domingo, 9 de febrero de 2014

Jubilación

     Ayer recibí una noticia que no querría haber recibido en la vida; al menos, en mucho tiempo. Mi jefe se acercó a mí, como otras veces, para supervisar mi trabajo, charlar conmigo y contrastar opiniones. Arrimó una silla y se sentó a mi lado como había hecho en tantas y tantas ocasiones. Me preguntó:
     -¿Cómo van los “rankings”? ¿Hemos mejorado? (Justamente tenía en ese momento la estadística de barras del último período y se la mostré).
     -No está mal, -respondí con cierto entusiasmo. Creo que hemos mejorado un poco. Dados los tiempos que vivimos no me parece una mala evolución –añadí.
     Titubeó un poco.
      -¿Quieres un café? –me preguntó.
    -Buf, -resoplé. No, gracias, no. Acabo de tomarme uno. Van a ser demasiados –le respondí. Últimamente tengo la tensión un poco alta y tengo que cuidarme –zanjé.
     -Antón... -susurró mi jefe en un tono gutural, algo resacoso, que pareciera que le costaba respirar. Tengo una propuesta... (hizo una breve pausa y continuó) que no... (nueva pausa; ahora me miró a los ojos y añadió al tiempo que enarcaba suavemente las cejas) que no... (repitió) podrás... rechazar... (y estiró el final de estas palabras hasta el infinito, al tiempo que rodeaba con su brazo mi cuerpo)...
     Por un momento me estremecí. Había algo demasiado solemne y misterioso en sus palabras. Su tono me inquietaba.
     -¿Dónde habré oído yo estas palabras? –pensé. Y como un relámpago acudieron a mi mente las palabras de don Vito Corleone (Marlon Brando) a Johnny Fontane (Al Martino) en El padrino.
     -Verás, -me dijo en tono paternalista- te he incluido en la lista. Aún no es definitiva –intentó tranquilizarme. Creo que es, sin embargo, una buena opción.  
     Parecía ser una buena oferta, pero yo estaba incómodo.     
    Hablaba con frases entrecortadas y firmes que él alargaba intencionadamente para darle un aire más inquietante aún. Eran como pequeños picotazos que yo recibía en mi cabeza. Me alargó un papel. Comprendí enseguida que eran las condiciones que yo podría firmar si quería. A bote pronto no parecían demasiado malas. Había que hacer ajustes en la empresa y eliminar personal. Debería pensarlo porque, en el fondo, el cambio era brusco y, aunque no puedo quejarme de la vida que llevo en la oficina...
     Pasaría a mejor vida.

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