclusivo, para que lo disfrute y vaya a comprar con él, para que vaya a casa de sus amigas, para que sea autónoma, para que me deje en paz, ¡qué caramba!
     Cuando hace buen tiempo baja la ventanilla y apoya el brazo izquierdo sobre la puerta, asomando el codo y sujetando el volante con dos dedos. Porque no fuma, pero con un buen puro en la boca... ¡qué estilazo tendría! Tacos, lo que se dice tacos, no gasta, pues es muy educada pero, al volante, tiene tendencia a utilizar un vocabulario bastante grueso, -como de camionero de los de antes. Cuando se tercia alguna discusión con algún pobre conductor (lo de pobre lo digo porque ya sabes cómo es ella, que no se calla ni bajo el agua) ... ¡que no le pase nada!
     Al volante siempre es “muy obediente” (como ella dice) con las señales de tráfico. Nunca sobrepasa los límites de velocidad permitidos. Recibe de vez en cuando alguna sinfonía sonora cuando, en un exceso – en mi humilde opinión- de celo, pone el coche en mínimos de velocidad aduciendo que ella practica la conducción eficiente (sostenible, que se dice ahora); es decir, ni acelerones, ni frenazos, ni brusquedades que provoquen un gasto innecesario de combustible. A tal punto llega su sentido de la prudencia y del ahorro que al divisar un semáforo ya frena previendo que pueda ponerse rojo. Ello ha provocado en algunos conductores (energúmenos, sin duda), alguna sonora pitada (¡bah, ni caso, cariño!). Con el semáforo en rojo, ella siempre apaga el motor (sentido de la economía, respeto por el medio ambiente, cuidado con la capa de ozono, interés por el cambio climático... y no sé cuántas cosas más).
     Claro que, el otro día, al arrancar después del consabido semáforo, algo falló y el coche no se le puso en marcha. ¡Menuda la que se montó! Hubo que esperar ¡tres (3) semáforos! ¿Crees que perdió los nervios? ¡Qué va! Y mira que escuchó pitidos. Ella -muy digna-, a lo suyo, como siempre. Y como no arrancaba, al final, a empujar. No, no, ella no: los de la orquesta de pito y púa. Luego lo contaba y se reía: “Los que más gritaron fueron los que empujaban con más ganas para sacarme de allí” –decía entre sonoras carcajadas.
     Me lo contaron ayer. Yo no estaba con ella.
     ¡Afortunadamente!

domingo, 3 de noviembre de 2013

Mi cama

     Querido Pablo:
     Sabes que no soy persona que tenga un afán de protagonismo excesivo. Más bien soy bastante tímido y algo introvertido. Porque, aparte de este blog que empecé por casualidad gracias a las malas compañías y a los cantos de sirena de una amiga, mi vida pasa sin demasiados aspavientos.
     Sin embargo, de un tiempo a esta parte me encuentro como protagonista en el trabajo y con la autoestima un tanto alterada, aunque maldita la gracia que me hace a mí todo ello.
     En la oficina, unas veces los compañeros me guiñan el ojo cuando nos cruzamos. Otros, más zalameros, practican el cuerpo a cuerpo con un potente abrazo que me deja hecho polvo y  me dan una palmadita cariñosa que me tritura, finalmente. También los hay más sobrios, que se conforman con decirme “¡Antón, machote!” (Si ellos supieran...). Las sonrisas son un elemento cotidiano por los pasillos. Más de dos me han pedido que les preste las llaves de mi casa.
     Las féminas, algunas tan liberales, me gritan “¡tigre!”, al pasar. Amparín, el otro día, cuando estaba yo sacando un café de la máquina, me tocó suavemente en el hombro y, cuando me giré, me empujó con fuerza contra la pared, colocó su mano derecha a la altura de mi rostro y me miró fijamente a los ojos mientras su mano izquierda me sujetaba por la corbata. No dijo nada, pero me escrutó de arriba abajo con... –no sé..., de forma rara..., tal vez con lascivia- y luego, desdeñosa, me soltó y se fue, como haciendo un desplante torero y con la cabeza bien alta. Prendas íntimas no me han tirado todavía, aunque al paso que vamos, ya veremos.
     Tengo mala cara, sonrío con una mueca forzada y algo estúpida. Camino pegado a la pared -no sé por qué- como si quisiera protegerme de algún potencial peligro.
     En la oficina se ha corrido la voz de que tengo en casa una cama un poco especial. Disponer de una cama giratoria como la mía tiene su cosa. Y si además es redonda, aparte del mareo que te pueda proporcionar, también da mucho morbo.
     ¡Si lo sabré yo!

domingo, 27 de octubre de 2013

Seguidores por el mundo

        Queridos amigos de este humilde blog:
       Hoy estoy feliz, hoy estoy henchido de gozo. Hoy ha llegado a mi humilde morada una hermosísima tarjeta postal procedente de la India. Me la escribe y envía alguien cuya firma no logro descifrar. Sin embargo, debe de tratarse de algún fiel extremo al que no puede calificarse de follower -seguidor- sino más bien de fan -admirador- lo cual, sin duda alguna, ya es otro nivel.
     Disculpad mi emoción, pero estoy como un niño (de los de antes) con zapatos nuevos.
       Mi seguidor, mejor mi fan, hace alarde de ser el seguidor (recalco: el seguidor, -no un seguidor cualquiera- más internacional).
        Permitidme, -¡oh, seguidores!- la pequeña licencia de que copie algunos párrafos:

Antón Hernández y “la Susi”
Varanasi, 10 de octubre de 2013 (después de comer)
Estimado Antón:
Te escribe tu seguidor más internacional (por favor, permíteme que te tutee). [Esta forma de expresión ha calado en mí. Yo, que debo dar las gracias a este enorme público que me lee y soporta cada domingo]. Aprovecho un momento de sosiego al borde del Ganges para dejar volar mis pensamientos y compartirlos contigo y con nuestra querida y entrañable Susi ” (1). [Sublime, simplemente sublime].

Me habla del bien y del mal, de lo que hace, de cosas tan simples como cortarse el pelo y recortarse la barba por 1 €; de su próximo viaje a Nepal...
También me habla del mar, la mar. Cual “marinero en tierra” echa de menos su mar: Un mes... y ya va para dos sin ver el mar... Y luego, añade algo muy bonito: por más lejos que te vayas, los pensamientos no se alejan. A veces es mejor no pensar y hacer las cosas despacito. Aquí la gente se toma la vida con mucha calma; no llenan el día de cosas. Hay mucho tráfico, sí; pero eso es sólo cuestión de supervivencia.
Además me envía un pequeño dibujo a modo de resumen en el que plasma su cotidianeidad

(1)      Hago constar que en ningún momento se refiere para nada a mi Santa.
-         ¿Por...?
-         No, por nada, je,je.





