Este fin de semana ha venido a casa mi hijo pequeño, el que vive en Barcelona. Se ha presentado con su novia -¡cómo han cambiado los tiempos!- su nueva novia. Nosotros, cuando nos echábamos novia era para siempre. Y nos casábamos. Para siempre. Hoy, se juntan. Y no se casan. Y cuando ya no se aguantan, lo dejan. Y así.
Ella es una chica maja, de sonrisa fácil. Parece feliz. Creo que se quieren y por eso viven juntos: para compartir su vida, sus experiencias… Sin embargo hay algo que no acaba de gustarme: su atuendo, su aspecto. Viste con ropa del mercadillo; bueno, no, del rastrillo más bien (no pasa nada, que cada uno sabrá lo que le gusta y el dinerillo que tiene. Solo era una pequeña puntualización). Lleva pantalones amplios, -con cinturilla de goma- van ceñidos al tobillo y permiten llevar los “dodotis” puestos, sin que se noten. Creo que les llaman pantalones/bragas Aladdin, pantalones/bragas globo o algo así. Su atuendo se complementaba con una camisetilla de tirantes finos, de color fucsia que dejaba al aire su vientre plano con una pequeña estrella prendida del ombligo. Por calzado, unas alpargatas.
Los pelos (no me atrevo a llamar a eso “pelo o cabello”) eran rastas mal cortadas de varios colores desteñidos. También llevaba un pasador a modo de caracola. De cada una de sus orejas colgaban sendos trozos de alambre por pendientes.
En la ceja izquierda tenía prendido un “piercing”. También en la lengua llevaba otro, pero este muy discreto y pequeñito. En el labio, cerquita de la comisura, tenía atravesado un arete. Se adornaba el brazo izquierdo con una muñequera de cuero tachonada y con varias pulseras multicolores realizadas con hilos trenzados. En el tobillo, una pulsera con abalorios de colores.
Hemos pasado juntos dos días. Ya digo, una chica simpática, extravertida, muy natural, relajada, que infundía tranquilidad (en algún momento llegué a pensar, -sólo a pensar, que conste- si no se habría fumado algo). Para ella, todo era muy místico, natural, espontáneo y pragmático, según dice. “Se inspira en la filosofía Zen”- apunta mi hijo. Tocaba muy bien la flauta, pues al parecer tenía estudios en el conservatorio.
Mi hijo, muy a tono con su novia, llevaba camiseta negra de tirantes con agujeros, -de la que asomaba un mechón de pelo negro, hirsuto, - y pantalón vaquero desgastado, raído y sucio. Las chanclas, de cuero; y un solo pendiente de arete. Su pelambrera, abundante, parecía cortada a mordiscos.
Perro no llevaban.
En fin, después de todo hemos pasado un fin de semana agradable. A ratos he tenido que morderme la lengua y hacer grandes esfuerzos para no soltar la carcajada cuando me acordaba de aquel anuncio de televisión que decía: “Paz, amor… y el plus pal salón”.
Que no, que las cosas ya no son lo que eran.