Hoy celebro con vosotros,
queridos amigos, amigas, fans, mediopensionistas y, en fin, pringados todos que
os atrevéis a leerme, mi quincuagésimo segundo texto. O sea, para los de la
Logse o despistadillos en general, hace ya 52 capítulos que os castigo con mis
chorradas insoportables. Mi querida, adorada, idolatrada y no sé cuántas cosas
más, cantante de éxito, Alaska, creo que editó una canción titulada "Pero
qué público más tonto tengo" cuando pertenecía al grupo punk "Kaka de
Luxe".
Pues, eso: si al
cabo de un año de martirio que os he infligido semana tras semana, aún seguís -anhelantes- esperando mis miserias semanales, solo os diré que con vosotros lo
tengo fácil y que gracias por seguirme, pues lográis que mi ego permanezca
incólume a pesar de las tonterías que os cuento.
Gracias, gracias,
gracias.
No me gusta la
tele. Últimamente me aburre demasiado. Además, reconozco que estoy
desarrollando un tic muy extraño con el dedo a base de tanto zapeo para, al
cabo, volver al inicio y quedarme sin saber muy bien qué ver. Únicamente
veo los anuncios, porque los programas que se ofrecen me desagradan. O son muy
violentos o muy sositos o muy marujiles, inanes o, directamente... me duermo.
El caso es que a todo le veo defectos. Total que, dejando aparte lo mejor de la
programación, los anuncios, he decidido que no vale la pena seguir pegado a la
caja tonta por más tiempo. De modo que, en un alarde de cordura, la he
castigado mirando a la pared.
Me han llovido un montón de
críticas por todas partes. Mi Santa me ha dicho de todo, menos bonito.
Resistiré. Me encuentro pletórico. Además, que no se queje, que use la de la
salita (así la dejo confinada en un recinto más pequeño. ¡Qué malo soy!). Mis
amigos me consideran un esnob, ¡qué le vamos a hacer! A Pablo le da la risa y
me chincha. Se lo perdono porque es mi mejor amigo. Ahora he recuperado el
gusto por las manualidades y por la radio.
Como también he recuperado el
placer por la lectura, acostumbro a leer el periódico a diario. La ventaja de
los periódicos es que las noticias se pueden releer, pero ¡qué horror, cuánta
tristeza! Afortunadamente, también se puede envolver el bocadillo que te llevas
a diario a la oficina, aunque el problema es su tinta, que lo ensucia todo.
¿Y la radio? ¡Qué gran amiga! Por
la noche, me duerme con su suave y delicada voz. Me arrulla como hacía mi madre
cuando era pequeño y por las mañanas me despierta con alegre música y me llena
de energía. Procuro, sin embargo, eludir las noticias: guerra aquí y bomba
allá. Desastres por doquier.
Aunque no me gusta el fútbol, de
vez en cuando escucho la transmisión deportiva acalorada de los locutores. Ese
¡huy! apenado de un chutazo que no lo fue tanto y que ni siquiera rozó el
larguero, sino que salió estratosféricamente disparado por encima de la
portería camino del cielo, le dan la emoción a un deporte un tanto absurdo en
el que unos alocados contrincantes se empeñan frenéticamente en ir hacia
lugares opuestos.
Nunca entenderé este mundo
absurdo. Los del norte van al sur y los de Villarriba se pelean con sus
ancestrales vecinos de Villabajo. Un solo carril con vehículos en sentido
contrario. Choque de trenes.
La vida en estado puro.