domingo, 20 de octubre de 2013

Mi cumpleaños

     Hoy celebro mi cumpleaños. Como cada año, recibo las habituales felicitaciones de familiares y amigos: Pablo, la Susi, mi Santa, mis cuñados/as, mis sobrinos/as, mis seguidores/as, mis hijos... ¿Mis hijos? ¡Ah, pues va a ser que no! Solo he recibido la felicitación de uno de ellos: la del liberal, la del que va por libre. Pero no ha venido a casa a celebrarlo y a comer con nosotros porque estaba muy liado ¡Mira tú por dónde! Del de tendencias perroflautiles no me extraña mucho, no. Va a su bola, ya se sabe. En cambio, su novia, sí ha tenido el detalle de mandarme un correo electrónico con su correspondiente postalica. ¡Qué “ilu”! (En fin, vaya lo uno por lo otro).
     Yo siempre he dicho que calladito estaría más guapo a veces. Y es que se me ha ocurrido hacerle un comentario, así, como de pasada, a mi mujer, en plan “pues qué pena que no estemos todos...” o “el de Barcelona no se ha acordado...” y tal, cuando mi Santa me ha saltado al cuello en defensa de sus hijos, como no podía ser de otra manera (?).
     -Eres un egoísta, -me echa en cara. Solo piensas en tus cosas. ¿Qué crees?, ¿que no te quieren? Pues que sepas que siempre te tienen en su pensamiento y bla, bla, bla.
     - Pero si yo... solo era un simple comentario... –replico sin mucha confianza en ser escuchado (y aún menos de ser tenido en cuenta). ¿Es que uno ya no va a tener derecho ni a protestar siquiera un poquito, aunque sea en plan “light”? ¡Que es mi “cumple”!, ¡que es mi día...!
     Ni por esas. Además, con muy mala sombra, ya se ha encargado de recordarme que soy un año mayor, aunque he de reconocer que me lo ha dicho en plan suave y cariñoso, pues me ha cantado el Cumpleaños Feliz mientras sacaba del frigorífico una tarta de fresas con nata y almendra (mi favorita), aunque no ha olvidado poner una sola vela -bien grande, por cierto- en el centro.
     En verdad, más bien era un cirio. 


domingo, 13 de octubre de 2013

El gimnasio

     Desde que mi Santa se junta con sus nuevas amigas, se ha apuntado al gimnasio. Así que, para la ocasión, se ha equipado con todo un conjunto deportivo de última moda: camisetas y sudaderas transpirables de llamativos colores, culotte deportivo negro (que hace más delgada, según ella) y mallas ceñidas (que le sujetan y oprimen a modo de faja y le resaltan y exhiben  públicamente sus redondeces, ¡qué ordinariez!), zapatillas deportivas con cámara de aire y carbón activado que controla la sudoración y evita los malos olores. Y para rematar, cinta en la cabeza para recoger su pelo y darle un aire más deportivo, que así se lo parece a ella.
     Pero todo esto no tiene otro objetivo que el muy loable de perder esos kilitos rebeldes que le sobran y tratar de ponerse en forma.
     Pero solo tratar, porque conseguirlo ya es harina de otro costal, ya que, -la verdad- la pobre tiene muy poca fuerza de voluntad, y después de una agotadora sesión de gimnasia, se premia los esfuerzos que realiza con sabrosos homenajes en forma de yogures “bajos en calorías” con frutas del bosque, nueces y miel. Se empeña en argumentar que ese tipo de alimentos no engorda, que come sano y natural y que la vida es muy injusta con ella porque, a pesar de sus esfuerzos y sacrificios, no hay manera.
     A mí me recuerda a las lustrosas vacas del pueblo de mi mujer, a las vacas del tío Miguel, que viven junto a nuestra casa.
     -Ellas se alimentan de hierba -¡fíjate tú!- y la hierba, que yo sepa, no tiene muchas calorías pero, sin embargo, están muy hermosas –argumenta cuando se siente deprimida.
     Claro, lo que no explica es que estos animalitos se pasan el día come que come y, que finalmente, muchos pocos hacen un mucho.
     Como le ocurre a ella.

domingo, 6 de octubre de 2013

Mis hijos

     Tengo unos hijos que no me los merezco: cariñosos, simpáticos, buenas personas, generosos, colaboradores, amantes de sus padres y con sentido del humor. Mi mujer también tiene sus cualidades. Por ejemplo, es buena ama de casa, buena administradora de la economía familiar, buena..., buena... , esto..., em..., (tic, tac, tic, tac), ..., am ..., este..., es buena administradora..., eee..., (creo que ya lo he dicho), bueno... y me quiere, claro.
     Y aquí estoy yo, de “chico para todo” y para arreglarlo todo. Que si “cámbiame la bombilla, nene, que se me ha fundido”, que si “mira a ver qué le pasa a la puerta, que hace ruido”, que si “desatáscame el fregadero”, que si “llévame el carrito de la compra, que pesa mucho”, que si “tiéndeme las sábanas”... En fin, supongo que lo normal en una familia. Pero lo suyo -¡ay!- no es la mecánica, claro. Así, por ejemplo, ayer me encomendó la tarea de cambiarle la batería al coche.
     De modo que, como uno es un manitas consumado, decidí ponerme de inmediato manos a la obra. En ello andaba cuando llegó mi hijo el liberal, ya sabéis, el que va por libre, que es un “cachondo mental” y me dijo que aquella no era tarea para un anciano padre que lo había dado todo en la vida, que ya se merecía un descanso. Así que, con un cariñoso empujoncito, me apartó del vehículo y dijo algo así como “dejarme zolo” y “anda, páaapa, pásame la herramienta, que te lo vi a dejá niquelao”. No me enfadé con él porque quisiera retirarme de la vida laboral a tan temprana edad, sino porque me llamara anciano. Pero, bueno, a un hijo se le pueden perdonar ciertas cosas, aunque no sean muy acertadas.
     Me pidió todo tipo de herramientas. A mí se me hacía excesiva tanta parafernalia para sustituir una simple batería: llave inglesa, llaves allen, llaves de tubo, llaves fijas... Ya ves, demasiadas herramientas para dos tuercas y poco más.
     Estaba el chico en plena faena cuando, de repente, me dio la noticia que nunca me habría gustado oír:
     - Páaapa, me hace falta la llave 13-14; pásamela, porfa  -me pidió.
     - Mira a ver si está en ese montón, que ya te he dado todas las que tengo -le respondí.
     - No, no está ahí, esa no me la has dado y es justo la que necesito -terminó.
  Entonces regresé a mi armario de herramientas y busqué frenéticamente la dichosa llave. Había herramientas por doquier y justamente faltaba aquélla. También era mala suerte, porque haberlas, las había de todos tipos, tamaños y colores, producto de los regalos que mi mujer y mis hijos me habían hecho a lo largo de todos mis cumpleaños. Pues bien, aquella maldita llave no estaba. ¿Dónde la habría puesto? En fin. Yo que soy hombre eminentemente práctico, decidí ir a comprarla. Visité una ferretería, pero no la encontré. Luego, otra. Y una tercera. Así, no sé cuántas. Decidí, finalmente, que lo mejor sería acudir a mi mecánico de confianza y preguntarle dónde podía conseguir la dichosa llave.
     Cuando le conté lo que me pasaba me miró muy serio a los ojos. Hizo un mohín con la boca; luego, otro y otro. No dijo nada. Apretó los labios y, nuevamente hizo un intento de contención con todas sus fuerzas. Al fin, entre lágrimas por tanto esfuerzo, y poniéndome cariñosamente una mano sobre el hombro, me dijo:
    -Antón, esa llave no existe. Es una broma que se les ha gastado toda la vida a los aprendices de mecánico.
     Mi hijo aún estará riéndose.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Mi infancia (3): La banda de moco verde

