domingo, 27 de enero de 2013

     Hoy estoy de enhorabuena, pues mi mujer se va a pasar la tarde con sus amigas. La Susi tampoco anda por aquí este fin de semana. Por fin voy a estar solo. Ya tocaba. Cuento con ansiedad los minutos que faltan, más que nada porque esta situación no es demasiado frecuente y, en consecuencia, hoy estoy como niño con zapatos nuevos. Me siento rejuvenecer; me parece estar esperando a los Reyes Magos. Esta vez no me traerán regalos, se los (la) llevarán siquiera por unas horas. Os aseguro que la quiero; ya sé que no da esa impresión a veces, pero comprended que ¡son tan pocos los ratos que me quedan libres…! y que aún así me los boicotea con sus interferencias. Necesitamos un poco de aire entre los dos, algo de espacio vital, pero ya sabéis que ella me prefiere a mí a estar con sus amigas. Hombre, eso está bien, es un halago, pero hay cariños que matan y, a mí, tanto amor, como que me ahoga un poco.
     El caso es que aún no se ha ido y ya estoy pensando en lo que hará esta tarde: jugará al cinquillo y al chinchón; puede que incluso también al parchís (dependerá de quiénes se junten). Se harán trampas a gogó, fijo. Merendarán té y café con pastas, y seguramente lo acompañarán también con algún bizcocho o tarta caseros. Hablarán de lo divino y de lo humano. Por supuesto, también de hombres; ¡pues no son picaronas ni nada! Contarán batallitas, hablarán de sus conquistas, de sus hijos, cortarán trajes de las ausentes.
     ¡Cómo son!
     No sé si disfruto más pensando en lo que ha de llegar o mientras me quedo a solas. Ya me estoy viendo frente a la nevera descorchando una cervecita belga “reserva”, bien fresquita, que tengo para ocasiones especiales. He puesto un vinilo en mi viejo tocadiscos. Me tumbo en el sofá cuan largo soy. Cierro los ojos y me dejo llevar por la suave música que invade la estancia.
     Suena el teléfono, y suena, y suena... No me inmuto. Sigo en mi duermevela. Al poco, oigo voces:
     - Cari, cari…
     - ¡Mmm…!
     - ¡Cari, siéntate bien, que luego te dolerá la espalda!
     - Mmm… ¿eh?
     - Despierta, venga. Y siéntate bien, hombre.
     - ¿Qué pasa? –protesto soñoliento.
     - Que Marita está mala y se pospone la reunión al sábado que viene.
     - Pfff… -resoplo malhumorado.
     Está sonando en mi viejo tocadiscos “Nos sobran los motivos”, de Joaquín Sabina.
     ¡Qué poco rato dura la vida eterna!

domingo, 20 de enero de 2013

A veces me cuenta Pablo cosas que me estremecen. Bien por su categoría informativa, bien por su imprevista simpleza.
Me dice que tiene la costumbre de comenzar sus clases de "Lengua española”, -esa asignatura tan abstracta-, con una amplia sonrisa. Para ello ha instituido entre sus alumnos la obligatoriedad (o la costumbre) de que diariamente se turnen un cuaderno en el que apuntan un chiste dialogado. El último que yo conozco contaba lo que sigue:

“Este es un chico que llega a casa, procedente del colegio y, al abrir la puerta, dice:
- Mamá, pan.”
(Y la mató).

Me ha causado una fuerte impresión. Evidentemente, no por su dificultad cognitiva, -claro está- sino, más bien,  por su simpleza interpretativa. Y porque lo había escrito un alumno con “Síndrome de Down”.
Emocionante.

domingo, 13 de enero de 2013

     Los enamorados me parecen unos seres tiernos, dulces, encantadores y patéticos al mismo tiempo. Se buscan a todas horas, se telefonean en cualquier momento y pasan largos ratos diciéndose cosas vacías, insulsas a veces, sin comunicarse realmente nada de nada. Pero ellos son felices, lo cual no es poco en estos tiempos. Viven anhelantes esperando el momento de estar juntos para, luego, mirarse dulce y estúpidamente sin que medien apenas unos suspiros entre ellos. Se abrazan tiernamente, se cogen de la mano, se susurran palabras tontas y cariñosas, algunas extremadamente tontas, pero se les perdona todo porque están enamorados. Están en otro mundo –su mundo- la vida es de color rosa y los problemas y las preocupaciones son menores porque hay amor.
     Es curiosa la terminología que utilizan algunas parejas de enamorados para llamarse. Desde el clásico “cariño” que nos decimos algunas parejas de veteranos (al que anteponemos un rotundo “¡Sí!” -por la cuenta que nos tiene) hasta el manido y sobeteado “churri”, hay muchas, muchísimas expresiones: tesoro, cielito, amorcito, bombón, cuchicuchi, chati, corazón… En fin, lo importante es que muestran su cariño para con el otro, aunque muchas veces acaben devolviéndose las fotos. 
     La Susi ha estado enamorada. Mejor aún: la Susi es amor en estado puro. Ama la vida, ama a la gente, a las flores, al cielo, al mar… Saluda a todo aquel que se cruza en su camino. Es optimista por naturaleza y siempre tiene una sonrisa en su rostro para aquel que la quiera recibir.
     “Querido diario…” –escribe siempre. A veces se refugia en él y le cuenta intimidades que harían sonrojarse a cualquiera, pero no por picantonas (ya estabais pensando mal, ¿eh?), sino porque de ellas dimanan una inmensa ternura y una ingenuidad “impropias” de una chica de su edad. (¡Como si la edad fuera un elemento incompatible con la sensibilidad!). Quizás por eso la quiero tanto, porque es natural como la vida misma, pero en su versión dulce.
     Muchas veces, en casa, a la hora de comer, toma el protagonismo y nos cuenta largas y delicadas historias que yo escucho embelesado y arrobado por su voz dulce y melodiosa mientras mi mundo se detiene –al igual que mi cuchara en su camino a la boca. De este encantamiento se encarga de sacarme mi mujer al atizarme, con energía y por debajo de la mesa, una buena patada en la espinilla. Sorprendido por tan aviesa acción, doy un brinco controlado y trato de recomponer –como puedo- mi figura y el saber estar de caballero.
     ¡Bruja!