Estuve con mi Santa en la convocatoria
“Rodea el Congreso” del pasado 25 de septiembre de 2012. No hace falta que os
cuente que no pudo ser, ni de cómo estaba aquello de protegido. Posteriormente,
a la convocatoria del 14 de diciembre, no pudimos acudir.
Mi Santa es una persona algo testaruda y
perseverante, de modo que aquello, aunque en alguna medida le frustró, le dio
argumentos para ver la manera de conseguir el objetivo previsto. Aquel día,
ella, como el general MacArthur
cuando hubo de abandonar las Filipinas ante el ataque japonés, exclamó: “Me
voy, pero volveré”. Y se prometió que lo lograría.
Yo, en aquel
momento, no le di mayor importancia. ¡Cosas de mi mujer!-pensé. Ya se le
pasará. Lo mismo que a mí, que se me olvidó completamente.
Pero la vida sigue,
y así, un buen día me invitó a visitar Madrid. Eligió las fechas navideñas
porque la ciudad, en esos días está muy bonita, muy adornada, hay mucho ambiente...
Como unos turistas
más paseamos por sus calles, recorrimos sus avenidas, caminamos lo que no está
escrito, nos dieron las tantas... y caímos -¡mira tú!- por Neptuno. Creo que ya
había entrado la madrugada y no había apenas gente. De allí, por la Carrera de
San Jerónimo, al Congreso de los Diputados. Ante la puerta principal, el
segurata de turno, tocado con tricornio, se paseaba -aburrido- entre los leones
de la entrada. Salió de su indiferencia cuando me aproximé (se ve que en exceso)
a la entrada con intención de sacar una foto. Se acercó a mí para advertirme,
momento en que mi Santa, en un alarde de juventud, arrancó a correr como una
loca al grito de “banzai”, a modo de ataque militar desesperado, y se coló por la calle Fernanflor, que está justito a
la derecha del edificio según se mira. El guardia civil, sorprendido, intentó
en un principio perseguirla. Apenas dio tres o cuatro pasos y regresó donde yo
estaba, pero se encontró con que yo ya me había alejado lo suficiente de allí
como para que él abandonara su puesto. Con desgana, se encogió de hombros
y debió de pensar lo mismo que yo.
Casi no me había
recuperado del susto cuando, por la calle Zorrilla esquina con la Carrera de San
Jerónimo, apareció ella exultante. Su rostro, feliz, triunfante...Estaba pletórica e iba haciendo
con los dedos el signo de la victoria.
¡Lo había conseguido!
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