     De mis tiempos de predelicuente, guardo un recuerdo especialmente cariñoso a mis andanzas con los amigos del barrio. Éramos un grupo de “marías”, porque todos nosotros, a excepción de Carlos (el de los “...” largos) llevábamos nuestro nombre unido al de María. Era una costumbre muy de la época tan catolicona que vivimos. Si empezamos por Mariano, al que cariñosamente alteramos las tres últimas letras de su nombre por otras cuatro más jugosamente sonoras y de carácter más redondeado, seguimos por Pedro Mari, Juanma (Juan María) y su hermano Jesús Mari (Chusito), continuamos con Angelmari (un auténtico terremoto a pesar de su nombre) o finalizamos por Antonio María, -o sea, yo- conocido en su propia casa más por sus travesuras que por Antón, nos daremos perfecta cuenta de lo que os decía.
     No éramos, precisamente, el terror del barrio, ni mucho menos, ya que entre todos juntos no teníamos ni una buena bofetada, pero de vez en cuando la liábamos parda. Así pasaba, por ejemplo, cuando nos daba por tocar todos los timbres de un mismo portal con la insistencia tozuda y tonta de quien se la está buscando. Como en aquella época no existían ni los porteros automáticos ni cosa parecida, las buenas amas de casa salían a la puerta y abrían esperando encontrar a alguien al otro lado o bien se asomaban a la ventana por ver quién era.
     Tanto va el cántaro a la fuente, tanto repetíamos nuestras gamberradas, que algunas vecinas, avisadas o predispuestas a darnos un escarmiento, nos la tenían jurada. Alguna vez padecimos un repentino, violento y abundante aguacero cuyo origen era un tercer piso del bloque de viviendas. O que, inmersos en la faena (nunca mejor dicho) de molestar a todos los vecinos al unísono, llegara por detrás de nosotros una vecina y nos sorprendiera en plena gamberrada y nos diera nuestro merecido, que por lo general solía ser un buen mojicón o un tirón de orejas.
     O como aquel día –aciago para mí- en que mis compañeros delincuentes me encerraron en el portal, atrancaron la puerta para que no saliera y llamaron frenética e insistentemente a todos los timbres. Hubo tres o cuatro vecinas (aunque a mí me parecieron muchas más) que bajaron armadas de escobas y creo que alguna sartén vieja y me repartieron estopa hasta cansarse; y luego, más.
     Lo peor, cuando llegué a mi casa.

domingo, 22 de septiembre de 2013

A régimen

     La vida es un bucle continuo, un “déjà vu” permanente. Todos los años igual, siempre la misma canción. Tras los excesos de Navidad y de sus fiestas, llegan  el arrepentimiento y los golpes de pecho por esos kilitos de más cogidos con total impunidad a base de turrones, mazapanes y toda clase de ricas tentaciones dulces y desparrames varios.
     Tengo la grandísima suerte (todo hay que decirlo) de no tener tendencia a engordar. Mi mujer dice que soy “el espíritu de la golosina”. Y es cierto: por más que como, apenas se me nota. No así a ella que, en cuanto comete algún pequeño exceso, la báscula le pasa factura. Tampoco es que esté gorda, solo un poco rellenita, -a ver si me entendéis-, pero sí de buen ver, que decía mi abuela.
     Lo intenta todo para eliminar las redondeces de su cuerpo; lucha a brazo partido por recuperar su figura. Acude a todos los regímenes, dietas, consejos, trucos de adelgazamiento que conoce (el de Montignac, la dieta disociada, el método Dukan, la de la alcachofa...), llama a sus amigas para enterarse de las dietas más al uso, se hace mil juramentos y promesas varias.
     Doy fe de que lucha, pero su voluntad es débil y el chocolate le puede. A “mi Susi” la mira con envidia -¡qué le vamos a hacer!- porque es joven y tiene un tipito "im-presionante" (en dos palabras). Así que cuando estamos juntos se pone de los nervios y, aunque quiere controlarse, le asoma la venita de los celos.
     Entonces, llegadas las cosas a ese punto de “no retorno”, de casi derrota, ataca con toda su artillería. Es decir, aquí entro yo en juego para resolver el problema, su problema. No sé cómo seréis vosotros, pero en mi familia todos (?) somos muy, pero que muy “solidarios”. De modo que, como os decía, toma las riendas y decide que, para ponerse en forma, hemos de estar todos a pan y agua.
     Es el momento en que tooodas las “ratas del barco” desaparecen. Mis hijos ya no vienen a comer, caso de que anden por aquí cerca; la Susi se evapora (ella no está por la labor de estrecheces alimentarias). Pablo se excusa si le invitamos a comer (conoce el paño). Y yo, que no puedo esfumarme, aguanto resignado.
     Paso hambre.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Tabaco

     Jamás he fumado, de modo que no he disfrutado nunca del placer, es un decir, que se siente al exhalar el humo de un cigarrillo. Me gusta, sin embargo, ver fumar a los demás. Intento ser un observador atento de la vida, un poco mirón y un poco cotilla. Curiosón las más veces.
     De pequeño me encantaba ver las películas protagonizadas por mafiosos, polis y tipos duros en general. Había que ver con qué arte y con qué estilo fumaban: como si tal cosa. Aquel cigarrillo impenitente, eternamente colgado de la comisura de los labios, que se movía arriba y abajo al son de las palabras del protagonista. Aquellas largas y profundas caladas placenteras y las volutas que salían perezosas de la boca ahuecada me parecían lo más de la elegancia. Así que yo, como chiquillo que era, recreaba con cierta gracia y salero aquellas escenas con unos cigarrillos de chocolate. Tanta fidelidad debía de haber en mis actuaciones que mi padre se asustó, supongo, y me dio un día un sonoro sopapo que me dolió más en el alma que en el cuerpo, ya que me lo atizó sin mucho entusiasmo. Aún así, me llegó muy profundo y ya no volví a hacer tonterías de ese estilo.
     Más mayorcito, me enamoré de lujuriosas mujeres que, apoyadas en el quicio de una puerta y acompañadas de una larguísima boquilla en la que habían prendido un cigarrillo, ladeaban su cabeza con desdén mientras parecían esperar el autobús.
     Yo no sé bien si fue una premonición, pero desde entonces, ese tipo de mujeres y el tabaco me acompañan. Y los dos porque pudieron ser y no fueron. Del tabaco, se encargó de quitarme las ganas mi padre vía expeditiva, como ya he explicado. Y de las mujeres lujuriosas de mirada lánguida, que nunca cogían el autobús, ya se encargó mi Santa, quien no tiene precisamente ese tipo de mirada, sino una más directa y penetrante.
     Así que sigo esperando. Fumando espero.

