El caso es que aún no se ha ido y ya estoy
pensando en lo que hará esta tarde: jugará al cinquillo y al chinchón; puede
que incluso también al parchís (dependerá de quiénes se junten). Se harán
trampas a gogó, fijo. Merendarán té y café con pastas, y seguramente lo
acompañarán también con algún bizcocho o tarta caseros. Hablarán de lo divino y
de lo humano. Por supuesto, también de hombres; ¡pues no son picaronas ni nada!
Contarán batallitas, hablarán de sus conquistas, de sus hijos, cortarán trajes
de las ausentes.
¡Cómo son!
¡Cómo son!
No sé si disfruto más pensando en lo que
ha de llegar o mientras me quedo a solas. Ya me estoy viendo frente a la nevera
descorchando una cervecita belga “reserva”, bien fresquita, que tengo para
ocasiones especiales. He puesto un vinilo en mi viejo tocadiscos. Me tumbo en
el sofá cuan largo soy. Cierro los ojos y me dejo llevar por la suave música
que invade la estancia.
Suena el teléfono, y suena, y suena... No me
inmuto. Sigo en mi duermevela. Al poco, oigo voces:
- Cari, cari…
- ¡Mmm…!
- ¡Cari, siéntate bien, que luego te dolerá
la espalda!
- Mmm… ¿eh?
- Despierta, venga. Y siéntate bien,
hombre.
- ¿Qué pasa? –protesto soñoliento.
- Que Marita está mala y se pospone la
reunión al sábado que viene.
- Pfff… -resoplo malhumorado.
Está sonando en mi viejo tocadiscos “Nos sobran los motivos”, de Joaquín Sabina.
¡Qué poco rato dura la vida eterna!