domingo, 28 de octubre de 2012


     La Susi, ese ser tan maravilloso con quien tengo la gran fortuna de compartir multitud de experiencias, me ha proporcionado la alegría de poder estar con ella nuevamente.
-   Antón, -me susurra tiernamente- me han invitado a una boda y, como todos llevan pareja, voy a sentirme muy sola. Acompáñame, anda; vente conmigo –dice melosa.
     Y yo, que soy de corazón débil, me dejo convencer por su voz dulce y por sus carantoñas. Armas de mujer de las que no he sabido jamás defenderme. Y así me va en la vida.
     Hacía tiempo que no iba a una boda. Casi desde que me casé, si exceptuamos la de Pablo. Y es que hoy en día casi nadie se casa. En fin, a lo que iba. Aquello no era una boda, era algo espectacular, mezcla de Pasarela Cibeles  y actuación circense, aunque finalmente devino en bodorrio por lo desordenada y ruidosa que resultó.
     Parecía una competición –por la elegancia, unas veces; por la chabacanería y ostentación del mal gusto las más- de modelos, modelitos, tocados, peinados, escotes, piernas y figurantes en general. Me fue difícil, al principio, reconocer a la novia, ya que entre los asistentes había una soterrada lucha por ser, estar y parecer. Yo, que soy un clásico pertinaz, buscaba de entre la gente un traje de novia de color blanco pureza, pero al rato salí de dudas cuando, de un Buick descapotable, modelo años 50, de la factoría USA, desembarcó una joven enfundada en un espectacular vestido negro.
     En mi desconocimiento total de las tendencias actuales, más me pareció un oscuro vaticinio de lo que podría depararle el destino al novio, quien comparado con la hermosura de su prometida, me recordó a la mantis religiosa, que tras la noche de amor devorará a su compañero.
     La Susi, que es más de este mundo, me sacó de mi ignorancia y me explicó que estas eran las nuevas tendencias y me hizo sentir un troglodita de la moda; pero como tiene esa gracia al decir las cosas, no pude enfadarme con ella.
     Mientras en el bando de las chicas todo era colorido, competencia, exageración, diversidad, generosidad en los escotes (tipo barco, Berta, palabra de honor –¡os lo juro!- hombros caídos, cuadrado, en uve, falsa modestia…), ellos llevaban unos trajes aburridos, monocromáticos, insulsos, todos con el mismo corte.
     Tengo que deciros que la Susi causó sensación entre los asistentes con su vestido corto de cóctel rojo-pasión, escote te lo juro y sus imponentes zapatos de tacón de aguja que lucía con gran elegancia. Entre la gracia de su porte y la plataforma en la que se hallaba subida, parecería yo un escolar al que su mamá acompañara -cogido de la mano- al cole, si no fuera porque puedo ser su padre. Pero la Susi es esa chica desinteresada y desprendida que va con su amiga a todas partes y a quien no le importa que ésta sea fea.
     Así iba yo con la Susi: dando la nota.

domingo, 21 de octubre de 2012


     Hoy es viernes y, como cada viernes, voy con mi mujer al mercadillo a hacer la compra de verduras, hortalizas y fruta para toda la semana. Vamos muy tempranito porque hay menos gente, los puestos están recién montados y la mercancía se encuentra en todo su esplendor. Así que ahí estábamos a las 7 de la mañana.
     Tengo la costumbre, desde hace muchos años, de acompañar a mi mujer todas las semanas. Ella es quien se encarga de la intendencia, la que compra la comida; y yo soy su porteador servicial y sufrido. También ella es la que paga con los 40 € que me pide cada jueves, insistente.
     - Ay, cielo –me dice cariñosa-  tienes que sacarme dinero del cajero para mañana, que hay mercadillo. Ya sabes, cuarenta eurillos –me pide.
     Yo, me sorprendo y le pregunto:
     - Pero, ¿no te di 40 € la semana pasada? ¿Te lo has gastado todo?
     - ¡Huy, no sabes bien tú cómo está la vida! –exclama entre enojada y desconfiada.
     Me sorprendo, pero no digo nada. Pues sí que está cara la vida, sí -pienso.
    En fin, mi mujer va comprando el género. Lo mira, lo calibra, lo toca, rechaza alguna pieza, las mete en bolsas, las pesa y me va dando órdenes de cómo colocarlo en el carrito de la compra.
     - No, no, no… Así, no. No pongas los tomates con los pepinos, que se van a aplastar.   El gazpacho, "ya si eso", lo hacemos en casa. ¡Ay! Las naranjas ponlas aparte, que ocupan mucho espacio y no me cabe nada. La sandía hay que llevarla en la mano. Haz el favor: los plátanos, que vayan separados, que están maduritos. No me mezcles las patatas con la uva, ¡hombre! ¿No ves que se van a despachurrar? ¡Estos hombres, qué torpes que son! –le comenta, cómplice, a una vecina del puesto.
     Entonces, yo miro con gesto serio y adusto a la mujer y, esta, hace solo una mueca y baja la cabeza. Luego, añade tímidamente un “es que…”
     Finalmente, al pagar entrega un billete de 20 €. Su mirada y la mía se cruzan un instante. No digo nada. Ella comprende que la he pillado “con el carrito del helado”, en plena sisa; mas, con la tranquilidad de quien está preparado para estos casos, suspira profundamente y  -campanuda- añade:
     - ¡Huy, hijo mío. No veas cómo está la vida! ¡Qué cariSÍsimo que está todo!
     Y como que no va con ella, coge las vueltas y me dice, mandona:
     -Anda, nene, que nos vamos. Recoge las bolsas y tira para el coche.
     Obediente, la sigo como puedo. Ella, empujando alegremente el carrito de la compra. Yo, cargado con las bolsas: en la mano izquierda una sandía como un globo terráqueo. En la derecha, los tomates, en una bolsa; y en otra, las naranjas, “que ocupan mucho espacio”. A la espalda, una pequeña mochila con dos melones de la Mancha, para equilibrar. Me veo hecho un pobre porteador negro del África tropical siguiendo a mi bwana.  
     Mientras, voy comprendiendo el porqué y el cómo de algunos modelitos.