domingo, 8 de septiembre de 2013

El Feng Shui

    Desde que mi Santa comenzó a asistir a clases de decoración al estilo Zen, nuestra casa perdió su personalidad y adoptó otra con un aire marcadamente más oriental. También en aquella época leyó revistas y libros que trataban del Feng Shui. Desde entonces duermo muy mal y descanso poco, pero mi vida está llena de armonía y equilibrio.
     Las bonitas macetas que adornaban nuestra terraza las sustituyó por un puñado de arena, dos hojillas y un chirimbolo. El espejo de “Tía Eduvigis”, regalo de boda, salió pitando de la habitación porque, según el Feng Shui, favorece “infidelidades” y la intromisión  de terceros (?) en la vida familiar (¿habrá alguien debajo de la cama o dentro del armario?).
     Así, en mi casa todo está impregnado de la filosofía del Feng Shui y de la decoración Zen. Las paredes del dormitorio las ha revestido de papel pintado con motivos japoneses en los que se vislumbran escenas populares de casas y barcas en tonos suaves. Para mí que su estilo es un tanto “sui géneris” y bastante ecléctico.
     Y de la cama, ¿qué decir? Teníamos una de “1.35” de hierro forjado, en la que, descansar bien, lo que se dice bien, no descansaba porque, como yo soy delgadito (y aunque mi mujer no está gorda, sí tiene un pelín de sobrepeso), siempre acababa encima de ella por culpa de “la teoría del plano inclinado”. En invierno tiene un pase, pero en verano la cosa se ponía de un calor insoportable y pegajoso.
     Dice mi Santa que es importante elegir bien la situación del dormitorio dentro de la casa. Y más aún, ubicar la cama en la habitación.
     Como lo primero no tiene remedio, nada se ha podido hacer. Cambiar el dormitorio y ponerlo en el salón, como que no, aunque esté al oeste y nos dé “mucha felicidad y armonía”.
     Si hubiéramos colocado el dormitorio donde actualmente tenemos la cocina, tendríamos “mucha suerte”, ya que está orientada al este. Pero el dormitorio en la cocina...
     Ni hablar de reubicarlo al sur, pues nos cargaríamos de energía negativa. ¿Y al norte? Mmmm... tenemos el baño. Demasiado pequeño e incómodo.
    Así las cosas, mi mujer -siempre muy imaginativa- encontró la solución ideal: compró una cama redonda con un sistema giratorio. De esta forma, cuando queremos  encontrar felicidad y armonía, nos acostamos mirando al oeste. ¿Que estamos ansiosos por descansar bien y encontrarnos en forma en el trabajo? Un pequeño giro a la manivela y a mirar al noroeste, pues habremos entrado por la “Puerta Celestial” (¡no te fastidia...!)
     Y mi Santa, caprichosa como es, cambia de posición cada día para poder disfrutar de todos y cada uno de los efectos benéficos que nos regala el Feng Shui.
     Tengo que comprarme una brújula para saber hacia dónde apuntan cada día mis pies.
     Además, me estoy mareando.

domingo, 1 de septiembre de 2013

EL VERANO (...y 3)

     Dicen que “nunca segundas partes fueron buenas” (ni os cuento ya, “terceras”), pero escribo este pequeño relato a petición de varios de mis fidelísimos y sufridísimos lectores -quienes esperaban, según me cuentan, algo más de aquel verano- y a quienes pido disculpas de antemano si no les conmueve la historieta de hoy.
     Después de aquel episodio veraniego en “Benidorm city” con la rubia despampanante del piso de arriba, mi mujer, mi Santa, ese monumento en el que me miro a diario, decidió atarme en corto y, a partir de ese día, no me dejó durante el resto de las vacaciones -como quien dice- ni a sol ni a sombra.
     Todo el mundo sabe lo bailonguera que es. Y, vaya, ¡será por lugares de baile en Benidorm! La “tercera edad” y todos aquellos -no tan jóvenes- amantes de mover el esqueleto, disponen de suficientes lugares donde hacerlo con los bailes de siempre; o sea, de otra época, que dirían mis hijos. ¡Mira tú!
     No voy a descubrir cuál fue el local elegido, que la “publi” no me la pagan, pero os aseguro que estaba muy bien, tenía mucho ambiente y las canciones del momento eran amenizadas por una orquestilla que no lo hacía del todo mal.
     Nos inflamos de “Pajaritos”, Evamarías, “Carros robados” y de “Españas cañís”. Yo estaba agotado (me cuesta ponerme a su nivel), así que decidí sentarme y descansar un rato.
     Ella siguió meneándose al ritmo de otros temas musicales, bailando sola, durante un buen rato: mano derecha arriba, mano izquierda “mandando parar” (póngase el amable lector -en la intimidad de su casa- en situación adecuada al evento... No, no, no, no...así, no; repito: mano derecha arriba, mano izquierda “mandando parar” moviendo el cuerpo al compás. Por favor, no te dé vergüenza, que no te ve nadie.) y venga a dar vueltas y revueltas por la pista, llamando la atención de los moscones ociosos y aburridos.
     Y, claro, con tanto llamado, no faltó el atrevido de turno. Tras concederle mi Santa, generosamente, una oportunidad, y después de la tercera pieza sin que cambiara de compañero, se oyó un estruendoso chasquido, vimos volar un bolso por los aires y se hizo un amplio claro en medio de la pista. En aquellos momentos sonaba “Suspiros de España”.
     Aquel atolondrado había osado tocarle el culo. 

domingo, 28 de julio de 2013

Invitación de boda

     Siempre había considerado que las bodas eran una celebración de sentido gozo entre dos familias que se unían, con dos partícipes enamorados que se prometían amor eterno. Creo que a partir de hoy lo voy a ver de otra manera, pues acabo de recibir una invitación personal, en mano, de alguien a quien apenas conozco. Es una tarjeta muy bonita, en papel satinado, de hermosas letras, con los nombres de los intervinientes y muy elaborada pero, claro, no me dice nada.
     Creo que el mundo se ha vuelto muy materialista y ha perdido el rumbo. Ahora te invitan a cualquier boda, bautizo, comunión o sarao de no importa qué índole, te conozcan o no, para que les hagas el consabido regalo. Con un descaro sin par te dicen abiertamente que desean dinero, que los muebles se los regalan los padres y demás familia. Si hay un poco de suerte se pagarán ampliamente el cubierto que te ofrecen y sufragarán parte del viaje de novios a vaya Ud. a saber dónde.
     Claro que todo tiene su lado bueno y su lado malo, una especie de yin y yang. Así que, con tanta profusión de invitaciones, ¿saben los novios quién es quién y a quién han invitado realmente?
     Conocí en cierta ocasión a un tipo –un caradura profesional-, que se apuntaba a cualquier tipo de acontecimiento social, más o menos por la patilla. Tenía cierta simpatía y una buena dosis de desvergüenza (el consabido morro de los cien negros cantando el “Only you” le quedaba chico).
     Tal era su osadía que se fotografiaba -incluso- con los novios: ahora con ella, luego con el otro y siempre con los dos. Como era tan natural y tan dicharachero, y como los momentos de felicidad de los contrayentes les mantenían alejados de todo pensamiento que inspirara duda, nadie reparaba que pudiera ser un fraude. Todo lo más darían por supuesto que era un invitado de la otra parte.
     A veces rizaba el rizo y se reunía con los suegros de ambas familias y departía amistosamente con ellos. En aquellos momentos de gozo podía obtener todo tipo de datos de los contrayentes que usaba después en beneficio propio.
     Un buen día, mientras alternaba en la mesa de invitados y, tal vez por los efectos etílicos de las bebidas espirituosas ingeridas o porque no era su día (tal vez por ambas cosas) dio en gritar un sonoro “vivan los novios” que dejó enmudecida a la feligresía:
     Se trataba de un divorcio.

