Ayer recibí una noticia que no querría
haber recibido en la vida; al menos, en mucho tiempo. Mi jefe se acercó a mí,
como otras veces, para supervisar mi trabajo, charlar conmigo y contrastar
opiniones. Arrimó una silla y se sentó a mi lado como había hecho en tantas y
tantas ocasiones. Me preguntó:
-¿Cómo van los “rankings”? ¿Hemos
mejorado? (Justamente tenía en ese momento la estadística de barras del último
período y se la mostré).
-No está mal, -respondí con cierto entusiasmo.
Creo que hemos mejorado un poco. Dados los tiempos que vivimos no me parece una
mala evolución –añadí.
Titubeó
un poco.
-¿Quieres un café? –me preguntó.
-Buf, -resoplé. No, gracias, no. Acabo de
tomarme uno. Van a ser demasiados –le respondí. Últimamente tengo la tensión un poco alta
y tengo que cuidarme –zanjé.
-Antón... -susurró mi jefe en un tono
gutural, algo resacoso, que pareciera que le costaba respirar. Tengo una
propuesta... (hizo una breve pausa y continuó) que no... (nueva pausa; ahora me
miró a los ojos y añadió al tiempo que enarcaba suavemente las cejas) que
no... (repitió) podrás... rechazar... (y estiró el final de estas palabras
hasta el infinito, al tiempo que rodeaba con su brazo mi cuerpo)...
Por un momento me estremecí. Había algo
demasiado solemne y misterioso en sus palabras. Su tono me inquietaba.
-¿Dónde habré oído yo estas palabras? –pensé.
Y como un relámpago acudieron a mi mente las palabras de don Vito Corleone (Marlon Brando) a Johnny Fontane
(Al Martino) en El padrino.
-Verás, -me dijo en tono paternalista- te
he incluido en la lista. Aún no es definitiva –intentó tranquilizarme. Creo que
es, sin embargo, una buena opción.
Parecía ser una buena oferta, pero yo estaba incómodo.
Parecía ser una buena oferta, pero yo estaba incómodo.
Hablaba con frases entrecortadas y firmes que él
alargaba intencionadamente para darle un aire más inquietante aún. Eran como
pequeños picotazos que yo recibía en mi cabeza. Me alargó un papel. Comprendí
enseguida que eran las condiciones que yo podría firmar si quería. A bote
pronto no parecían demasiado malas. Había que hacer ajustes en la empresa y eliminar
personal. Debería pensarlo porque, en el fondo, el cambio era brusco y, aunque
no puedo quejarme de la vida que llevo en la oficina...
Pasaría a mejor vida.
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