domingo, 14 de octubre de 2012

   
     No sabía yo que en aquella época la Susi estuviera tan enamorada (ni siquiera un poquito). Aunque creo que la conozco bastante bien, esta criaturilla no deja de sorprenderme y emocionarme cada día un poco más. Ahora se nos ha puesto romanticona y cual insigne vate nos deleita con estos versillos que robé de su diario.






domingo, 7 de octubre de 2012



     Va a ser cierto eso de que casamiento y mortaja del cielo baja, que decía mi abuela Asunción, a quien Dios tenga en su gloria (en fin, tras 94 años de azarosa vida de santidad, la buena mujer se lo tenía merecido). Pues a lo que iba: ¿quién me iba a mí a decir que mi primera novia iba a ser vasca? Porque, la verdad, servidor es de Zamora. Además, ni soy ligón, ni guapo, ni mujeriego, aunque he tenido algunos affaires amorosos. Bueno, amorosos, amorosos -en sentido estricto- tampoco muchos que digamos; pero affaires, sí. De todos modos, sin querer presumir mucho, uno tenía su parroquia de seguidoras. Y hete aquí, que un día, tonteando, tonteando, pues lo que pasa, que parece que fulanita te cae más simpática que las demás y todo eso. Y así, como decía, a lo tonto, se te complica la vida.
     Era la tal fulanita una rutilante moza con buenos motivos para agradar a un chico tontorrón y bobalicón como yo (guapa, inteligente, dicharachera, simpática…y tenía unos preciosos ojos azules, ¡malpensados!). Se llamaba (y supongo que aún seguirá llamándose) Garbiñe Astiasuainzarra Orobiourrutia. Y era de Bilbao, “oyes”. Por eso había nacido en una aldeíta cercana a San Sebastián, provincia de Guipúzcoa (y es que “Los de Bilbao nacemos donde nos da la gana” -me decía entre carcajadas).
     Lo que pasa con estas cosas es que poquito a poco te vas metiendo en la familia, sin darte cuenta. "Mira, aquellos son mis padres". Y así. Al final me los presentaron.
   La madre era una mujer grande, sin excesos, muy callada. El padre, un chicarrón del norte, “metro ochentaidós”, boina (perdón, chapela-txapela) que no se la quitaba ni para dormir (yo me preguntaba si “ello” no sería el gorro de dormir, el cual olvidaba quitárselo por las mañanas), y cuerpo de leñador o levantador de piedras. Tenía un acento vasco cerrado-cerrado, como los de los vascos de los chistes de vascos. Su sentido del humor era un tanto peculiar: me daba unos “golpecitos” en la espalda que me crujían, al tiempo que decía entre risotadas “majeteee…”. También tenía un RH negativo. Muy negativo. Más negativo que el del “Padre Arzallus”. Y eso, a mí, que lo tenía positivo y era muy maqueto, me podía. Recuerdo que un día que habíamos tomado un par de vasos de chacolí, me miró muy serio y fijo a los ojos, sin pestañear. Luego, se rascó la boina, carraspeó, acomodó la voz y, en un tono quedo, apenas percetible, me soltó: Oiga, joven, ¿cuáles son sus intenciones con mi hija?
     Me asusté mucho y no volví nunca más.