     Nota a mis queridos lectores:
    Al igual que el pasado año, he decidido concederos unas merecidísimas vacaciones. Más que nada porque habéis sido capaces de seguirme hasta aquí, sin pestañear, a pesar de las tonterías que escribo.
    Nos vemos de nuevo el 1 de septiembre. Que no cunda el pánico, queridos.

domingo, 21 de julio de 2013

EL VERANO (2ª parte)

       No siempre vamos al pueblo de vacaciones, pues mi mujer, a pesar de ser tan tradicional, también gusta de la modernidad y del desarrollo turístico. ¿Y a que no os imagináis dónde me lleva? Pues, naturalmente: a Benidorm, que es un destino turístico con mucho ambiente.
     Tiene su amiga Puri un coqueto apartamento situado en 4ª línea de playa (para los que conozcáis Benidorm, por la zona “guiri”) que nos alquila a precio de amiga.
     La verdad es que ambiente, hay. Todas las mañanas bajamos a la playa. Y digo lo de bajar porque aparte del descenso vertiginoso de pisos (29 alturas) hay una cuesta bastante larga y pronunciada para llegar.
     Yo alquilaría una sombrilla y dos tumbonas, pero ella que es muy ahorrativa prefiere que cojamos las nuestras y nuestro parasol porque “me da cosa echarme en esas tumbonas de la playa, que vete tú a saber...”.
     De modo que he comprado en la ferretería un carrito, expresamente fabricado, para bajar todos los enseres necesarios. Es decir: sombrilla, las dos mencionadas tumbonas, la mesita, la bolsa playera cargada de toallas, cremas, leche solar protectora de alto factor, crema “after sun” y la nevera, “porque... querrás tomarte una cervecita fresquita, ¿no?” (Hombre, bien mirado es todo un detalle. Qué duda cabe). Y así, ella enfundada en su pareo playero, con una pamela enorme, gafas de sol tipo celebrity de incógnito y sus chanclas; y yo, camiseta tipo “tres-cuartos”, larga a más no poder (para tapar mis vergüenzas, supongo), gafas de sol de espejo, un meyba años 70, chanclas y un sombrero estilo Al Capone años 20, nos lanzamos a conquistar un pedacito playero con permiso de los madrugadores que tienen acotada la primera línea de playa.
     Después de comer, siesta. Con el beneplácito de los vecinos, naturalmente. Y dormir por la noche dependerá de cómo vengan aquellos de alegres y de que tengan ganas o no de entonar –a voz en grito- canciones de su tierra.
     Una noche, parece ser que había fiesta en el piso de arriba y no podíamos dormir. Viendo que mi mujer estaba a punto de perder los nervios, subí donde los vecinos, dispuesto a dialogar con ellos. Llamé a la puerta y al rato me abrió un mocetón ataviado con camiseta de tirantes, pantalón corto y un vaso en la mano. Le dije en un perfecto inglés que no eran horas, que hacían mucho ruido y que... pero no pude terminar porque me enganchó enérgicamente del brazo y me hizo pasar adentro. Noté que tenía un fuerte acento escocés, tipo JB, así que comprendí que sería difícil hacerme entender. Pensé lo que siempre me había enseñado mi padre: “Si no puedes con tu enemigo, únete a él”.  Dicho y hecho. Después de beber un par de güisquis, yo también había cogido el acento escocés. A partir de ese momento nos entendimos la mar de bien y yo acabé con un gorrito en la cabeza, abrazado a una rubia despampanante y lleno de confeti.
     Se ve que a mi mujer se le hizo muy larga la espera y subió dispuesta a rescatarme. Me encontró en pleno diálogo con mi acompañante. Me separó de ella con un empujón y me dijo unas palabras que no me parecieron muy cariñosas y que no entendí bien porque hablaba un poco raro. Me acuerdo que le contesté:
     -“Cadiño, (hips), no es ho que padece”.
     Ya no decuerdo bada más. ¡Hips!      

domingo, 14 de julio de 2013

EL VERANO (1ª parte)

     A mí me gusta descansar, pero creo que las vacaciones nos agitan mucho más que nos relajan. Años ha habido en que al volver a la oficina y ver el montón de expedientes y registros, me he dicho: “Hogar, dulce hogar”.
     El verano puede ser, a veces, largo y tedioso. Y mayormente aburrido. Yo ya me he hartado de la banal e inútil discusión familiar sobre dónde pasar las vacaciones, porque si digo “campo”, será playa. Y cuando digo “playa”, que no quepa duda de que nos vamos al campo. Podría jugar a decir lo contrario de lo que pienso con intención de engañar, pero no cuela. Mi Santa me escruta con su inquisidora mirada y me pilla de todas, todas. Así que últimamente practico mucho el “ajo, agua y resina”.
     Las vacaciones, tal como están planteadas, son un rollo. Cuando toca campo, resulta de lo más tedioso y aburrido. Si vamos a la casa del pueblo, ya sabes: se nos llena de familiares y allegados, todos ellos mediopensionistas (como mínimo) que se invitan a comer día sí y noche también.
     Por la mañana apetece dormir un poquito más de lo habitual. Sin embargo, con tanta gente pululando, será imposible.
     Obligado ir a la piscina  -¿y adónde vas si no?- aprovecho para colocarme debajo de una sombrilla y echar una cabezadita furtiva mientras mi Santa se achicharra al sol.
     De bañarme, nada de nada, que el agua está helada, pues la piscina se llena con agua procedente de la sierra.
     Por la tarde no puedes disfrutar de una buena siesta porque hay que ir a Ca Paco a echar la partidita de mus. Es un juego que no controlo mucho porque te pasas el tiempo haciendo señas al compañero sin que te vean los contrarios y además debes procurar cazar las señas que se hagan entre sí tus oponentes. Si mi compañero me guiña el ojo, me saca la lengua o levanta las cejas con asombro, a mí me entra la risa y estropeo la jugada. Si hago señas, es como telegrafiárselas al enemigo. Luego, se enfadan conmigo, con razón.
     Al menos, de noche se duerme, aunque poco, porque la gente menuda toca diana muy temprano. La sierra es lo que tiene: que hace frío y tiene incomodidades, pero te compensa el olor a naturaleza fresca, a campo y a sano de las vacas de nuestro vecino, “el tío Miguel”, que vive puerta con puerta.
     Eso sí, la leche, recién ordeñada.

domingo, 7 de julio de 2013

Cuentos de mi abuelita

Hola, familia:
Hoy os traigo un pequeño cuento escrito por La Susi  y que he rescatado laboriosamente de su diario. Como una gran parte de sus escritos, tiene poco valor literario, pero está impregnado de una gran sencillez y, en esta ocasión, creo que tiene un valor didáctico, tal vez moralizante. 
En fin, no me extiendo y os cedo gustosamente esta obrilla. ¡Ojalá podáis disfrutarla como yo lo he hecho!


"El rey pequeño que vivía en un país pequeño"












domingo, 30 de junio de 2013

Mi infancia (2)

     Imagino que la semana pasada os quedasteis con las ganas de conocer más cosas de mi vida y, sobre todo de mis aventuras predelictivas. Que nadie piense en grandes circunstancias ni en hechos muy notorios. Mis fechorías eran las propias de un chiquillo de corta edad, que muchas veces se encontraba aburrido y un poco suelto de sus progenitores. No por desidia o abandono familiar, sino porque yo era así, un poco gamberrete y “echao p’alante”. En fin, os daré un poco de morbo, que sé que gusta mucho. Antón Hernández, ¡quién lo diría!, ¡con lo seriote y formal que parece!
     Pues, sí. (Y como esto quisiera parecer literatura de ficción, que cada cual crea lo que quiera creerse, que otra cosa es que sea verdad. En fin, si os divierte veré recompensados mis esfuerzos).
    No tengo recuerdos muy claros de cuándo comenzó mi vida como “gamberro social”, aunque yo la situaría por la época en que celebré “la primera comunión”. Aquel día yo estaba exultante, pues era una fecha muy especial para mí. Iba ataviado de marinerito raso, con el trajecito clásico que llevábamos los niños de aquella época, impecablemente vestido, con zapatos acharolados, y llevaba un cordoncillo colgado del cuello al que se unía un silbato metálico que hacía pitar con profusión y energía al tiempo que bajaba por la escalera del portal de mi casa (¡qué pulmones tan potentes los míos!). Imagino que aquello no gustaría mucho a los vecinos, pero nadie protestó en aquella soleada mañana de domingo de mayo salvo la energúmena del bajo quien, saliendo de su casa como una posesa, me recriminó con inusitada violencia mi desbordada alegría.
     Yo iba a recibir a Jesús sacramentado, de modo que no podía demostrar violencia; debía perdonar a mi prójimo, devolver bien por mal, poner la otra mejilla... aunque bien a gusto le habría atizado una patada en la tibia con mis zapatos nuevos (por cierto, unos “gorila” que me hacían un daño horrible). Estos malos pensamientos me obligaron a confesarme por haber obrado mal de pensamiento, aunque no de palabra u obra.

     Aquello me costó una penitencia de “tres avemarías y un padrenuestro” que yo cumplí con resignada devoción.
(¿continuará?)

domingo, 23 de junio de 2013

Mi infancia (1)

     Aunque hoy puedo pasar perfectamente por un honrado padre de familia, serio, trabajador, responsable...  –y lo soy- de niño yo era un chico muy travieso que si no se hubiera corregido, hoy podría ser un bala perdida.
     Para empezar, tenía dos coronillas, lo cual, en el saber popular de la época, era una especie de signo premonitorio que te marcaba como un niño, cuando menos, revoltosillo y predestinado a gamberradas. Ya las abuelas, (tanto maternas como paternas), ya los parientes (todos, absolutamente todos), ya los amigos de los parientes y mucha gente bien pensada en general, te decían cuando reparaban en ello: “¡Huy..., fíjate,  (y entonces marcaban notablemente la interjección, paladeándola), tiene dos coronillas!" (y se quedaban tan panchos). "Y además, tiene una cara de travieso...” (añadían para que, indubitablemente, se apreciara su gran descubrimiento). A mí, aquello me parecía algo meritorio. Al menos, por un rato, eras el centro de atención de todos. Con tales características, con aquellas extraordinarias dotes personales, estabas de alguna manera obligado a cumplir con las expectativas que te habían pronosticado. No podías defraudar, así que tenías que ponerte manos a la obra y cumplir con las altas metas para las que habías sido designado.
     Luego de haber realizado alguna calaverada, lejos de felicitarte, te recriminaban tu actuación. Parecías muy simpático cuando prometías; sin embargo, una vez habías cumplido con los vaticinios de aquellos bien pensantes, todo eran críticas, imprecaciones varias, exhortos, reconvenciones, amonestaciones y castigos, muuuchos castigos. Por eso, porque los mayores te enviaban mensajes contradictorios, porque por un lado reían tus gracias y por otro te auguraban el futuro, -tú-, cuando cumplías, cuando realizabas los sueños proféticos de todos aquellos que te halagaban, cuando les elevabas a la categoría de adivinos oficiales (¡si ya te lo decía yo! - clamaban muy dignos), te trataban con desdén, como a una excrecencia social, como a un apestado.
     Por eso, si no me pasé al lado oscuro entonces, solo fue porque Dios no quiso.

domingo, 16 de junio de 2013

     Mi mujer se está haciendo mayor, Pablo. Ya sé que son cosas que tiene la vida, pero paso mucha vergüenza. ¡Qué le vamos a hacer! Sí, es cierto que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Pero en el transcurso, yo no era consciente de que degeneraran de la forma en que lo hace mi Santa. No voy a negar que no sabía nada de esto cuando me casé con ella, aunque ya sospechaba yo que no todo el monte era orégano cuando el cura nos dijo: “En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza” (en realidad, mientras pronunciaba estas palabras no dejó de mirarme ni un solo instante. Yo creo que se compadecía silenciosamente de mí, pues no en vano era tío de ella y debería conocerla sobradamente).
     Que hable sola mientras realiza algunas tareas del hogar no me sorprende demasiado (al fin y al cabo pasa muchas horas en casa). Estos soliloquios no van más allá de entonar alguna cancioncilla acompañando a la radio o, de repasar, silabeando, la lista de la compra. También hace planes consigo misma. Incluso no me sorprendía que mantuviera algunos diálogos monologados con su hermana o que regañara a alguno de sus hijos ausentes. Todo esto podía ser divertido según las circunstancias.
     Que estuviera colgada del teléfono tampoco sorprendía a nadie. Las charlas, es un decir, con vecinas, amigas, parientes y demás, duraban lo que no está escrito. Una ruina si no tuviéramos tarifa plana.
     Lo que ya me tiene preocupado es que, de poco tiempo para acá habla con todo el mundo, se ha vuelto muy extravertida, muy locuaz, y a todos les cuenta nuestra vida.
     Ocurre a veces que llego a casa a la hora de comer y encuentro un plato más en la mesa. Pregunto si es que ha venido muestro hijo, el de Barcelona, o si el liberal (el que va por libre, ya sabes)... o quizás la Susi, que hacía algún tiempo que... O serás tú, Pablo.
     - No, no, -me responde sin el menor atisbo de sonrojo,- es fulano/a, que está a punto de llegar; lo/a conocí en tal sitio el otro día.
     Pero, después de verla ayer durante un buen rato departiendo amigablemente en el supermercado con otra mujer, intercambiándose recetas de cocina y trucos cosméticos y hablando alegremente de sus respectivos hijos, tras despedirse con dos sonoros besos y un par de abrazos, le pregunté quién era. La respuesta, aunque no me sacó de dudas, fue muy esclarecedora:

     - “No lo sé, me ha dado la vez”.

domingo, 9 de junio de 2013

     Querido Pablo:
     Mi Santa, -ya sabes-, siempre pendiente de la modernidad, se ha comprado una olla exprés de última generación, un robot de cocina. Uno de esos aparatos con los que no hace falta saber cocinar, pues él solito cuece, hornea, cocina a presión, cocina a la plancha, fríe... y es capaz de preparar cualquier receta con tan solo introducir los ingredientes en crudo y apretar el botón. Al cabo de un rato, ¡zas!, te sale una comida digna de un cocinero de restaurante con seis estrellas Michelín.
     No sé si fue su amiga Puri la que le animó a ponerse al día. Le comentó las bondades del aparato y ella, rauda y veloz, se metió en internet, contactó con la página web en la que se vendía el chisme en exclusividad y pidió asesoramiento. A las cuarenta y ocho horas teníamos a un vendedor en casa para que le hiciera una demostración de las excelencias culinarias del artilugio.
     No cabe duda de que finalmente se lo vendió por el módico precio de 600 €, que ese era el objetivo, sino que además le “regaló” una sandwichera, una batidora de vaso, una fondue y una lata de aceite de oliva virgen extra de 2.5 litros  -¡y un libro de recetas!-  por otros 100 € más.
     El aparato es una monería, no me cabe duda. Incluso le habla y le dice el tiempo de cocción que resta. Es lo que le faltaba a mi Santa: alguien que le diera conversación mientras cocina.
     Lo malo del asunto fue que a las pocas semanas se rompió una pieza. Como el aparato estaba en garantía, se envío a la casa para que lo repararan. Lo peor fue el tiempo que estuvimos sin la máquina parlanchina porque entre la recogida, el traslado, la reparación y la devolución, nos pasamos casi un mes esperando volver a disfrutar de ella. Sin embargo, hubo un pequeño accidente en la entrega, y el mismo repartidor nos la remitió al fabricante.
     En fin, que entre pitos y flautas pasaron casi dos meses y medio hasta que la recibimos, finalmente, en perfecto estado. Y ahora, parece que ya no le hace tanta gracia y la tiene arrinconada.
     Total, ¡¡¡600 euros por dos cocidos y un hervido!!!
     Una ruina muy sabrosa.

domingo, 2 de junio de 2013

     Ya he hablado en alguna ocasión de los viajes en avión. Que si los niños maleducados, que si las personas con sobrepeso, que si la perversidad de tales compañías aéreas, los borrachines, etc. Hoy, la verdad, quería romper una lanza a favor de las compañías de vuelo. No me pagan por hablar bien de ellas, que conste. Es, simplemente, una cuestión de justicia social, pues comprendo que, cuando hay razones para denunciar un suceso, hay que denunciarlo y, en consecuencia, cuando algo es meritorio, cuando es cuestión de loor, se alaba. Además, comprendo que hay muchísima competencia entre unas y otras, y todas tratan de agradar al cliente, dándole lo que las otras le niegan, ofreciendo más servicios por menos dinero. Y eso, pues es una gran ventaja, porque a uno lo tratan con cariño, lo miman, lo atienden como se merece... ¡qué caramba! 
     Son muchos los viajes que realizo por cuestión de trabajo. Sin embargo, esta vez le había querido sorprender positivamente a mi Santa y, aprovechando uno de los vuelos a “Niu Yor”, la llevé conmigo para alegrar nuestra convivencia y darle un pequeño gusto al cuerpo (nadie piense que este viaje iba a cargo de mi empresa. No en lo tocante a mi Santa, que bien que me lo pagué de mi bolsillo. Facturas tengo, dicho sea de paso, por si hubiere algún malpensado).
     El viaje se ofrecía muy agradable y tranquilo. Aviones preparados para realizar traslados oceánicos: cómodos y amplios. Posibilidad de ver películas, escuchar música... entretenimientos variados... Para los que, -apáticos- no sabían qué elegir, había música de fondo: envolvente, arrulladora, relajante... ¡divina!, un regalo –envenenado- de los dioses.
     Iba yo, distraído, amodorrado, intentando descansar, pensando en el desfase horario e intentando disfrutar del vuelo cuando, una música susurrante, de fondo, masculina, muy bella y agradable, decía así:

“Sitting on the dock of the bay
Watching the tide roll away
I’m just sitting on the dock of the bay
Wasting time.”

     Y que yo, soñoliento, iba traduciendo mentalmente:

“Sentado en el muelle de la bahía
Viendo bajar la marea
Estoy sentado en el muelle de la bahía
Perdiendo el tiempo.”

     Hasta que me sobresalté al reconocer al intérprete: Otis Redding. Este cantante norteamericano falleció en Wisconsin al estrellarse su jet cuando solo faltaban tres minutos para que tomara tierra, allá por los años 60 y tantos.
     Mira que tengo anécdotas aéreas pero, como ésta, pocas.
     Mi mujer, ni se enteró.
     No sabe inglés.

domingo, 26 de mayo de 2013

     Nicolás, ese seguidor incondicional que tengo y que comenta en público (¿entendéis la indirecta -seguidores silentes-, que como mucho me mandáis correos privados para compadecerme?), me escribe categórico: “Ya sabes que el crimen perfecto es el suicidio”.   Me pongo reflexivo y deduzco si no será porque no hay culpable al que perseguir. Sí, me confirmo al cabo de un rato. Debe de ser por eso.
     El caso es que, pensándolo bien, creo que es muy complicado. Hay que tener valor para hacerlo. La gente creerá que los suicidas son cobardes. No, ni mucho menos. Hay que tener agallas. Así que no, no es por falta de coraje, que de eso me sobra, sobre todo por el hartazgo mental que tengo a veces (¡cuánta razón llevo!), sino porque es complicado suicidar a una persona que quizás no lo desee. Tampoco es cosa de preguntarle, ¿no?
     - Cariño, ¿quieres que te suicide? No te va a doler –podría decirle utilizando la más seductora de mis sonrisas.
     No sé, no me convence. Además, estaría el problema de la carta, porque ha de haber una carta dirigida al juez en términos claros y rotundos. Sr. Juez: (ya sabes)... Ha de ser desgarradora, supongo. Que inspire piedad, lástima, compasión sin límites. Y que parezca veraz. Que la gente se conduela y diga cosas tristes como “llevaba muy mala vida, la pobre. Sus hijos la habían abandonado y, aunque su marido estaba permanentemente a su lado y la consolaba... el pobre se ha quedado tan solo...”
     Además, tendría que convencerla para que la escribiera de su puño y letra. ¡Uf, demasiadas complicaciones!
     Temo, sin embargo, que la gente, a estas alturas del blog conozca nuestras disputas y cargue contra mí. Me acusarían sin piedad, me acorralarían como a una hiena herida, querrían sangre, sin duda.
     -Soy inocente, Sr. Juez, yo... en realidad... no quería... –me excusaré sin ninguna convicción. Fue ella. Lea Ud. el blog, empápese de él, compruebe cómo me zahería constantemente, ante propios y extraños. Sr. Juez, ahora ha llegado el momento y ha ejecutado su venganza.
     Sería más fácil si el suicidio me lo perpetrara a mí mismo.
     No tendría que dar explicaciones.

domingo, 19 de mayo de 2013

     A mi Santa le encanta el cine. Le gusta, por lo general, todo lo que se pone en la pequeña o gran pantalla en este formato. Le apasiona, en fin. A mí, ni fu ni fa. Me agrada, sí, pero no me apasiona. Soy más de cine de actor. Me gustan los grandes actores e intérpretes clásicos como Humphrey Bogart o Marlon Brando en aquellos inolvidables peliculones: Casablanca o El padrino, por poner solo un par de ejemplos. Y, como películas de este calibre no las echan todos los días, no veo mucho cine.
     Supongo que mi pereza por el séptimo arte proviene de la actitud de mi mujer quien, al final, consigue que me desenganche y coja un libro o el periódico.
     Ocurre que en casa es capaz de ver 2 o 3 películas a un tiempo, mediante el zapeo. Es un mareo, la verdad, aunque para ella parece ser algo natural. Me cuesta trabajo comprender que pueda seguir todas a un tiempo. ¿Será verdad que nosotros tenemos solo una neurona?
     A mí lo que me encanta es recrearme una y otra vez en los diálogos, medir las palabras una por una, empaparme de los gestos de complicidad de los actores, escuchar esos silencios tan profundos, -con las miradas entrecruzándose-, sentir la emoción de la tensión, gozar del striptease pecaminoso del guante de Gilda...
     - ¡Cochino! Todos los hombres sois iguales. Tenéis la mente sucia -grita mi Santa desde un extremo de la otra habitación.
     - (¡Ya estamos! Pero esta vez no te voy a contestar, ¡bruja!).
     Cuando no coinciden dos películas en distintas cadenas (cosa verdaderamente extraña) y ha de contentarse con la de turno, -si la ha visto- acostumbra a anticiparme los acontecimientos y me desincentiva. Eso de saber quién es el asesino antes de tiempo, -por poner un ejemplo clásico- me desmotiva  profundamente.
     Así que ahora me estoy empapapando secretamente de la película Crimen perfecto y voy a tratar de recrear la escena criminal del filme. Claro que corregiré algunos errores perpetrados por el aprendiz de brujo, ya que, muy a su pesar, no consiguió su objetivo final. En fin, un crimen perfecto es exactamente lo mismo que un matrimonio perfecto. Y el mío lo es.
     Yo ya voy acumulando pacientememente el rencor a través de los años. En cuanto tenga mi plan acabado, lo pondré en práctica y terminaré con esta humillante situación que me inflige, a diario, mi “Santa”. Ni una película puedo ver tranquilo. Que se vaya preparando para lo que le espera, señorita Escarlata.
     A Dios pongo por testigo.

domingo, 12 de mayo de 2013

     Como espejo que soy, guardo recuerdos de toda clase desde tiempos inmemoriales. He tenido ante mí a todo tipo de gentes: reyes, príncipes, mendigos, artistas, estadistas... Gente normal, incluso.
Cuando el espejo mismamente no se había inventado aún, yo ya realizaba servicios a través de ciertos elementos de la naturaleza. En mí ha estado la cualidad de reflejar y verse reflejado. Pero el espíritu de autosatisfacción es maligno, como ya conocéis. Narciso, muy presumido él, se enamoró de su propia imagen  y le fue como ya sabéis todos.
     - ¿Versión griega o romana?
     - Tanto da.
     Recuerdo con mucho cariño a un tartamudo. Todo un ejemplo de superación intentando, con gran esfuerzo, sobreponerse a su dificultad articulatoria que, por cierto, logró con mi ayuda.
     También están los tipos “encantados de haberse conocido”. Son, realmente, patéticos. No hallan en sí ninguna clase de defecto por más que pasen los años. Se quieren con  ímpetu, se idolatran, se adoran por encima de todas las cosas. Algunos, en el anonimato de la soledad del cuarto de baño o de su habitación, me besan con delectación, con pasión y con gozo. No me abrazan porque suelo estar pegado a la pared y ello es un incordio, mayormente. Sin embargo, me besan, como ya he dicho. Y son felices, muy felices.
     Los cachas de gimnasio son mis actores preferidos. Me encanta verlos, -orgullosos y  seguros de sí mismos-, lucir su musculatura, muchas veces hipertrofiada a base de compuestos de origen más que dudoso y realizando gestos y posturas realmente absurdos. ¡Con qué poquito se conforman algunas personas!
     A mi modesto entender, las proporciones del cuerpo humano según el sentido artístico de los escultores y pintores renacentistas no se corresponde gran cosa con los estándares actuales -de según quiénes-, entre los aficionados a los gimnasios. No imagino yo al “David” de Miguel Ángel actualizado y remasterizado. ¡Qué horror!
     Para los desinhibidos, para los que no tienen complejos, para los que gustan reírse de sí mismos, para los que aman provocar reacciones en el espectador, tenemos los espejos cóncavos y convexos de las ferias, que nos devuelven imágenes deformadas de la realidad y que actúan como terapia curativa de nuestro ego.
     He conocido actores que ensayaban sus papeles ante un espejo. Incluso he visto a directores de colegios e institutos. O conferenciantes también. Así, supongo, corregían sus defectos declamativos e interpretativos y comprendían cómo les verían los demás. Algunos oradores, vendedores,  pulpitófilos y sermoneadores en general, tienen por costumbre utilizarme para preparar sus discursos más o menos sugerentes. Me divierten estos tipos egocéntricos y ególatras, (ensimismados y de sí mimados) ya que ellos mismos son sus propios crédulos feligreses a los que tratan de vender su homilía.
     A fe mía que lo consiguen muchas veces.

domingo, 5 de mayo de 2013

     He aquí el trabajo presentado por una alumna de la tutoría de Pablo sobre un tema libre. Me parece, cuanto menos, original. Como es un poco largo me he permitido dividirlo y ofrecéroslo en dos pequeñas dosis. Espero que no os moleste.

     Hola. Soy un espejo. Soy tu espejo.
     Yo reflejo los espacios, les doy profundidad, los amplifico y reflejo la luz natural o artificial. Es importante que me coloques en el lugar adecuado para que muestre lo que quieres destacar.
     Un espejo dice mucho de la gente, marca la forma de ser de quien lo ha comprado y le imprime carácter. Hay muchos tipos de espejos.
     ¿Empezamos por el tamaño? Pequeño, en el bolso, junto al “rimmel” y a los retocadores estéticos de cualquier mujer: coquetería. Dispuesto para ser consultado en cualquier momento, -con discreción-, en el coche, en un semáforo en rojo, en un stop, en un atasco, a media mañana, para retocarse un poco empolvándose la nariz discretamente... Me encanta acompañarte, decirte que estás guapa o darte algún consejo: “En el lado izquierdo necesitas más colorete. Los labios, difumínalos más... Estás supergenial. ¡Qué bien te veo! ¿Y esas ojeras? ¡Ah!, la noche ha sido muy larga, ¿verdad? Has descansado poco. Ese flequillo está muy largo, tienes que llamar a Luigi, tu estilista, (en realidad se llama Luis, pero como vivió en Italia algunos años...”)
     Colocado en el lugar acertado, luciré muy bien en cualquier parte. Puedo, incluso, hacer las veces de un cuadro. Combíname con otros de diferentes tamaños y te devolveré la realidad multiplicada. Soy, como puedes imaginar, decorativo.   
     Adopto mil formas y estilos: moderno, clásico, funcional, veneciano, con o sin moldura... y nunca paso de moda.
     ¿Qué tenemos que todo el mundo nos necesita? ¿Será porque me adapto a ti, a tus circunstancias, a tus necesidades, a tu interés en un momento determinado?
     Llévame al cuarto de baño y te reflejaré tal como eres: sin tapujos. Examínate. Mírate con tranquilidad, pausadamente. De arriba abajo. Tómate tu tiempo. A solas. Esa espinilla, ese punto de grasa, la imperfección que hay que corregir... Tu pelo, suave y dócil (¡ay!, la cana que asoma); quizás rebelde e hirsuto o anunciando entradas, tal vez. Pero, allí, solos, frente a frente, tú y yo, -los dos-, te diré lo que quieras escuchar. Tú decides lo que quieres oír. Tal vez necesites maquillar la realidad de tus años, del tiempo provocador e irreverente que te acusa sin piedad, o acaso piensas que aún hay tiempo.
     No vale la pena que te enfades conmigo. Sabes que soy veraz: “Al pan, pan; y al vino, vino”. De nada te sirve irritarte conmigo. No hagas como aquel que rompió el espejo en mil pedazos y cada uno de ellos le gritaba después lo que no le gustó oír. Además, te esperarán siete años de mala suerte.
     Y si no quieres reconocer la realidad, úsame como espejo retrovisor, para saber que el pasado difiere -¡y mucho!- del tiempo presente (pero no pierdas de vista el norte, no vaya a ser que el presente se te acabe).

(continuará)